Como Embajador de Argentina ante la UNESCO, Rodolfo Terragno impulsa un proyecto para que las Rutas Sanmartinianas sean declaradas Patrimonio de la Humanidad. El interés de Terragno por San Martín data de su exilio en Venezuela, cuando comenzó a meditar sobre el destino de próceres como Bolívar, O’Higgins y San Martín que debieron emigrar de sus países. La dictadura militar en Argentina se extendía en el tiempo y, en 1980, Terragno se mudó con su familia al mismo destino en el que San Martín inició su propio exilio europeo: Inglaterra. Allí comenzó a seguir su rastro. Encontró documentos hasta entonces desconocidos y volcó sus hallazgos en los libros “Maitland & San Martín”, “Diario íntimo de San Martín” y “Josefa”. En diálogo con Veinte Manzanas cuenta el backstage de su investigación y el San Martín que fue descubriendo a lo largo de más de tres décadas.
¿Cuándo nace tu curiosidad por San Martin y en que momento decidís comenzar la investigación?
Yo estaba exiliado en Venezuela, donde había, además de argentinos, exiliados chilenos, bolivianos, paraguayos, uruguayos. Un día leí que Simón Bolivar quiso exiliarse en Europa, pero enfermó en una ciudad camino al puerto y allí murió, no sin antes escribir que “en estas tierras lo único que se puede hacer es emigrar”. Pensé en O’Higgins, que murió exiliado en Perú. Y, por supuesto, en San Martín, que murió en Francia después de 26 años de exilio voluntario. Me pregunté entonces si el exilio era un sino de Sudamérica. Pensé escribir sobre eso y cuando me trasladé a Londres quise investigar la vida de San Martín en la primera etapa de su exilio, que fue allá. Se sabía poco y nada sobre eso, pero yo empecé a encontrar cosas inéditas que años después me llevaron a contar en el “Diario íntimo de San Martín” lo que había hecho en Londres, casi día por día.
¿Tenías alguna hipótesis que te guiara?
Sí. En 1824, antes de dejar Buenos Aires para no volver jamás, San Martín escribió en el barco que lo llevaba que iba a Europa a poner a su niña en un colegio y que no retornaría “en todo el presente año”. Todos los historiadores habían repetido eso. A mí me pareció que San Martín mentía. Algo iba a hacer que quería ocultar. ¿Cómo iba a arrancar a esa niña, huérfana de madre, del cuidado de su abuela? ¿Y cómo iba a hacer eso para llevarla a un país remoto, desconocido, donde se hablaba otro idioma, y dejarla solita, pupila en un colegio? Habría sido una perversidad. Además a él ni se le ocurrió venir “en todo el presente año” ni en los futuros. En 1824 hizo algo muy importante en Londres: lobby para que Inglaterra reconociera la independencia del Perú. La Santa Alianza (Rusia, Prusia y Austria), junto con Francia y España, estaban preparando una expedición para restablecer la colonia o imponer una nueva. El reconocimiento de Inglaterra impediría ese propósito, convirtiéndolo en un conflicto europeo que esa alianza no quería. A principios de 1825, ya en Bruselas, San Martín le escribe a un amigo: “Allí tiene usted la independencia del Perú reconocida por la Inglaterra. La tarea está cumplida”.
Durante la investigación, encontraste un documento clave, elaborado por un general escocés en el año 1800, que decía ser un “plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Peru y Quito”.
Era, en realidad, un plan más complejo, y sin duda asombroso, porque era casi lo mismo que San Martín haría 17 años más tarde. El objetivo era tomar Buenos Aires, establecerse en Mendoza, cruzar la cordillera, apoderarse de Chile y luego ir por barco a tomar el Perú y Ecuador. El plan había sido presentado gobierno de William Pitt el Joven a principios de 1800. El fin no era exactamente “emancipar” a estos países. En esa época Inglaterra estaba en guerra con España y esperaba arrebatarle sus colonias. Con todo, es cierto que el autor del plan, Thomas Maitland, tenía ideas liberales y quería que la ocupación británica diera libertades a los nativos.
¿Cómo y dónde encontraste el Plan Maitland?
Yo estaba en Londres buscando eso: qué había hecho San Martín allí en 1824. Un día se me ocurrió una idea loca, que era como ir a buscar una aguja en un pajar. Durante la invasión napoleónica de España, Inglaterra y España, en 1808, se habían aliado para expulsar a las fuerzas de Napoleón. En el ejército inglés (en verdad deberíamos llamarlo británico) peleaban varios oficiales escoceses, y San Martín se había hecho amigo de Lord Fife, que se convirtió en una suerte de protector de él. Pensé que, así como había tratado con Fife, San Martín tendría que haber tratado con otros, y que acaso en 1824 se hubiera reencontrado con alguno de ellos en Inglaterra, como tiempo después se reencontró con el propio Fife, a quien fue a visitar. Me fui entonces a Escocia a revisar cartas y documentos de oficiales que habían peleado en España, con la esperanza de encontrar algún dato. Un día descubrí en la biblioteca del castillo Melville un inventario donde estaba el título del plan. Supuse que era el plan de San Martín y era muy importante saber que él se lo había confiado a un escocés. Pero el plan no estaba allí. Lo tenía una parienta de Melville, que me dio una copia del borrador y me autorizó a publicarla. Ahí me encontré con que el plan era del general Thomas Maitland. Luego encontré el original en el Scottish Record Office, que es el archivo histórico de Escocia.
A pesar de haber hallado el vínculo Maitland - San Martin, siempre has desmentido la teoría del “agente inglés”. ¿Por qué estás tan seguro de que San Martin no estaba representando intereses británicos si ejecutaba un plan ideado por ellos?
Como ya dije, en esa época Inglaterra y España eran aliadas. En Madrid, Napoleón había nombrado “Rey de España e Indias” a su hermano, José Bonaparte. Lo de “Indias” sugería que, después de tomar la Península, es decir el territorio español en Europa, Napoleón se proponía tomar las colonias españolas en América. Ingleses y españoles convinieron que había que prevenir ese movimiento. En el ejército español había españoles nacidos en América, como San Martín, y se decidió enviarlos a América para que formaran ejércitos. Era un plan anglo-español. Inglaterra era la reina de los mares, y una potencia militar. Antes de volver al Río de la Plata, San Martín pasó cuatro meses en Londres. Y es lógico que haya estudiado mapas, planes y documentación de las expediciones inglesas. Tenía que cumplir una misión y fue a prepararse. El historiador José Pacífico Otero decía que el plan de San Martín fue original, que sólo pudo haber germinado en la mente única del Libertador. A mí me parecía que San Martín no podía haber sido un “chanta que se vino a poncho”, sin saber nada sobre estas tierras de las cuales lo habían llevado sus padres cuando tenía cinco años, y no haber estudiado el precioso material de los ingleses. Ahora, en España él había peleado como parte de las fuerzas de la resistencia a Napoleón, establecidas en Cádiz, que era española pero antimonárquica. Cuando San Martín llegó al Río de la Plata, España no existía, porque desde la invasión napoleónica era como una propiedad de Francia, y el Rey español estaba preso en Francia. Los criollos estaban gobernándose solos y los virreyes –obviamente monárquicos– pretendían ejercer el poder. Es en ese momento que San Martín pasa a ser un líder patriota.
¿Hay alguna actitud de San Martín que te haya sorprendido en la documentación que fuiste encontrando?
Precisamente algo que tiene que ver con los ingleses. Antes de partir de Chile a Perú, él estuvo en Buenos Aires y le pidió al cónsul inglés que hubiera cerca del Callao, el puerto peruano, algunos barcos, no para que intervinieran sino para que sirvieran de disuasivo. El cónsul le preguntó si necesitaba algo concreto y San Martín dijo que no. El cónsul mandó entonces una carta a Londres, que yo encontré allá en los archivos, en las que el cónsul se sorprende de que San Martín no hubiera querido nada de los ingleses. Ni plata, ni barco, ni hombres. Años más tarde, en la época de Rosas, cuando Inglaterra y Francia bloquearon el Río de la Plata, San Martín le mandó una carta a Rosas ofreciéndole venir a pelear contra los ingleses y los franceses. Y después, en su testamento, le dejó su famoso sable corvo, porque Rosas había superado aquel bloqueo y San Martín decía que Rosas había sostenido el honor del país contra los ingleses y los franceses, que pretendían humillarlo.
¿Cómo describirías la personalidad de San Martin? ¿Cuáles eran sus rasgos más nobles? ¿Tenía un lado oscuro?
Tenía virtudes que ojalá tuvieran todos los líderes políticos: visión, capacidad para enfrentar grandes obstáculos, perseverancia, eficiencia, honestidad y un rechazo al culto de la personalidad. Con respecto al lado oscuro, es difícil interpretarlo con nuestros criterios actuales, pero me molesta que hubiera creído que estos países debían ser gobernados con mano dura, aunque él decía no se había atrevido a hacerlo y decía que había dejado Perú porque “se me cayó el palo”. No sé bien qué quería decir por mano dura. Lo que es cierto es que apoyó a Rosas –cosa que los sanmartinianos pretenden negar– y mantuvo correspondencia con aquel dictador poco antes de morir, en Boulogne-sur-mer.
¿San Martin hubiera estado de algún lado de la grieta política que divide hoy a la Argentina o se hubiera mantenido al margen?
Es imposible saberlo. Los tiempos y las circunstancias son incomparables, y no sería serio especular, sobre aspectos muy concretos acerca de lo que habría pensado un hombre del siglo XIX. Tal vez se habría opuesto a la idea misma de la grieta. Digo esto porque se negó a intervenir en la lucha contra los caudillos y explicaba por qué se quedaba en Europa diciendo que no quería ser parte de enfrentamientos fratricidas. Hoy, claro, no hay la ferocidad de aquellas guerras internas, y acaso querría actuar como puente.
En 2007, Mario Pergolini produjo “El gen argentino”, un programa que buscaba elegir con qué compatriota vivo o fallecido querían identificarse los argentinos. Vos fuiste el abogado de San Martin, que salió triunfador. ¿Cómo te sentiste en esa tarea y por qué crees que San Martin fue el elegido por los argentinos?
Primero dudé en aceptar. No era serio, por ejemplo, comparar a San Martín con Olmedo, como de hecho ocurrió. Era como el tango Cambalache: “Don Chicho y Napoleón”. Sin embargo, me pareció que la idea –que ya se había realizado en Inglaterra y Francia—podía ser interesante. En definitiva, lo que hacía era permitir la defensa, en paralelo, de grandes figuras de distintas actividades. Un país es, en definitiva, una mezcla de lo sublime y lo pedestre.Puse mucho empeño en la defensa, sin panegíricos ni conjeturas, pero no tenía confianza en que la gente eligiera a San Martín. La audiencia del programa estaba formada, en general, por gente joven. Como el propio Pergolini. Chicas y chicos que vivían el presente. Podían elegir al Che Guevara, a Perón, a Evita, a Maradona. Me parecía que para ellos San Martín era una figura iconográfica, que la escuela les había querido meter en la cabeza. Y era un militar, del que demás no conocían casi nada, más que cruzó la cordillera y tenía un caballo blanco. Ellos votaban mediante mensajitos, y en esa época poca gente grande usaba mensajitos. Fue muy alentador saber que, pese a todos mis prejuicios, esa juventud escuchaba, analizaba, decidía. Y que, aunque hoy la palabra “patriotismo” está desmonetizada, tenía un sentimiento patriótico. San Martín es un símbolo de ese sentimiento.
Fuente: Nuevos Papeles
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