viernes, 28 de enero de 2022

La pandemia de los indiferentes


Por Carolina Davila (*)

Bastaron tan solo unos pocos meses para descubrir en qué se convirtió el planeta o, mejor dicho, las sociedades que lo habitan.

Primero era aplaudir todos los días a las 21 horas – casi como un ritual – a los trabajadores de la salud, como una forma de agradecer por estar en la línea de fuego y salvar vidas, aun dejando la propia en el camino.

Pero con el paso de los meses se fue perdiendo la empatía y la solidaridad, si es que alguna vez estuvo allí presente. Hoy, cuando la finitud del ser humano se hace presente, pareciera ya no tener impacto alguno.

Cuántas veces se escuchó decir: “Que se mueran lo que se tengan que morir”, “Es una gripe más”, “No nos van a encerrar”, “Es un virus inventado”, “No me pueden obligar a vacunarme”, “La vacuna es un veneno”, “Quieren instalar el terror”.

Todo centrado en la omnipotencia del hombre, en la creencia de ser inmortales o quizás de no estar preparado para asumir que todo terminará algún día y mejor negarlo porque así se hace más leve la idea de la inexistencia.

Pero, ¿para qué ir a la guerra y morir en vano si uno puede elegir no hacerlo y salvarse? La negación del dolor es – sin duda – la salida más fácil al momento presente, total después se ve, aunque el dolor jamás se va hasta enfrentarlo. Se oculta bajo la alfombra del inconsciente para seguir sobreviviendo.

Y no es tan lejano a lo que se enfrentó la sociedad por aquel marzo del 2020. Había aparecido un virus que mataba a miles de personas todos los días en el mundo y la única salida era salvarse, “quedarse en casa”, aunque para muchos eso representaba algo mucho peor que el virus mismo.

La complejidad de la existencia humana vino a poner en jaque el modo de vida, las creencias, la filosofía sobre nosotros mismos y el virus llegó para irrumpir esa monotonía, esa simple existencia, esa manera de vivir sin replantarse nada. Y qué mejor una crisis para despertar del infierno.

La llamada “nueva normalidad” de la que se habla no existe como tal porque quedó demostrado hasta dónde se puede negar un problema, nada ha cambiado.

Ninguna decisión por parte de las potencias del mundo se ha cuestionado el modo de gobernar y las sociedades, agotadas por los problemas terrenales, ya quieren dar vuelta de página y seguir viviendo como antes, aunque ya no se podrá porque no se vuelve al pasado, toca seguir.

Si nada cambia, si nada se transforma en algo mejor, entonces, estaremos frente al eterno retorno del que hablaba el filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, la realidad se repetirá una y otra vez, de la misma manera, por toda la eternidad.

Querrá decir que la humanidad no ha aprendido nada, ni aún cuando su finitud se ponga delante y le diga: “Aquí estoy”. Y la única pandemia que podremos observar será la de los indiferentes, aquellos que miran para otro lado para que todo siga igual, aunque sepan que ya no lo es.

(*) Licenciada en Ciencia Política (UBA). Periodista acreditada en el Congreso de la Nación desde 2014. Trabaja en radio y medios digitales. Especializada en técnica legislativa y análisis de discurso político.

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