A la sombra de la pugna entre Estados Unidos y China hay un tercer actor global a la espera de su momento: la India. En algún lugar de este país, tan inmenso que quizá sea mejor hablar de un subcontinente, se escuchará estos días el llanto del bebé recién nacido que lo convertirá en el más poblado del mundo, al alcanzar los 1.425.775.850 habitantes y superar así a China. Algunas proyecciones consideran que este hito —previsto para el viernes 14 de abril, según estimaciones de la ONU, aunque otros análisis consideran que ya ha sucedido— marcará además un profundo cambio en las próximas décadas: con ese bebé indio, uno más entre millares, de algún modo comienza también una nueva narrativa del siglo XXI, con una potencia en auge, de creciente peso económico y en busca de su sitio en el mundo.
El contexto internacional parece propicio: Nueva Delhi ofrece algo así como una tercera vía en un mundo convulso y encaminado a una nueva Guerra Fría. El país acapara, además, varios focos, no solo por la población. Entre otras cosas, ejerce este 2023 como presidente de turno del G-20, el foro en el que se dan cita las economías más relevantes del planeta. Y cuenta con la voluntad declarada del Gobierno de aprovechar la oportunidad para marcar el paso dentro e influir fuera del país. Narendra Modi, el primer ministro, fijó el tono de ese vector geopolítico emergente el año pasado cuando el PIB de la excolonia británica superó al del Reino Unido y se convirtió en la quinta economía mundial: “Hemos dejado atrás a quienes nos gobernaron durante 250 años”, dijo. “No nos detendremos ahora”, advirtió.Las expectativas son altas. En un año marcado por el pesimismo y con unas economías agrietadas por turbulencias de todo tipo, “la India sigue siendo un punto brillante”, aseguró Pierre-Olivier Gourinchas director de análisis del FMI, al presentar las perspectivas económicas para 2023. Junto a China, la India será este año la locomotora del planeta: entre ambas aportarán el 50% del crecimiento mundial. Corporaciones gigantescas, como Apple, han comenzado a trasladar parte de su producción al país. El State Bank of India cree que el país se convertirá en la tercera economía del planeta en 2029. Y hay quien va más allá: “Muchos han dicho que es la década de la India. Yo pienso sinceramente que es el siglo de la India”, aseguró el año pasado en una entrevista Bob Sternfels, consejero delegado de McKinsey, una consultora multinacional. Entre sus argumentos esgrimía la población: el país, dijo, va rumbo de convertirse en un polo manufacturero y para 2047 se espera que el 20% de los trabajadores del globo sean indios.
Algunos analistas indios consideran que, efectivamente, ha llegado el momento del salto. “Mientras China se enfrenta ya a una crisis demográfica, la India está cosechando un dividendo demográfico”, cuenta Brahma Chellaney, profesor de estudios estratégicos en el Center for Policy Research, uno de los laboratorios de ideas más prestigiosos del país, con sede en Nueva Delhi. La edad media, dice, ronda los 28 años, lo que convierte al país en uno de los más jóvenes del mundo. Esta población ”está impulsando un rápido crecimiento económico, contribuyendo al auge del consumo e impulsando la innovación, como pone de manifiesto el desarrollo de una economía de la información de categoría mundial”, valora.
El proceso lleva tiempo en marcha. Ya antes de la pandemia, el historiador superventas Peter Frankopan daba cuenta de ello en Las nuevas rutas de la Seda (2018), un libro que trata de poner sentido en las “complejas redes que conforman el sistema nervioso central del mundo”. “La espectacular expansión de la clase media india durante las últimas tres décadas continúa en la actualidad a un ritmo extraordinario. Aunque algunos economistas señalan que la distribución de la riqueza en la India es muy desigual y son los ricos quienes se han beneficiado de forma desproporcionada, el hecho de que el número de hogares con una renta disponible de más de 10.000 dólares al año aumentara de dos millones en 1990 a 50 millones en 2014 resulta revelador”.
Esos datos son ya viejos, pero siguen siendo significativos. Hay otros más actualizados: el gasto final del consumidor se ha duplicado con creces en la India desde 2010, hasta alcanzar los 2,25 billones de dólares en 2021 (unos 2,05 billones de euros), según el Banco Mundial. “Esto es solo el comienzo de una transformación radical tanto por sus dimensiones como por su trascendencia”, señalaba Frankopan.
A lo puramente económico se le añade una dimensión que acerca la excolonia a los valores occidentales, según el analista Chellaney: “A pesar de su inmensa diversidad cultural y étnica, la India es la primera economía en desarrollo que, desde el principio, se ha esforzado por modernizarse y prosperar mediante un sistema democrático”. El reto, añade, es “aprovechar al máximo” los costes laborales relativamente bajos y el creciente interés de empresas occidentales por desplazar la producción desde China para convertirse en “una potencia manufacturera”.
Ese interés ha ido creciendo durante el letargo pandémico en el que Pekín apostó por una estrategia de covid cero que mantuvo sus fronteras prácticamente selladas al exterior durante tres años; a lo que se suman las fricciones con Estados Unidos y el miedo a un conflicto en Taiwán. “Las empresas no están abandonando el gigante asiático, pero sí diversificando: la inversión que podría ir a China se está yendo a otros lugares como Norteamérica, la India o el sudeste asiático”, cuenta Bettina Schoen-Behanzin, vicepresidenta de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China.
Pieza clave para EE UU
La puerta que se le ha abierto a la India no es solo económica sino geopolítica; el país trata de posicionarse “como puente entre potencias rivales”, según Chellaney. Nueva Delhi navega bien entre dos, tres o incluso más aguas durante este período de marejada. Tiene una histórica alianza con Rusia (nunca ha condenado la invasión de Ucrania; Moscú es su principal suministrador de armas y, tras la invasión de Ucrania, su principal fuente de petróleo); a la vez forma parte de la Organización de Cooperación de Shanghai, en la que se codea, entre otros, con Rusia, China (con la que mantiene un conflicto fronterizo aún candente) y Pakistán (otro de los países con los que comparte una larga trayectoria de hostilidad); pero a la vez, ha estrechado lazos con Occidente, con quien se junta en el foro de seguridad Quad, enfocado en el Indo-Pacífico, y en el que participan Estados Unidos, Australia y Japón: para Washington, la India —una potencia nuclear— se ha vuelto una pieza cada vez más importante para contrarrestar el creciente poder de China en la región donde muchos de sus intereses están en juego.
El hueco de este país como pivote es, quizá, único en un “mundo geopolíticamente fluido”, añade Harsh V. Pant, vicepresidente de Estudios y Política Exterior en Observer Research Foundation, un instituto de pensamiento con sede en Nueva Delhi. “La India está tratando de proyectarse como un país que puede llenar ciertos espacios”, añade.
Para el ministro de Exteriores indio, Subrahmanyam Jaishankar, la idea central es que su país ya no tiene que regirse por las reglas dictadas hasta ahora: “Hemos sido condicionados para pensar en el mundo pos-1945 como la norma y para ver cualquier salida de este mundo como un desvío”, cuenta Jaishankar en su libro The India Way: Strategies for an Uncertain World (2020). “De hecho, nuestra propia historia compleja y plural subraya que el estado natural del mundo es la multipolaridad”.
La llamada doctrina Jaishankar tiene mucho que ver con la población y el creciente orgullo nacional impulsado tras la llegada de Modi al poder. “Una demografía más joven y una mayor concienciación contribuyen a reforzar la confianza [de la India] en sí misma”, relata en el libro. “Una India con aspiraciones dará inevitablemente mayor prioridad a la consecución de objetivos nacionales y al establecimiento de una presencia mundial”. Las dinámicas globales están cambiando y también lo hacen las capacidades indias y sus ambiciones. La oportunidad, añade, no se puede desaprovechar: “Nuestra capacidad para afrontar los retos internos determinará el lugar de la India en el mundo. Al menos ahora estamos centrados en los temas adecuados: digitalización, industrialización, urbanización, crecimiento rural, infraestructuras, competencias”.
Si el teatro geopolítico va a ser un espacio disputado con el Indo Pacífico en el centro de gravedad, añade el analista Pant, va a ser necesario involucrar a su país. “Creo que los responsables políticos indios reconocen que es un momento que no pueden desaprovechar, que tienen que responder”. Y pone como ejemplo la ambiciosa política comercial exterior lanzada la semana pasada, que se ha marcado como meta alcanzar los 2 billones de dólares (1,8 billones de euros) de exportaciones en 2030, lo que supondría casi triplicar la cifra actual.
Por grandes anuncios como este hay quienes consideran que estamos ante un “exceso de entusiasmo”, que en el fondo le hace un flaco favor al país. “La realidad sobre el terreno es otra”, arranca Sushant Singh, también analista del Center for Policy Research. Este exmilitar (ejerció durante dos décadas) y luego periodista (fue subdirector de The Indian Express) traza un panorama más sombrío: la India, dice, sigue siendo un país muy pobre y muy desigual en el que, si uno quiere subrayar la relevancia que tiene como sede del G-20, debería dejar claro también que es el de menor renta per cápita de entre esos 20: poco más de 2.000 euros, por debajo de países como Bangladesh o Ghana. En valores absolutos, el PIB de la India es de unos 3,5 billones de dólares, frente a los 18,3 de China y 25 de EE UU, según datos del FMI.
La mano de obra, prosigue, no está suficientemente formada como para favorecer ese cambio que muchos pronostican (el 46% de los mayores de 25 años no han acabado la primaria, según la OCDE). Apple, pone como ejemplo, tiene dificultades para el suministro de piezas que cumplan con los estándares, según el diario Financial Times; sigue siendo un país eminentemente agrícola (el sector emplea a un 45,5% de la mano de obra a pesar de representar un 20% de la economía); no son una economía exportadora (menos del 2% de las exportaciones mundiales de mercancías, según datos oficiales); las inversiones extranjeras directas cayeron un 15% entre abril y diciembre de 2022; las bajas cifras de paro, asegura, camuflan una vasta economía informal, y cuenta con una de las tasas más bajas del mundo de incorporación de la mujer al trabajo formal.
Ha habido avances, cierto. En la India, según la ONU, unos 415 millones de personas han abandonado la “pobreza multidimensional” en 15 años, un dato “histórico”. Pero aún queda recorrido: cinco de cada seis personas en la pobreza pertenecen a las tribus y castas más bajas. Y, según Oxfam, el 10% de la población atesora el 77% de la riqueza.
“¿Puede convertirse la India en una economía mayor?”, se pregunta Singh. “Claro. Pero no inmediatamente”. Ve difícil que el país pueda disfrutar del “dividendo demográfico”, ese momento al que en teoría está llegando la India, el mismo que ha permitido a China beneficiarse de décadas de desarrollo. El concepto, tal y como lo define la ONU en el mismo Informe de Población Mundial en el que pronostica el ascenso en 2023 de la India como país más poblado del planeta, es “la oportunidad para acelerar el crecimiento económico y el desarrollo social” gracias al “aumento de la proporción de la población en edad de trabajar”. En estos momentos, el 40% de la población india tiene menos de 25 años. Es más: en el mundo, una de cada cinco personas menores de 25 años es india, según estimaciones de la ONU citadas por Pew Research Center. La edad mediana de 28 años contrasta con los 38 en Estados Unidos y los 39 en China, los otros dos países más poblados, con tasas de envejecimiento superiores. En la India, los mayores de 65 representan un 7% (son el 14% en China y el 18% en Estados Unidos); y esta cifra permanecerá en la India por debajo del 20% hasta 2063 y no llegará al 30% hasta 2100. A la vez, la tasa de fertilidad ha ido cayendo desde los 5,9 hijos por mujer en 1950 hasta los dos actuales y se prevé que siga en trayectoria descendente.
Ese es el dividendo demográfico: la fase en que los coeficientes de dependencia disminuyen, lo que permite disponer de más recursos para aumentar las inversiones en educación, sanidad, empleo, protección social y pensiones, “fomentando así el crecimiento económico y el bienestar a corto y medio plazo”, explica el Informe de Población. Pero para eso “los países deben invertir en el desarrollo de su capital humano garantizando el acceso a la atención sanitaria y a una educación de calidad a todas las edades y promoviendo oportunidades de empleo productivo y trabajo digno”.
Deriva iliberal
Por este motivo, Singh prefiere llamar al caso indio “el desastre demográfico”. Y señala otros problemas graves a los que se enfrenta el país, como el giro iliberal emprendido desde la llegada al poder de Modi en 2014. Al frente del partido Bharatiya Janata, de corte nacionalista hindú, sus críticos denuncian la creciente deriva intolerante hacia otras religiones y minorías, y una excesiva concentración de poder. En enero, el Gobierno indio invocó leyes de emergencia para bloquear el visionado de un documental de la BBC en el que se examina el papel de Modi durante los disturbios ocurridos en Gujarat en 2002, cuando él era ministro principal de ese Estado: murieron en torno a un millar de personas, la mayoría musulmanas.
La organización sueca V-Dem, en su informe sobre la salud democrática global, califica a la India como una “autocracia electoral” y uno de los Estados que han ido a peor en la última década. Singh añade la creciente dificultad para ejercer algunas libertades, como el derecho a la información: Reporteros Sin Fronteras sitúa al país en el puesto 150 de libertad de prensa, entre Turquía y Sudán. Y deja claro un mensaje: nadie en el país está celebrando ni se le ocurrirá celebrar la llegada de ese niño o niña que lo convertirá en el país más poblado de la tierra. “El país no está orgulloso de su población”.
La evolución de la India contrasta con la de China, que en enero anunció su primer declive poblacional en las últimas seis décadas, consecuencia de una caída histórica de la tasa de natalidad y el acelerado envejecimiento de la sociedad. El número de habitantes se redujo en unas 850.000 personas en 2022, situándose en 1.411,75 millones de habitantes. Los expertos en demografía ven en este dato implicaciones de calado para el crecimiento económico del gigante asiático, que también se está ralentizanEl descenso de población en China es fruto, en gran medida, de la política del hijo único que rigió entre 1980 y 2015 con el objetivo de frenar de forma artificial el auge explosivo de la población. Desde 2021, el Gobierno permite incluso tener hasta tres hijos a las parejas casadas e incentiva la procreación para moderar la tendencia, pero la pandemia y el cambio en el modo de vida provocado por el desarrollo suponen un freno. Para 2050, China habrá perdido casi 100 millones de habitantes más, según proyecciones de la ONU citadas por Pew Research Center. En 2100, la población será inferior a los 800 millones.
“En el futuro, China se enfrentará al mismo problema [de crecimiento económico] que los países de la UE”, cuenta Yi Fuxian, investigador médico de la Universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos) y autor de Big Country With an Empty Nest (2007), en el que abogaba por el final de la política de hijo único en su país de origen. Los problemas serán similares, con costes crecientes de pensiones y cuidados médicos, y una producción menos dinámica: “La fuerza de trabajo es la espina dorsal de la economía”. Cree que ese declive convertirá muy probablemente a la India en la principal economía mundial, lo que obligará a plantear un reajuste en las relaciones internacionales.
Poonam Mutreja, directora ejecutiva de la Population Foundation of India, una mujer con más de 30 años de experiencia en el sector del desarrollo social, dice que, durante mucho tiempo, demógrafos y economistas “han asumido o han querido creer” que por el hecho de tener una enorme población joven el país [India] podría disfrutar de una ventaja demográfica. “Pero todos nos hemos dado cuenta, y creo que el Gobierno de la India también, de que el dividendo demográfico no es un fenómeno automático”. Hay que invertir en los jóvenes, en su educación y su salud, en el desarrollo de sus capacidades. “Se necesita cualificación para la empleabilidad. Ese es el reto que va a tener la India”.
En ese camino, Mutreja piensa que podrían forjar alianzas con otros países que necesiten mano de obra cualificada, como ya se ha hecho con Japón. La India cuenta con la fama: tiene trabajadores en sectores punteros repartidos por el mundo; varios de los consejeros delegados de grandes corporaciones (Microsoft, Google, IBM y, hasta hace poco, en Twitter y Mastercard) son de origen indio. Pero también ha habido, dice, una fuga de cerebros, por lo que una fórmula interesante para otros países podría ser “invertir en la cualificación” de la mano de obra india con vistas a su movilidad.
Mutreja reconoce que hay que trabajar aún mucho, especialmente en lo que tiene que ver con la educación sexual, la planificación reproductiva, la igualdad de género y la incorporación laboral de la mujer en una sociedad “patriarcal”. Pero observa los años por delante con optimismo: confía en que veremos más indios por el mundo y el país se irá convirtiendo en un centro manufacturero; el Gobierno está trabajando fuertemente en las infraestructuras, añade; hay un mercado potencialmente “enorme” y una clase media en expansión y el G-20, además, está permitiendo al Ejecutivo desarrollar una “brillante labor de relaciones diplomáticas”.
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