“El periodismo es una forma de vivir” Magdalena Ruiz Guiñazú
Por Ernesto Martinchuk
Cuando desaparece físicamente una persona que ha sido honesta y fiel a sus convicciones, coherente con su pensamiento y su accionar, se apaga lentamente el centelleo de una estrella en el universo y aunque nos queda su huella como recordatorio de que existió un artífice, su paleta y sus pinceles ya no tienen cómo volver a expresar esa fuente de energía que se ha ido irresponsablemente… Pero no desaparece en vano quien vive en la memoria de la gente. Ese es el legado que ha dejado la Periodista Magdalena Ruiz Guiñazú.
En el periodismo argentino es común el facilismo con que muchos jefes, editores y cronistas asumen sus obligaciones con el público. En general no existen espacios internos diarios para hacer crítica y autocrítica de su trabajo cotidiano, de encontrar nuevos ángulos y voces a cada noticia, sin plantearse construir y mantener una agenda propia que marque distancias con la competencia. Los canales de noticias parecen transmitir en cadena, y se mantienen en la cómoda, pero obsoleta escuela del periodismo declarativo (dijo, añadió, agregó, finalizó) que no cuenta la realidad sino que la filtra (y la distorsiona) a través de los criterios subjetivos de analistas, juristas, constitucionalistas, comentaristas, y ahora, los “expertólogos”, personajes que conocen y se atribuyen autoridad para opinar sobre todo.
Analizando un poco el contenido de los medios, nadie sabe bien qué pasa sino lo que algunos dicen que pasa. No logramos advertir los procesos sino instantáneas, momentos inconexos: declaraciones, comunicados, conferencias de prensa. De ahí la excesiva importancia de comentadores, enterados, “opinólogos” y otras especies para periodísticas en el menú editorial de los medios.
No existen nuevas voces
Existen muchas justificaciones para esa manera de hacer periodismo. Se aduce, por ejemplo, que no hay tiempo para buscar nuevas voces y que las de siempre, las que se repiten casi todos los días en casi todos los medios, son calificadas, conocedoras, manejan la dinámica de los medios y son expertas en los temas sobre los cuales se las consulta.
Pero el resultado es nefasto: los medios se vuelven relacionistas públicos, asesores de imagen, publicistas y promotores de esos personajes, para dejar de ser medios de información y análisis.
Así podemos decir que las opiniones de los “expertólogos” se convierten en influyentes oráculos, en conceptos definitivos e irrefutables para que la sociedad trate de armar consensos en torno a sus criterios ampliamente difundidos, casi en simultáneo, por la prensa escrita, la radio y la televisión, que luego son reproducidos en las redes sociales.
En otros casos, las consultas a esos personajes son un disfraz del medio o de los periodistas para editorializar sobre hechos en los cuales hay que simular que se hace información, cuando en realidad lo que se hace es opinar...
En realidad, si se quiere aparentar equilibrio informativo en esas situaciones, a lo mucho se escogerá a dos expertos con criterios opuestos entre sí, pero por lo general la selección de los “opinólogos” estará filtrada por la subjetividad, las simpatías o antipatías de quienes en la sala de redacción y/o producción, deciden a quién consultar y a quién no. Y es muy probable que esa selección tenga que ver más con la ideología o el parecer de los que manejan los contenidos o los dueños de los medios, que con el interés de la sociedad de recibir pedagogía en los temas que son de su interés.
Mala praxis periodística
¿Por qué se repite tanto esta mala práctica periodística? Porque en las salas de redacción hace falta la pausa en medio del vértigo. La pausa para una reflexión colectiva, abierta, franca, en la que todo el equipo renueve conceptos, criterios y maneras de escoger temas y decidir a qué fuentes consultar, cuando sea necesario contar con opiniones que contextualizan los hechos.
Las salas de redacción tienen el deber ineludible, siempre y en cada hecho, de esforzarse por contar la realidad tal como ocurrió, sin interpretaciones, filtros o análisis disfrazados de noticias. La pauta publicitaria o la dirección de la empresa no deben tener injerencia.
Si por necesidades de contextualizar la información, el medio se ve forzado a buscar opiniones y criterios, éstos deben reflejar la enorme diversidad de puntos de vista que existen en la sociedad, en especial cuando los temas son cruciales tanto para el país, como para la comunidad.
El periodismo debe volver a sus fuentes, dejar el confort de la oficina, hacer a un lado el teléfono, gastar las suelas de los zapatos para percibir todo lo sorprendente y novedoso de lo que ocurre cotidianamente en las calles.
El público debe tener los elementos de análisis y las herramientas básicas que le permitan sacar sus propias conclusiones para poder contribuir a una mayor calidad de la democracia.
Dominan los mediocres
Pero en general, el mundo está dominado por mediocres. Esos que sofocan a todo aquel que sobresale. Esos que hablan poco no por prudencia sino porque, en cuanto lo hacen, iluminan con su miserable mediocridad. Esos que utilizan la mediocridad para atraer a los mediocres que compactan a la inmensa mayoría de humanos que constituyen esta sociedad.
En épocas pasadas, es cierto, que los más brutales se imponían. Pero se imponían en buena medida porque, además de ser brutales, también eran más “inteligentes”: Alejandro Magno, Napoleón, Gengis Khan o Atila responden a ese perfil. Pero las democracias occidentales, -principalmente en el grado avanzado de su desarrollo- han traído el gobierno de los mediocres, de los necios y los mentirosos. La ineptitud, como jamás fue, es lo que granjea más admiradores, y lo peor es lo más celebrado por las mayorías.
Pura mercancía
La información, que antaño valía por su función cívica, es hoy pura mercancía. Se la juzga si sirve para vender o no. El marketing es el oráculo de la modernidad tardía. La inteligibilidad no genera compromisos.
Mientras tanto, el paradigma de “ver es comprender” sigue su curso. La TV, en muchos casos, prescinde del periodista como vínculo entre los acontecimientos y los públicos. Este mediador institucionalizado desde los albores mismos de la humanidad, es hoy el eslabón más frágil de la cadena comunicativa.
Pero el surgimiento de los portales digitales y los “weblogs”, páginas personales puestas en Internet a costo casi nulo, intentan agregar pulso a un contexto de información empobrecida y descartable. Esto nos recuerda que la necesidad de saber palpita, aunque solo sea el reflejo de minorías generalmente ilustradas, conscientes de las carencias de información y dispuestos a aportar una herramienta que va ganando espacios y gravitación, en un mundo donde se ensanchan los abismos.
La televisión
La TV privilegia la imagen, ese es su fuerte. Desecha todo lo que no pueda traducirse en imágenes. Su ideal es el registro directo en tiempo real. Ofrecer a la audiencia global, cómodamente en sus casas, enlazadas mediante redes terrestres y satelitales, una platea privilegiada para asistir a los acontecimientos que sus productores juzgan significativos.
Giovanni Sartori en su libro “Homo Videns” había alertado sobre la primacía de la imagen, es decir “de la preponderancia de lo visible sobre lo inteligible, lo cual nos lleva a ver sin entender”.
Para los noticieros de TV argentinos informar, en general, debe ser una experiencia grata, sin esfuerzos de interpretación. El espacio informativo debe ser parte de un show continuo, donde los géneros no se diferencian entre sí. Ficción y no ficción deben ser dos caras de una misma moneda: entretener.
El concepto televisivo de informar es entonces, un mundo de imágenes, y sonidos, referidas a realidades que, si no son poco complejas, se las debe simplificar para ser parte de un show y que el espectador crea que de este modo está correctamente al corriente de lo que acontece a su alrededor.
Los desplazados
Los medios escritos, -desplazados del liderazgo por la TV- han tenido que efectuar grandes cambios para acomodarse a la nueva realidad. Comparando ejemplares de distinta época de cualquier medio gráfico, veremos que hoy resalta inmediatamente que tienen menos texto, hay una mayor cantidad de imágenes, infografías, espacios en blanco, con una preeminencia del diseño por sobre el contenido. El arrastre de la TV se impone a todos los medios, incluso en la radio, la imagen es la reina de la noticia, y se han desplazado los textos imprescindibles que el periodista ofrecía para entender los acontecimientos.
Esta concepción ha traído a las redacciones otros profesionales relacionados con el impacto visual. El secretario de redacción ha sido sustituido por el productor general. El sentido es cada vez menos importante. Los periodistas, asociados a la palabra, la cenicienta de este relato, cada vez valen menos, cada vez se los necesita menos. Hoy cualquiera es “periodista”. Basta con mirar los zócalos escritos en algunas notas.
Así, aparece como un contrasentido que, en la medida que las sociedades se tornan más complejas, la lectura que se nos ofrece sea tan liviana, siempre al borde de la puerilidad, recostando en cuestiones anecdóticas y superfluas, la aproximación a los asuntos públicos.
Para ello cuentan con la anuencia de una sociedad pasiva, acrítica y escéptica. El perfil de un receptor promedio es el de una persona que conoce muy poco y le interesa menos lo que sucede a su alrededor. Solo retiene retazos de reiterativas cuestiones de gran carga dramática, que se presentan como significativas por la agenda mediática y que, por lo general, se trata de una sucesión interminable de conflictos entre referentes públicos o una pormenorizada cobertura de las cuestiones policiales o hechos sangrientos diversos. Aquello que antes se consideraba propio de la prensa denominada sensacionalista, hoy es moneda corriente en casi todos los medios, con escasas excepciones.
Este receptor desconoce que ignora lo sustancial. Cree que esta situación de sucesos recortados en la compleja realidad cotidiana, es el paradigma del saber. La acriticidad se explica en la comprobación de que “a este país no lo arregla nadie”, el escepticismo es la consecuencia inevitable. Salvarse solo es la salida, y ha vuelto la era del pasaporte y el pasaje de avión.
Más necesario que nunca, hoy el periodista es lo menos importante cuando la idea de informar de un modo completo y responsable ha dejado de ser un objetivo de las empresas periodísticas, cuyas propiedades se van concentrando y a la vez, trasladando a inversores anónimos a los que solo les interesa el lucro como único cometido.
De esta manera se alinean las voces de acuerdo con los intereses de los propietarios, o testaferros, y el debate esclarecedor, oxígeno de las democracias maduras, se convierte en un objeto de manipulación a favor de intereses que nunca son los de las mayorías.
La información: base de la democracia
El acceso a la información no es parte de una plataforma política de derecha ni de izquierda. No es un derecho de los ricos ni de los pobres. Es una regla de juego básica de la democracia. Es un derecho humano que, además, nos sirve como instrumento para tener una mejor educación, una mejor salud, un mejor gobierno y un mejor mercado. La información es prerrequisito indispensable de la libertad de expresión y de la participación política. Sin ella, las personas no tienen forma de participar en la vida pública con conocimiento y fundamento sobre lo que deben decidir en una elección o en una audiencia pública.
La información es fundamental para desarrollar nuestras vidas privadas y para ejercer nuestra ciudadanía.
Magdalena Ruiz Guiñazú, sostenía que “el periodismo es una forma de vivir”, siempre se enfrentó a los abusos de poder que se cometieron en diferentes etapas de la historia argentina: nunca dejó de luchar contra quienes atacaban los valores humanos de la sociedad. Su cultura, formación e inteligencia eran memorables: fue miembro de la CONADEP, la Academia Nacional de Periodismo y recibió una gran cantidad de premios y honores tanto en la Argentina como en el extranjero.
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