Luego de 13 años de ejercicio de poder rudo y severo le llegó el ocaso al régimen de Evo Morales. Él creyó que la bonaza económica gasífera, de la que se benefició, malgastó y enfangó en la corrupción sistemática y sistémica, era “para toda la vida”. Creyó que la bonanza sustentada tanto en los exorbitantes precios del gas y la minería, como en la doctrina populista, autoritaria y excluyente del “socialismo del siglo XXI” era ajena a lo efímero. Nadie le dijo que en el Gran Reino Animal la existencia de lo humano es perecedera y temporal. De ahí que al “proceso de cambio” también le llegó el ocaso, pues el curso de la historia es implacable: movimiento perpetuo y cambio incesante. Puede demorar más o menos tiempo, pero su ocaso está en marcha. Hoy, la contradicción entre el discurso y la realidad los obliga a tomar recaudos, no para salvaguardar la ética y la honestidad -valores de los que nunca han dado pruebas- sino porque este 2019 es año electoral. Aunque Morales y su Vice están inhabilitados merced al Art. 168 de la Constitución, que permite solo una reelección continua, son candidatos por cuarta vez, desde 2005. Al serlo, violan también el Referéndum de 21 de febrero de 2016, cuando la sociedad boliviana dijo NO a esa pretendida re-re-reelección. Ganó el NO, con más de 60 % de votos, pese a las trampas que redujeron la cota a 52% y fracción. En los hechos, han estado en campaña los más de 13 años de su dictatorial mandato revestido de democracia. Utilizan la democracia método para legitimarse vía el voto, aunque hagan fraude, una forma más de corromper la democracia. Amén del desconocimiento a la pluralidad política, el desmantelamiento de la institucionalidad democrática y, de suyo, la independencia de poderes con la intromisión abierta del Ejecutivo en los poderes Legislativo y el Judicial. Así, han dejado a la ciudadanía en total indefensión frente a las arbitrariedades de la administración de justicia -jueces, fiscales, policía, abogados venales y otros chancros- subsumida al poder político. Hay excepciones, pero una golondrina no hace verano.
Ahora, Morales afirma muy orondo que en su Gobierno “La corrupción no se perdona y la lucha será caiga quien caiga”. Cree que con dos o algún otro ‘chivo expiatorio’ actual, la sociedad boliviana mandará ‘a la cuenta del otario’, como reza el tango, muchos sonados hechos de corrupción pasados. En un arranque de sinceridad, Morales dijo que “la designación de amigos y familiares en puestos claves del Estado” contribuyó al aumento de corrupción. Afirma que “Ya no habrá cero corrupción, sino cero tolerancia”, y concluye que la corrupción es una “herencia colonial”. ¡Qué bien la aprendieron sus huestes! Y puso el dedo en la llaga, pues ese escenario habla de la deformación/desfiguración de la práctica política, sometida a un Estado corporativo clientelar, con caudillos sindicales como los de Chapare, cocaleros y afines, que son el principal sustento político de Morales. También las famosas “trillizas de oro” [1]: la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales de Bolivia, la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia y la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas, Indígenas, Originarias de Bolivia “Bartolina Sisa”. Hay otras redes que se arrogan la representación política con poderes fácticos reales, dando carta de ciudadanía a la antipolítica que convierte a este Estado, en un Estado Pluridelictivo. En el libro “Crónica de una traición. Investigación del Fondo Indígena”, el senador cruceño Óscar Ortiz señala que la estrategia política de Morales se tenía que financiar de alguna forma, finalizados los desembolsos del venezolano Hugo Chávez (+). “Eligieron la prebenda disfrazada de obras con mecanismos de control directo, sin filtros ni fiscalización, sin burocracia que los trabe ni transparencia que los cuestione”. Ortiz afirma que el “modus operandi” de financiar la estrategia política con recursos “discrecionales, no era una excepción sino una regla”, acorde con una estructura de poder político, pensada para perdurar en el tiempo. El descalabro del Fondo Indígena fue también una traición a la confianza que diversos pueblos indígenas depositaron en un proyecto que enarboló sus banderas demagógicamente, en función al proceso de cambio, “la construcción del mito de Evo Morales” y el programa Bolivia Cambia, Evo cumple. “Lejos de fortalecer sus estructuras”, apunta Ortiz, las debilitó, dividió e instrumentalizó, afectando su reivindicación más sensible: “que los pueblos indígenas lograran libertad a través el desarrollo”. De 2010 a 2014 el Fondo Indígena recibió cerca de 730 millones de bolivianos, para un total de 1100 proyectos en los 9 departamentos. Hubo personas que recibieron millones de Bs. en una sola transferencia y en cuentas particulares. En esta trama está implicada la ex ministra de Desarrollo Rural y Tierras, Nemesia Achacollo, por un daño de 102 millones de bolivianos en 743 proyectos. Este caso es uno de los más paradigmáticos de la corrupción en la era Morales.
Publicado en Polis el 30 de marzo de 2019.
Ahora, Morales afirma muy orondo que en su Gobierno “La corrupción no se perdona y la lucha será caiga quien caiga”. Cree que con dos o algún otro ‘chivo expiatorio’ actual, la sociedad boliviana mandará ‘a la cuenta del otario’, como reza el tango, muchos sonados hechos de corrupción pasados. En un arranque de sinceridad, Morales dijo que “la designación de amigos y familiares en puestos claves del Estado” contribuyó al aumento de corrupción. Afirma que “Ya no habrá cero corrupción, sino cero tolerancia”, y concluye que la corrupción es una “herencia colonial”. ¡Qué bien la aprendieron sus huestes! Y puso el dedo en la llaga, pues ese escenario habla de la deformación/desfiguración de la práctica política, sometida a un Estado corporativo clientelar, con caudillos sindicales como los de Chapare, cocaleros y afines, que son el principal sustento político de Morales. También las famosas “trillizas de oro” [1]: la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales de Bolivia, la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia y la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas, Indígenas, Originarias de Bolivia “Bartolina Sisa”. Hay otras redes que se arrogan la representación política con poderes fácticos reales, dando carta de ciudadanía a la antipolítica que convierte a este Estado, en un Estado Pluridelictivo. En el libro “Crónica de una traición. Investigación del Fondo Indígena”, el senador cruceño Óscar Ortiz señala que la estrategia política de Morales se tenía que financiar de alguna forma, finalizados los desembolsos del venezolano Hugo Chávez (+). “Eligieron la prebenda disfrazada de obras con mecanismos de control directo, sin filtros ni fiscalización, sin burocracia que los trabe ni transparencia que los cuestione”. Ortiz afirma que el “modus operandi” de financiar la estrategia política con recursos “discrecionales, no era una excepción sino una regla”, acorde con una estructura de poder político, pensada para perdurar en el tiempo. El descalabro del Fondo Indígena fue también una traición a la confianza que diversos pueblos indígenas depositaron en un proyecto que enarboló sus banderas demagógicamente, en función al proceso de cambio, “la construcción del mito de Evo Morales” y el programa Bolivia Cambia, Evo cumple. “Lejos de fortalecer sus estructuras”, apunta Ortiz, las debilitó, dividió e instrumentalizó, afectando su reivindicación más sensible: “que los pueblos indígenas lograran libertad a través el desarrollo”. De 2010 a 2014 el Fondo Indígena recibió cerca de 730 millones de bolivianos, para un total de 1100 proyectos en los 9 departamentos. Hubo personas que recibieron millones de Bs. en una sola transferencia y en cuentas particulares. En esta trama está implicada la ex ministra de Desarrollo Rural y Tierras, Nemesia Achacollo, por un daño de 102 millones de bolivianos en 743 proyectos. Este caso es uno de los más paradigmáticos de la corrupción en la era Morales.
Publicado en Polis el 30 de marzo de 2019.
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