sábado, 5 de septiembre de 2020

LAS "VIDALITAS" DE LAMADRID

Por Leonardo Castagnino


Vidalitas federales.

El General Gregorio Araoz de Lamadrid partió hacia Tucumán al servicio de Rosas, y en el camino compuso alguna vidalitas federales:

Perros unitarios,
nada han respetado,
a inmundos franceses
ellos se han ligado.

Sabed, argentinos,
que están traicionando,
porque Luis Felipe
los está comprando.

De Mayo los hijos
que son verdaderos
no se ligan nunca
con los extranjeros.

Y cuando su patria
ven amenazada,
olvidan agravios,
corren a salvarla.

La campaña del Norte.

Pero no le costó mucho cambiar de bando, porque una vez en Tucumán, se unió a los que poco antes consideraba “perros” y “traidores” y se adueñó del gobierno con las consabidas “facultades extraordinarias”, que como vemos habían sido ni serían un privilegio exclusivo de Rosas.

Al menos hubiera sido lógico de su parte ser un poco mas tolerante con sus correligionarios del mes anterior, pero lejos de ello “uno de los primeros actos del Gobernador Lamadrid fue (el 4 de julio) poner en prisión al general Ferreira, al coronel Anacleto Díaz y a su hermano el cura de Graneros, a don José María Valladares, a los comandantes Calixto Pérez y Acosta, a don Pedro Miguel Heredia y al coronel Lucero: el 14 del mismo mes, Lamadrid expidió un decreto declarando a Gutiérrez traidor y confiscando todas sus propiedades y las de sus compañeros de causa.” (Zinny. Historia de los gobernadores, t.III, p.304)

No conforme con eso partió a castigar el federalismo de los salteños, donde decretó, recién llegado, varias penas de muerte. Uno de los sentenciados era el “rengo” Cabrera, coronel de los ejércitos de la independencia, herido en una pierna durante la batalla de Salta.

Entre otros estaban también el mayor Mercado, Hidalgo, Conte, y un joven de 18 años. El único crimen de todos era su “rosismo.” De nada valió el pedido de clemencia que le hiciera de rodillas un prestigioso sacerdote, el P. Marcelino López. La sentencia fue ejecutada en la plaza pública, mientras sólo a media cuadra, el general Lamadrid presidía el gran banquete con que le obsequiaban los ciudadanos que se habían pronunciado contra la “tiranía” de Rosas. (Bernardo Frías, Tradiciones históricas – Lamadrid, Memorias, t.II pag 227) Las descargas de los ejecutores sin duda habrán proporcionado un digno fondo musical a los brindis por la “libertad.” A raíz del episodio, “El caritativo D. Marcelino López no pudo soportar la honda impresión que aquella iniquidad causara en su ánimo; enfermó enseguida y murió a los pocos días” (Bernardo frías, Tradiciones históricas, cuarta tradición, p 177)

Muchos otros prisioneros federales corrieron la misma suerte, como el comandante José María Rodríguez, portador de cartas de Oribe y Pacheco a Evaristo de Uriburu; (Ernesto Quesada, Pacheco y la campaña de cuyo, p.101) Uno de los objetivos de Lamadrid al trasladarse a Salta, fue precisamente tomar a Uriburu, quien salvó su vida refugiándose en Bolivia, desde donde le escribe a Rosas: "Han proscrito, encarcelado, robado e insultado a mis hermanos, y al menor, de 15 años, lo han desterrado a esta República. Han talado y robado mis estancias, y mi cabeza la han puesto a tasa; de manera que no me han dejado otro recurso que morir o acabarlos” (Bernardo Frías, ob.cit, p.188)

Otros que corrieron suerte parecida fueron el comerciante santiagueño Manuel Rodríguez, también portador de cartas; (Lamadrid, Memorias, t.II, p.226) dos enfermos en Fraile Muerto y otros dos hombres a los que supuso eran espías. (Ernesto Quesada, Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado, p.180).

La campaña de Cuyo

Desde Tucumán, Lamadrid bajó a Córdoba, y desde allí promueve revoluciones en Mendoza y en San Luis.

La de Mendoza constituye un fracaso; pero la de San Luis, para la cual había logrado el apoyo de la indiada de Baigorria, logra el poder por dos meses. “La provincia de San Luis, en particular su pueblo -escribe Pablo Lucero a Bernardino Vera-, ha sido saqueado por los indios, y asesinado el administrador de correos.” (Ibidem. p.182).

Ante el fracaso de sus planes, Lamadrid resuelve proceder en persona. En San Juan toma como prisioneros a la señora e hijos de Benavidez, a quien le propone el cambio de su familia por prisioneras de guerra, quien a su vez le contesta que “no canjeaba prisioneros de guerra por mujeres y niños inocentes” (Larrain, El país de cuyo, p.211).

Las dos historias

En 1841, Lamadrid se apodera de Mendoza y asume el gobierno. A juzgar por Zinny, ese gobierno fue un episodio idílico. Todo es júbilo y entusiasmo. Señoritas que arrojan flores al grito de vivan los libertadores y mueran los tiranos. Una de ellas preguntó a Lamadrid si es el Libertador. El responde que sí, y entonces ella coloca en sus sienes una corona de laureles, a lo que el héroe llora “copiosamente”. Luego de esta emotiva descripción, añade Zinny que el gobierno del general Lamadrid duró sólo 19 días, de lo que pareciera lamentarse, y nada más. (Zinny, Historia de los gobernadores, t.IV. p.70)).

Así escribieron la historia algunos hijos de unitarios. Veamos ahora que nos dice otro historiador, también hijo de unitarios:

“En el acto dio un bando ordenando la entrega de los bienes de todos los enemigos políticos, debiendo las personas que tuviesen a su cargo dichos intereses, presentarlos dentro de las 24 horas, so pena de perder a su turno todos sus bienes y ser castigadas "con una severidad inflexible", incurriendo en igual pena el que no delatare a los infractores...

“Ordena igualmente se levanten "listas de clasificación" anotando a los federales o a los prófugos; establece minuciosamente registros en todas las casas y propiedades de los clasificados, so color de recoger el armamento oculto. La pena a los infractores era la de la época; confiscación de todos los bienes y servicio militar en los cuerpos de línea.

“En seguida ordena se incorporen al ejército todos los hombres de 15 años a 50, y estableciendo que el que no concurra será reputado enemigo, y, por ende, se incluirá en los "clasificados", con la respectiva confiscación de bienes, etc...

“Creó una especie de "consejo de los diez", bajo el nombre de tribunal militar. Su jurisdicción fue sencilla: "para que entienda y decida definitivamente en todos los negocios que por su naturaleza sean incompatibles con las inmensas atenciones que rodean al ministerio en las presentes circunstancias..."

“Ese tribunal desplegó una actividad terrible; instalado en setiembre 6, el día 7 requiere copia de todo decreto o bando; se adjudica una guardia militar; organiza un cuadro de ayudantes; y a las pocas horas choca con el E. M., quien se resiste a su jurisdicción invasora. No había concluido el primer día de su instalación, y ya dictó dos sentencias, condenando a muerte a dos ciudadanos (Ciriaco Ortega y Juan Bautista Soria) y al día siguiente hace ejecutar a 7 más. (Francisco Quirós, José m. Garamullo, Francisco Urueña, José Arroyo, Felipe Ahumda, Lino Agüero y Jesé L. Funes).

“Ese mismo día 8, el tribunal se ocupó de hacer efectiva la confiscación de los bienes de los que no tuviesen patente limpia de unitarios, y asegura al ministro "que pondrá todo su conato en hacer que las disposiciones superiores sobre confiscación de bienes no sean ilusorias", y ordena hacer efectivas listas de contribuciones forzosas y recaer en todo federal. Añade que, "firme a esa resolución de hacer cumplir a todo trance los decretos y disposiciones del gobierno, precisa ya en el momento poder contar con 12 barras de grillos".

“El ministro Villafañe señaló el día 12 de septiembre, a las 4, para que los "clasificados" oblaran las contribuciones, permitiéndoles tan sólo entregar parte de su valor en caballos o efectos.

“Las confiscaciones llovieron como diluvio sobre toda persona rica: ni los curas escaparon. Asímismo Lamadrid no obtenía el dinero ni los artículos que necesitaba. El 14 de septiembre prorroga por otras 48 horas el término para pagar la primera contribución de guerra, y llena una segunda lista de "clasificados", admitiendo animales en pago hasta la mitad de la cuota fijada.

Como casi todos los vecinos pudientes estuviesen prófugos, el tribunal militar se arrojó sobre sus señoras, y, sin respetar el sexo, hizo poner grillos a las damas más respetables de Mendoza, como a la señorita hija de don Agustín Videla.“

¿A qué seguir? Aquel tribunal marcial oía y resolvía sobre el tambor: a la menor denuncia, la sentencia era: "condena a la pena de 400 azotes, estirados sobre un burro, debiendo recibir cien en cada uno de los ángulos de la plaza pública el día de mañana, y destina a los cuerpos de infantería de línea por el tiempo que dura la presente guerra".

Otras veces, cuando eran muchos los acusados e influyentes los delatores, la sentencia era: "que se sorteen, y uno de ellos sufra la pena de muerte y los restantes presencien la ejecución, que deberá ser en la plaza pública el día de mañana, y en seguida sufran 200 azotes".

Las sentencias de palos y azotes eran moneda corriente, y los sentenciados a muerte eran pasados por las armas en la plaza pública.

“No es de extrañar, pues, que con semejantes procedimientos, "Mendoza, como San Juan, ofrecían el aspecto de un pueblo desolado". Tal lo ha confesado medio siglo después el entonces ministro de Lamadrid, Villafañe, agregando:
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(Ernesto Quesada. Pacheco y la campaña de Cuyo, ps.216 a 226)

Ernesto Quesada justifica cada una de estas afirmaciones con referencias al archivo del general Pacheco, quien venció a Lamadrid y capturó toda la documentación de su efímero gobierno. Ella nos permite revivir instantes trágicos. En ningún momento de los veinte años de su gobierno Rosas pesó tanto sobre el pueblo de Buenos Aires como esta dictadura de veinte días sobre el pueblo de Mendoza.

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