lunes, 7 de junio de 2021

Las palabras nunca son inocentes…por Ernesto Martinchuk

Por mucho tiempo me he sentido fastidiado por situaciones que hacen tanto a los periodistas como a los propietarios de medios. Generalmente no existe un fuerte sentido de la moralidad, sobre lo que está bien y lo que está mal. Si bien los considero honestos y decentes hacen cosas incorrectas para conseguir una noticia o lograr una “primicia”. Mis sentimientos acerca de los deslices morales de los periodistas y del negocio de las noticias en general, comenzaron a definirse en estos últimos años, cuando advertí la enorme división en la que se cayó cuando se comenzó a definir la profesión entre “periodismo militante” y “periodismo de corporaciones” o “periodismo independiente”.

Con la llegada de las computadoras y la digitalización, las redacciones de los medios no se diferencian de las oficinas bancarias: alfombradas, sin máquinas de escribir ruidosas o teletipos repiqueteando y alguien que, con un papel (cable) salga corriendo gritando URGENTE…. URGENTE…Las redacciones de las radios y la televisión están rodeadas de monitores y computadoras, con camarines de maquillajes para sus “figurones” que suelen tener salarios desfasados de la realidad, porque las estrellas presentadoras tienen que ser “respetables”.

He llegado a trabajar con gerentes que cuando llegaban a la redacción, saludaban al personal a través de su computadora.

Santos o sinvergüenzas, muchos cuentan  historias interesantes, otros degradantes donde la ofuscación y el irse por las ramas diciendo  palabrotas e insultando parecen lograr más reconocimiento que el trabajo serio y constante.

Cuando se estudia la Ética de una profesión, es necesario estudiar a la gente que lo desempeña porque los canales y las tecnologías en los que las desarrollan pasan a ser secundarios. La Ética –siempre lo sostuve-es la moral de la conciencia.

La regla de oro es entrenar a los periodistas sobre los distintos aspectos de la Ética y no permitir que este tema sea relegado a un lugar ínfimo dentro de las prioridades establecidas para la preparación profesional.

Es crucial asegurar la protección de las voces disidentes, no sólo porque pueden aportarnos toda o parte de la verdad que no poseemos, sino porque en el caso de que se trate de una opinión equivocada, esa voz disidente va a impedir que sostengamos nuestras creencias dogmáticamente. El periodista, es un analista crítico de la sociedad y su cultura, testigo presencial de los hechos que construyen y deconstruyen la realidad ante nuestros ojos. Investigador agudo, suscitador e informador social de la verdad de los problemas económicos, políticos, jurídicos, estéticos, sociológicos, tecnológicos y deportivos. Cronista ético de su tiempo, historiador en vivo, relator del drama, la comedia, la tragedia y la gloria humana, ha pretendido ser sustituido en las últimas décadas por una sola de sus partes “el comunicador”, reducido -a su vez- al papel de un especialista en empaquetar contenidos de conformidad a las necesidades del mercado noticioso. 

Sometido a los requerimientos del poder –económico y político- y a la reproducción de su hegemonía, un ser humano que ejercía “el mejor oficio del mundo”, como lo definió Gabriel García Márquez, a ser una tipología nueva de cosa, una especie de micrófono o pantalla, cuya función se limita a transmitir datos “precisos, oportunos”, y “veraces” -por verificados no por verdaderos-, innovación lingüística que esconde la sutil pretensión de ignorar, cuando no de asesinar o sepultar la verdad.

Pienso ahora en la Reflexión serena; conciencia de la responsabilidad que pesa sobre la propia pluma, honestidad para huir del insano afán de hablar de lo que no se sabe, y más honestidad todavía para medir el alcance de las ideas y de las palabras, todas estas reflexiones, según la natural variación de las circunstancias de cada momento, deben aplicarse lo mismo a los asuntos y géneros de mayor categoría que a los temas y secciones que parecen de menor responsabilidad.

El buen periodista cuida con idéntico esmero y unge igual con el óleo sapiente de la prudencia el artículo doctrinal y la simple noticia o gacetilla que salen de sus manos. Hay que documentarse bien y recomendar cautela: no cesar un momento de pensar con toda diligencia en huir de aparentar que sabe más de lo que en realidad conoce. Mantenga la modestia, que esa virtud es la gran aureola de cuantos avanzan derecho hacia el triunfo.

"Divide y vencerás", falló el antiguo oráculo en una célebre consulta sobre la estrategia para la victoria con las armas. La brevedad debe ser la musa predilecta de los periodistas. La atención del lector no está hoy educada para trabajos muy intensos ni intrincados, ni para párrafos muy extensos. Voltaire, a quien algunos llaman el primer gran periodista, amaba la concisión en los libros y en los escritos. Es preferible la claridad de lo sencillo a la confusión o imperfección de lo rebuscado y recargado.

Estamos atravesando los restos deplorables de una modalidad periodística que no da para más. Que descalifica a la profesión. La envilece por su falta de calidad. No hay tal realidad separada de quien habla y, por tanto, no hay verdades únicas. Solo hay verdades situadas, siempre en tensión. Lo que es verdadero para uno, no lo es para otro.

Por el bien común es preciso considerar las consecuencias de la desmesura y dejar atrás el simulacro, la batalla dual, la descalificación novelada de la peor calaña, la falta de dignidad periodística.

El gran reportero polaco Ryszard Kapuscinski dijo que una mala persona nunca podrá ser un buen periodista (Los cínicos no sirven para este oficio). Más allá de esa dimensión del asunto a la cual se debería atender de alguna forma, los periodistas también vamos a tener que aprender a convivir con esta cuestión de las verdades con raíces, las verdades en un territorio en particular.

El periodista es esencial para ayudar a los ciudadanos a navegar en medio de una inmensa amalgama de contenidos en la que a menudo se funden sin distinción informaciones reales, invenciones pueriles y manipulaciones.

La esencia del periodista es la misma, trabaje en el formato que trabaje: ser curioso, preguntarse el por qué de las cosas, tener agenda, contrastar los datos, manejarlos con precisión, ser respetuoso de las fuentes y con el lector u oyente, trabajar con rigor y dotarse de una buena dosis de humildad, hagan lo que hagan y lleguen donde lleguen. El periodista tiene un papel de conciencia y de creación de opinión.

¿Cómo contar la pobreza, el hambre, las guerras? No se puede escribir sobre algo o alguien con quien no se ha compartido, al menos un tramo de la vida. Éste es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no existe otra forma de ejercitarlo. Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio profundo y revolucionario.

Hoy muchos existen muchos dueños de medios, “gerentes” o “productores”, que ni siquiera han ejercido el periodismo y no podrán dar un consejo, porque no tienen la más mínima idea de cómo se realiza este trabajo. Su misión no es como mejorar nuestra profesión, sino como ganar dinero, o mantener el rating.

Hay dos vertientes reduccionistas de la profesión que es urgente confrontar, considerando los impactos de su accionar sobre las vidas cotidianas de nuestras sociedades: por un lado, los amarillistas, que siempre envilecen la profesión como pura mercancía; por el otro, los que pretenden hablar de la realidad con imparcialidad mercenaria.

Los periodistas trabajan con personas a las cuales intentan explorar e investigar desde la experiencia personal. Son los otros, los entrevistados, los que dan sus opiniones, los que interpretan para nosotros este mundo que intentamos explorar y comprender para poder describir.

Heinz von Foerster manifestó: “Objetividad es el delirio de un sujeto que piensa que observar se puede hacer sin él”. Dos visiones con consecuencias indeseables que es imprescindible examinar desde el espacio crítico de los estudios de la comunicación.

El enfoque de un medio no es casual ni inofensivo, sino por el contrario deja al desnudo la médula ideológica de ese medio, y su verdadera intención en la puja distributiva del poder económico, social y político nacional.

El hombre contemporáneo sólo cree en lo que ve. Pero hay una esencial diferencia entre ver y entender. Para entender es necesario leer; para ver, sólo basta con mirar. Hay muchas imágenes pero poco contenido.

Es corrupto aquel que, para ascender en su carrera, un día se encarniza interrogando a un candidato y al siguiente le sostiene el micrófono a otro, para que declare lo que se le ocurra.

Son varios los periodistas que han obtenido permisos para operar emisoras como recompensa por su parcialidad en los reportajes. Obviamente, estas recompensas tienden a reproducir las adhesiones políticas y las restricciones a la información.

Existen asimismo otras formas menores de corrupción periodística, como la venta de tapas de revistas y suplementos para mejorar la cotización de algún jugador de fútbol o aumentar la de una actriz, o un político. En este proceso intermedian, inevitablemente, los periodistas. Los citados son subproductos periodísticos donde la calidad de redactor se une a la de productor publicitario, con un claro predominio de esta última condición, de modo que la nota que se publica es la que aporta publicidad.

La corrupción en la profesión periodística -fenómeno con el que convivimos habitualmente en América Latina- es el producto de democracias débiles. Son las propias empresas quienes alientan la corrupción profesional y ésta se transforma, muy a menudo, en condición para el ingreso y el progreso laboral.

La corrupción de los periodistas es un fenómeno que no podrá erradicarse sin el establecimiento legal del fuero periodístico y la consagración del habeas data. Es justamente la ausencia del fuero periodístico-unida a una débil presión moral del gremio y la sociedad- quien permite que, impunemente, la corrupción se instale en la profesión. Mientras la función de la prensa en la sociedad no sea estatuida legalmente y el rol de empresarios y periodistas no esté definido, la elevación del profesionalismo no será posible; menos aún la defensa de los periodistas que son perseguidos por cumplir con su deber. 

Las palabras nunca son inocentes

Pueden ser fugaces y rápidas como el viento, pero dejar las huellas de un huracán Pueden construir o destruir una ilusión en un segundo.

Pueden estimular o desmotivar a una persona. Pueden llevar alegría o tristezas. Están ahí para enaltecer o hundir. A veces no da lo mismo una palabra que otra, por mucho que el diccionario nos diga que son sinónimos.  

Las palabras pueden ser objeto de apropiación indebida y en vez de decir lo que significan puede inducir a errores. Con su uso incorrecto los discursos pueden cometer crimen de lesa verdad al manipular las palabras, forzándolas a ir más allá de la idea que ellas connotan. Las palabras no son adornos, son los materiales de nuestro pensamiento.

 Decía Kapuscinski: que el comienzo de las guerras no lo marca el primer disparo con un arma de fuego sino el cambio del lenguaje.

El lenguaje del odio llega antes que las bombas. "Las palabras no son ni inocentes ni impunes, -decía José Saramago- por eso hay que tener muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos respetamos a nosotros mismos. Las palabras no son una cosa inerte, de la que se pueda disponer como a uno le venga en gana. No hay que dejar que salgan de la boca sin que antes suban a la mente y se reconozcan como algo que no sólo sirve para comunicar”…

Y una última reflexión: A largo plazo, siempre ganará la verdad. Tal vez el Periodista pueda pensar en que su trabajo ha fracasado al suministrar material para la historia, pero la Historia no fracasará mientras él esté con la Verdad. La Ética, es la moral de la conciencia y lo hará intentar entender las motivaciones de todos los implicados en una situación

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