domingo, 8 de noviembre de 2020

Gringos y taimados...Por Leonardo Castagnino

 El pardejón

 

Retirado el Genera Paz del mando de la campaña de Corrientes, quedó Fructuoso Rivera al frente de las fuerzas unitarias que operaban contra Rosas en la Mesopotamia.

Fructuoso Rivera había destituido al presidente Oribe, y como siempre, intrigaba obteniendo ayuda económica de todos, y dilapidaba los fondos sin actuar, estafando alternativamente sin escrúpulos a todos por igual. Este caudillo anarquista vivia de los subsidios franceses, que le daban con generosidad o le negaban con tacañería según los sirviera o traicionara. Una frase de Lavalle sintetiza la personalidad de esta gaucho taimado: “Ofrece 1.500 hombres que no puede dar, por 200 mil patacones que desea recibir”.

Por su parte, el general Paz referirá lo dicho por el científico Aimé Bombland, allegado de Rivera, quien le decía; “El general Rivera me ha referido hechos de su mocedad que no le hacen honor, como si no se apercibiera que , tan lleno de sur una virtud, debieran causarle vergüenza. Me refería un día que, de acuerdo con otro pillo, hicieron una expedición a un pueblo de su país levando secretamente una partida de barajas o naipes compuestos, con los que desplumaron inhumanamente a todos los aficionados. Otra vez hizo otra excursión a correr carreras donde, corrompiendo a los corredores de profesión, hizo que sus caballos, que no eran mejores, llevasen el vencimiento de tosas las carreras. Lo más singular es - continuaba – que lo decía con un aire de satisfacción que probaba estar lleno de de ella dentro de si mismo”.

Este gaucho taimado (1) (cuyo nombre figura en un de las calles de Buenos Aires) a quien Rosas apodara “El pardejón” (2) le había declarado la guerra a Rosas en un baile de máscaras, disfrasado de moro, y firmando la declaración de guerra sin leerla, sin sacarse la máscara y con los guantes puestos. (Irazusta Julio. Vida politica de J.M. de Rosas.t.III.p.213)

Fructuoso Rivera (3) fue derrotado completamente en Arroyo Grande. Tras su apresurada huida "arrojando su chaqueta bordada, su espada de honor y sus pistolas", Rivera se vio obligado a refugiarse en Montevideo. Nombró ministro de guerra al general Melchor Pacheco y Obes, quien desempeñó su cargo con un rigor más que excesivo. “Mata a todos los blanquillos traidores que puedas”, le escribe a su amigo Bernardino Báez el 30 de diciembre de 1843. (Aquiles B. Oribe, cit.por Ezcurra Medrano, Las otras tablas de sangre, p.101)

He aquí algunos de sus decretos riveristas:

1) “Todo oriental o vecino de esta República que sea tomado con las armas en la mano será fusilado en el acto y por la espalda.” 2) “Serán irremisiblemente pasados por las armas todos los individuos del ejército de Rosas que sean aprehendidos y pertenecieran a clase de jefe y oficial.” 3) “Artículo 1°: todos los individuos que en los pueblos de campaña, que están hoy o hayan estado en poder de los actuales invasores, pertenezcan o hayan pertenecido a las tituladas Comisiones clasificadoras establecidas en ellos, además de traidores son declarados salteadores armados e infames robadores públicos. “Artículo 2°: En consecuencia, toda autoridad civil o militar departamental, luego de capturados cualquiera de dichos individuos, y de acreditado en una información sumaria el hecho de haber pertenecido éste a dichas comisiones, procederá a aplicarle la pena ordinaria de muerte designada por las leyes a los delitos mencionados.” (El Nacional N°1254, 1309, 1446)

“Por una orden de Pacheco y Obes -dice Adolfo Saldías- se manda perseguir ciudadanos que no han querido tomar banderas con Rivera; y si no son aprehendidos en 48 horas, retirar al pueblo sus familias y luego pegar fuego a sus casas, clavándose en ellas un palo con un letrero que diga:

"Era la casa de un cobarde y la justicia nacional la ha arrasado"
"Igual conducta se observará –dice la orden- con cualquier otro que deserte en lo sucesivo".


Otro decreto, de 6 de septiembre del mismo año (1843), manda aplicar sumaria y verbalmente las penas que establece la ordenanza militar para la tropa que se halla al frente del enemigo, a los crímenes de traición, infidencia, deserción, cobardía o tibieza en defender a la patria. (Adolfo Saldias, Historia de la Confederación Argentina, t. IV, p.83)

Demás está decir que estos decretos se cumplían; “Por orden del Ministerio de la Guerra de la Defensa de Montevideo, con fecha 21 de febrero de 1843, fue fusilado por la espalda el prisionero sargento mayor de guardias nacionales Zacarías Díaz. Con la misma fecha y por la misma orden se mandó fusilar al prisionero cadete Eulogio Martínez.” (E.Medrano, ob.cit.p.102)

El general Pacheco y Obes, en un parte de guerra en el que daba cuenta de un pequeño combate registrado en las inmediaciones del Cerro, agregaba el siguiente párrafo: “También cayó un prisionero que, siendo oriental, será pasado por las armas en este momento.” (Julio Cesar Vignale, Oribe, p.276)

El propio Rivera Indarte, antirosista furioso, si bien tergiversa los hechos y calla algunos decretos, admite 23 de esas ejecuciones. (R.Indarte, Rosas y sus opositores, t.I.p194)

De tal modo se aterrorizó la población de Montevideo, que numerosos vascofranceses radicados allí se trasladaron a Buenos Aires, y el resto de la población huyó a la campaña oriental, a protegerse bajo las banderas de Oribe. La afirmación es de fuente tan insospechable como Martín de Moussy, que se halla corroborada por las extensas listas de soldados y paisanos pasados que publicó El Defensor de la Independencia Americana. (Eliseo Lestrade, Rosas, Estudio de la demografía en su época, La Prensa, 15 de noviembre de 1919)

Como vemos, los habitantes de Montevideo huían de la civilización, buscando el amparo de la barbarie. De esa forma la realidad histórica desmiente la leyenda.

El gringo

¿Y qué decir de los europeos que venían a civilizarnos? Uno de esos civilizadores fue el mercenario Giuseppe Graribaldi. Héroe en Italia y vándalo en el Río de la Plata.

El mismo Garibaldi en sus Memorias describe las tropas que comandaba durante su campaña naval de en 1842:

“Los equipajes que yo mandaba estaban compuestos por hombres de todas las naciones. Los extranjeros eran, en su mayor parte, marinos, y casi todos desertores de barcos de guerra; debo confesar que éstos eran los menos díscolos. Entre los americanos, la generalidad habían sido expulsados de los ejércitos de tierra, por varios delitos, muchos por homicidios. De modo que eran verdaderos canallas desenfrenados y se necesitaba todo el rigor posible en los barcos de guerra para mantener el orden.” (Garibaldi, Memorias, t.I.p.176)

Este forajido, nacido en Niza pero criado en Italia, era el jefe de los vándalos que saqueaban las costas del río Uruguay. “Las jóvenes corrían despavoridas por las calles de Colonia del Sacramento, aullando de terror con sus ropas desgarradas. Los saqueadores arrasaban con todo lo que encantaban. El cielo parecía cobrar vida con el relumbre de los incendios”... “difícil de mantener la disciplina –se justifica el gringo en sus Memorias- que impidiera cualquier atropello, y los soldados anglofranceses, a pesar de las órdenes severas de los almirantes, no dejaron de dedicarse con gusto al robo en las casas y en las calles. Los nuestros, al regresar, siguieron en parte el mismo ejemplo aún cuando nuestros oficiales hicieron lo posible para evitarlo. La represión del desorden resultó difícil, considerando que la Colonia era pueblo abundante en provisiones y especialmente en líquidos espirituosos que aumentaban los apetitos de los virtuosos saqueadores”.

Como vemos, Garibaldi admite que en sus hordas participaban anglofranceses, que a pesar de ser representantes de la civilización, no respetaron ni siquiera la iglesia, ya que en ella se celebró la victoria con orgías y borracheras.

Días después, la escuadra de esta horda de vándalos se interna en el río Uruguay, y al llegar a Gualeguaychú repiten el saqueo. El pueblo estaba desguarnecido y fue fácil presa para los italianos, que actuaban a las órdenes de la escuadra anglofrancesa . “Durante dos días los legionarios saquearon las casas de familia y principalmente las de comercio” -dice el historiador Adolfo Saldías apoyándose en las protestas de los comerciantes (sardos, españoles, portugueses y franceses) que la Gaceta Mercantil publicó el 23 de octubre.

A tal extremo llegaron las cosas, que en el propio campo riverista surgieron voces de protesta. Don José Luis Bustamante le escribía a Rivera: “Garibaldi saqueó La Colonia y Gualeguaychú escandalosamente: no puede contener a la gente que lleva. Esta marcha nos desacreditará mucho.” (Adolfo Saldías, ob.cit.t.IV, p.216)

Éstas fueron las hordas del “Chacal de los tigres anglofranceses”, -como lo llamó la prensa- que fueron derrotadas en Costa Brava por el Almirante Guillermo BrownEl viejo almirante, hombre cuya altura moral no permite poner en duda su veracidad, al comunicar a Rosas la victoria le decía:

“La conducta de estos hombres, excelentísimo señor, ha sido más bien de piratas, pues que han saqueado y destruido cuantas casa o criatura caía en su poder, sin recordar que hay un Poder Supremo que todo lo ve y que tarde o temprano nos premia o castiga según nuestras acciones.” (La Gaceta Mercantil, 20 de septiembre de 1842)

Pero no era sólo Garibaldi el que cometía excesos. En la Ensenada, los franceses e ingleses saquearon e incendiaron buques neutrales e hicieron fuego sobre un bote argentino después de haber levantado ellos bandera de parlamento.

En presencia de tales atrocidades, Rosas expidió un decreto por el que ordenaba que los comandantes, oficiales y marineros tomados después de la comisión de hechos de esta especie fueran juzgados como reos del orden común.

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