martes, 21 de julio de 2020

Y… el mundo era bello

Por Alberto Buela (*)

Con esta pandemia del coronavirus, tan extendida por todos lados, el mundo se está transformado en algo inseguro, está dejando de ser para el sujeto contemporáneo algo bello, según el sentido originario de la palabra.
Eso significa mundus, algo limpio y elegante. El término es la traducción del griego cosmos, conjunto ordenado y armonioso. Término que todavía resuena en nosotros a través de la cosmética como arte del embellecimiento.
El mundus ha dejado ser “mundo” para transformase en “in-mundo”. Un lugar sucio – véase la contaminación de los mares-. Un lugar peligroso, inseguro, cargado de enemigos invisibles que nos
pueden matar. De un enemigo que escapó al control del hombre y se desarrolla según su propio poder. Y el sujeto contemporáneo se angustia, “estoy angustiado y no sé por qué”, porque la angustia siempre es ante la nada. Otra cosa es el miedo o temor, que es la prevención de algo por venir (malum futurum afirmaban los antiguos).
De golpe se cayeron las certezas y aparecieron las incertezas como única certeza.
El futuro como “un mundo feliz” se borró de un plumazo para llenarlo con las conjeturas de los malos filósofos: vamos a un nuevo comunismo, vamos hacia una sociedad de más control, vamos a un mejor capitalismo, etc. Nosotros no sabemos ni podemos saber hacia dónde vamos, porque aquello que quedó encerrado en la caja de Pandora fue la elpis, que debemos traducir por prognosis o prospectiva. Y así como la técnica se transformó en tecnología y ésta en tecnocracia, independizándose del hombre, así el mundo está ocultando su belleza y va dejando al sujeto sin arraigo. Al disolverse las patrias, al desaparecer las naciones, en pos de “un mundo uno globalizado”, los agentes políticos le ofrecen al hombre tener dos o tres nacionalidades, con lo cual no tiene ninguna, por aquello de que nadie puede servir a dos señores.
Nunca mejor que ahora cabe recordar a Talleyrand, al gran canciller de la Revolución Francesa y de Napoleón, cuando afirmó: «Nadie que no haya vivido antes de la Revolución francesa sabe lo que es la alegría de vivir».
Los hombres (varones y mujeres) que rigen los destinos del mundo, sobre todo en Occidente, no tienen la menor idea de qué hacer. No saben, no están capacitados para intentar un viraje a esta pendiente que nos arrastra a todos al extrañamiento de nosotros mismos, porque vemos como la belleza del mundo se repliega sobre sí misma.
Y si nos limitamos a Occidente es porque de Oriente sabemos poco y nada o, mejor aún, cada vez sabemos menos. De India con 1350 millones y de China con 1400 millones, más la ecúmene arábiga con otros 1400, son los que constituyen la otra mitad del mundo. Sobre ellos sabemos muy poco.
Desde la perspectiva de la filosofía vemos como esta mitad del mundo ignora sobre el hombre la idea de persona como ser único, singular, irrepetible, moral y libre. No solo la ignoran los indios para quienes el sentido de la vida se halla en la extinción del yo y la supresión de la realidad tal como se nos da, además de la idea de Nirvana, sino también los árabes para quienes, después de Averroes, el entendimiento agente es común a todos los hombres, y donde se licúa la persona. Pero sobretodo en China, donde “los derechos humanistas” no encuentran en el idioma chino un vocablo análogo al de derecho. El ser humano no es comprendido como único, singular e irrepetible sino más bien como el engranaje de una máquina.
Al no existir esta idea se hace muy difícil la mutua comprensión. Al respecto recordemos el juicio de Martín Heidegger, el mayor filósofo del siglo XX, cuando en un reportaje afirmó: “que no tenía idea de qué era lo que encontraban sus amigos japoneses 1 en su filosofía y no creía que su pensamiento fuera comprendido acabadamente en el ámbito oriental, pues le resultaba difícil creer a ciegas que sus ideas tuvieran el mismo significado en una lengua tan ajena a Occidente”.
Hoy casi todos los analistas políticos, sobre todo los de la izquierda progresista, le atribuyen a China poderes casi sobrenaturales, como una especie de imperialismo bueno, y pronostican que para el 2050  será la primera potencia del mundo. Pero ninguno se pregunta qué es China? Cuáles son los valores del chino común? Pues en Occidente solo vemos a los adinerados; a los que pueden viajar detrás de una máquina fotográfica o los que trabajan de sol a sol, los siete días de la semana, detrás de un supermercado. 2
Mientras que nuestros dirigentes políticos solo conocen a los funcionarios burócratas del régimen chino con los que hacen negocios.

(*) buela.alberto@gmail.com
Arkegueta, aprendiz constante

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