domingo, 27 de agosto de 2023

COMISARIO EVARISTO "EL PARDO" MENESES


      EL COMISARIO

Es curioso: el comisario Evaristo Meneses nació el 26 de octubre de 1907, en un pueblo llamado Cuatreros. Justo él, que se convertiría en un infatigable cazador de ladrones.

Treinta años en la Policía Federal le bastaron para transformarse en mito. Fue, seguro, el policía más reconocido de su tiempo; quizás, como ningún otro antes o después. Cosechó cientos de recomendaciones especiales de jefes de policía, jueces y funcionarios del Poder Ejecutivo.

Mucho se habló de sus métodos policíacos, de su mano "pesada" o de una cierta tendencia a dirimir los tantos a balazos. Pero incluso los ladrones a los que perseguía y apresaba, casi como deporte, aseguraban que Meneses era incorruptible y que nunca les hacía "comer un garrón".

El hombre de la calle, la gente común, lo querían. En el bajo Flores, donde vivía, los vecinos lo pedían como jefe de policía.

Estudió en Uruguay, y ya de chico el destino le hacía anuncios. Una vez, una maestra le preguntó qué era para él la policía. Meneses contestó: "Un gallo". Justo el símbolo de la Policía Federal, a la que entró el 2 de enero de 1934, como ayudante de tercera.

Detective, pero no de novela

De físico imponente, manos como adoquines y cara chata, se lo recuerda como una mezcla de los detectives Sam Spade, Dashiell Hammett y Philip Marlowe, de Raymond Chandler. Pero él, que fue protagonista de historieta en la desaparecida revista Fierro, de la mano de Sampayo y Solano López, decía que lo único que tenía en común con Marlowe era el gusto por el café con crema.

De traje gris oscuro o negro, siempre peinado a la gomina, con su "funyi", el cigarrillo en la mano y su 45 siempre pegada a la pierna derecha, lista para volar a la mano.

Dicen que logró triunfar sobre el hampa porque conocía como pocos la naturaleza humana. Creía que muy pocos ladrones se regeneraban. Pero que no era imposible. A muchos de los que encerró les ayudó a conseguir un trabajo decente. Meneses explicaba: "A lo mejor se cruzan con una mina piola y deciden andar por la buena..."

Desterró la costumbre de detener a gente por su aspecto. Una vez hizo soltar a un hombre cuando vio que tenía los zapatos rotos. "Lo menos que debe hacer un buen ladrón es afanarse un par de timbos . Acuérdense: los delincuentes de verdad andan en coche, bien trajeados y con las uñas lustradas", decía a los suyos.

Si lo acusaban por la presunta dureza de sus métodos para atrapar ladrones, repetía: "Mi picana es el lápiz. Los chorros le tienen miedo a la condena porque saben que conmigo no hay arreglo". Pero a la hora de actuar, no aceptaba dobleces: "Hay que enseñar a disparar lo menos posible. Pero, si es necesario, no hay que errar", era una de sus máximas.

Fue el artífice de los cinco años dorados de la mítica Robos y Hurtos, entre 1957 y 1962, la época dorada de las bandas de pistoleros con nombre y apellido. Meneses atrapó a la mayoría. Muchas veces lo hizo solo, y a mano limpia. Así, cayeron bajo su implacable tenacidad Jorge Villarino -el Rey del Boleto-, Manuel "Lacho" Pardo, El Loco Prieto, José María Hidalgo, el Mono Paz, Juan José "Pichón" Laginestra, Pérez Gris... Pocos se le resistieron.

Cinco años, 1.117 robos esclarecidos. Ese fue su récord. Pero le hizo ganar enemigos puertas adentro. Todos sabían que los envidiosos lo obligaron a retirarse a fines de 1964.

Así el mito se volvió investigador privado. Juraba: "Sólo agarro los casos que me gustan".

Con más tiempo libre, se dedicó a la pintura. Y sus manos, otrora duros "adoquines", se volvieron dóciles con pinceles y acuarelas. Nunca los recuerdos de las sórdidas noches porteñas se colgaron de sus lienzos. Sólo había lugar para esos bucólicos paisajes de campo que, de algún modo, lo hacían regresar a su viejo Cuatreros de principio de siglo, como en un círculo que se cierra.

El comisario inspector Evaristo Meneses murió solo y casi sin un peso. Fue el 26 de mayo de 1992. Tenía 84 años. Fue enterrado con honores en el Panteón Policial de la Chacarita. Se había ido el hombre. Pero no se extinguió su leyenda.

EL PARDO MENESES

La "boleta"

En la legislación argentina no existe la pena de muerte, pero en la jerga del hampa "la boleta" (muerte en un tiroteo) equivale a la horca. Contra ella no hay argucias legales. Solo rige la habilidad para el gatillo. La resonancia de éxito que tuvo Meneses en los procedimientos contra los delincuentes más temibles de la última década lo asoció, en la imaginación popular, al policía que confiaba más en el cañón de la 45 que en los jueces.

Meneses cuenta en su haber, como todo policía de acción, con varias "boletas". Pero no tantas como le atribuyen. Los hombres que actuaron a su lado, en la brigada de Robos y Hurtos, recuerdan su consigna: "No lo maten, no lo maten", repetida aun en ocasiones en que peligraba su vida. "El muerto no habla -explicaba-. La boleta aumenta el número de delitos impunes". Si se creyera en la estadística de los policías memoriosos, Meneses seria el jefe de Robos y Hurtos que ha hecho menos boletas durante su actuación.

Por ejemplo, José María Hidalgo, el asesino que "se la había jurado", se curó del asma a causa de un tiroteo en las afueras de La Plata. Cuando dejó de resistirse, con varios plomos en el cuerpo, se encomendó a Meneses: el "pardo" atendió sus súplicas y lo cargó por un lodazal de 30 cuadras. Hidalgo se salvó, se evadió de la cárcel y se fugó a Brasil, donde ahora cumple una condena por asesinar a tres policías.

Otro caso: En San Justo, el pibe Pedro P. (15 años) se entregó con los brazos en alto, encaramado en un gallinero, después de un tiroteo de 35 minutos a 100 kilómetros por hora, durante el cual había caído herido el cabo Pinos. Meneses, al grito de "No lo maten", le ajustó las esposas y se lo llevó. Cuando lo hizo comparecer, el pibe esperaba "la biaba", pero la venganza de Meneses era descubrir a sus cómplices. Le ofreció café y cigarrillos. Y el pibe cantó.

El loco Prieto (que murió hace poco, envuelto en llamas, en el penal de Devoto) nunca olvidó la afrenta de Meneses. El loco estaba cenando en la cantina de Paraguay y Ecuador. Meneses le había descubierto el "aguantadero" y no le perdía pisada. Entró al restaurante, dio un rodeo y se sentó a su lado.

-¿Cómo te va? -lo saludó poniéndole una mano en la espalda.
-No. Jefecíto. Perdóneme -exclamó el delincuente mirando al "pardo" con los ojos desencajados.
-Estás en cana.

"Ninguno de los que estaban en la cantina se dio cuenta que lo detuve - recuerda Meneses-. Lo senté atrás, y empezó a lloriquear. Le vendé los ojos para impresionarlo y me entregó diez coches robados. Confesó un homicidio y varios asaltos".

La picana

Entre los penalistas, Meneses tiene fama de incorruptible. Es la virtud unánimemente reconocida, aún por sus enemigos.

Mauricio Ravei, defensor de muchos presos encarcelados por Meneses, se excusa de opinar; aduce que solo actuó en casos de poca importancia y deriva la cuestión a otros colegas. Pero como él, son muchos los que no quieren comprometerse. Hablan en confidencia; "¿La picana? Ya lo creo. Picana y boleta. Los delincuentes le tenían un terror pánico".

Meneses, sin inmutarse, rechaza el cargo y cuenta anécdotas relacionadas con los abogados. "Tiene un fichero de delincuentes más completo que el de la policía. A mí me hubiera sido de gran utilidad", comenta refiriéndose a un conocido penalista cuya clientela -según confesión de éste- agrupa a un centenar de maleantes, Pero Meneses, que lo clasifica entre "los que no pueden hablar bien de él", rectifica:"Agréguele dos ceros más".

Marcos Oscar Litvak, un penalista joven (colaborador del doctor Luis I. Berkman) cree que "lo más positivo de Meneses fueron las patrullas encargadas de la vigilancia callejera. "En la represión de la delincuencia -dice- fue eficaz, pero con violación de otras normas del Código Penal ".

Ovillándose en su sillón y entrelazando sus piernas con los brazos, Litvak desliza una mirada de orgullo por los tomos encuadernados que tapizan el estudio del doctor Berkman, donde atiende en su ausencia. Con voz reposada y vigilando la transcripción del periodista ("Si se equivoca lo desmiento" reflexiona: "Como hombre de derecho, la bondad de la función ejercida por Meneses no me merece la opinión laudatoria que sería de desear. Pero los apremios ilegales no son invento de Meneses. Han sido práctica corriente en otras épocas, tanto en la policía argentina como en todas las policías del mundo".

En su casa de la calle Charcas (garage al frente, hall suntuoso al gusto rococó del 900, con el bufete contiguo), Ireneo Molina Pórtela, uno de los penalistas de más larga actuación en Tribunales, se cruza de manos y se pierde en una nebulosa evocación. "Conozco a la policía de memoria", se jacta. "Para mi solo hubo dos grandes Jefes de investigaciones: Eduardo Santiago y Evaristo Meneses. La intuición de Meneses era asombrosa. Veía a una persona por la calle y sabia si era un señor o un delincuente."

La evocación concluye con una confidencia: "Nunca tuvo automóvil propio. Usaba el de una persona amiga de él y mía. Muchos procedimientos los hizo con ese coche prestado, porque la policía no tenia vehículos para facilitarle". Al oír la palabra picana, reacciona; "Créame que los abogados que no apañan delincuentes deben tener admiración por Meneses, Cuando los detenidos le faltaban el respeto, usaba las manos. Pero no la picana. Si hubiera tenido una sola acusación por apremios ilegales sus enemigos habrían usado contra el ese argumento. Yo doy testimonio de que ni el loco Rivero, ni Aranguis, ni la banda de Prieto ni la gente de Villarino ni ninguno de los detenidos por Meneses que yo defendí y que pasan del centenar, lo acusaron de apremios ilegales".

"Mi picana -comentó Meneses- era el lápiz. Los asustaba haciéndoles cosquillas con la punta del lápiz. Lo que ellos temían era la condena. Sabían que conmigo no había arreglo. Yo de aquí y ellos de allí. Policía contra delincuentes".

El "arreglo"

Casa Muñoz. 214 trajes. Un hurto hormiga. El ladrón un empleado de la firma, se las había ingeniado para llevárselos vestido debajo de otro traje holgado que los cubría totalmente. Meneses tomó intervención y logró el secuestro de la mercadería. La casa quiso obsequiarle un traje a él y a los miembros de la brigada. Meneses permitió que sus muchachos fueran gratificados, pero él rechazó el ofrecimiento.

La coima o el soborno, inclusive el agradecimiento en pequeña o gran escala, resbalaron siempre por su conciencia, sin llegar a tentarlo. "Sé positivamente -afirma el abogado Portela- que uno de los asaltantes del Banco de San Miguel le ofreció más de un millón de pesos para que lo dejara fuera del asunto. Pero cuando la oferta llegó a sus oídos intervino con más saña. Detuvo a toda la banda y recuperó los 30 millones que los chorros habían limpiado de la caja fuerte. Meneses no transaba en nada. No le importaba nada de políticos o influyentes, Era de un señorío que hace honor a la policía."

El caso del joyero Porcel pinta de cuerpo entero la personalidad de Meneses. De vacaciones en Europa, Porcel se enteró que en su negocio de la calle Rivadavia al 11200 le habían robado cuatro millones de pesos en alhajas. Nueve días después, de regreso en Buenos Aires, fue a ver a Meneses, quien había tomado ya intervención en el asunto y por la técnica del robo (un boquete abierto en la pared desde el negocio contiguo), había identificado a los ladrones.

Porcel concurría todas las mañanas a Robos y Hurtos, pero Meneses no soltaba nada. Cada vez que lo veía exclamaba fastidiado: "¡Otra vez por aquí¡ Ya me tiene cansado. ; Qué se cree ? ; Qué no hacemos nada ?" El robo era el tema del día. Los amigos de Porcel lo preparaban: "Hay que saber perder. La policía, este asunto no lo descubre más y si lo descubre entrega la cuarta parte. El resto se lo guarda".

Meneses quiso darle una lección.

"Ya que usted cree que la policía se queda con los brazos cruzados le voy a dar parte en la investigación. Véngase esta noche con su coche. Vamos a montar guardia juntos."

Una tarde, Meneses lo llamó por teléfono y le dijo que lo esperara a las nueve de la noche frente al Tiro Federal. "Cuando llegó -cuenta Porcel- ya traía al ladrón, Me invitó a ir a la cueva de Ali Baba, un departamento de la calle 11 de Septiembre, donde, según había confesado el detenido, íbamos a encontrar todas las joyas. Le fallaron las ganzúas, pero Meneses, sin perder la calma, tiró abajo la puerta y me dijo; 'Entremos nosotros dos primero. Quiero que esté presente cuando hagamos el inventario'.

Y así fue. Estuvimos hasta las siete de la mañana clasificando las joyas. Cuando regresábamos a Robos v Hurtos -agrega Porcel-, comenzó a morderme el gusano de una preocupación que me rondaba por la cabeza desde el momento en que había visto las alhajas. "¿Cuánto le doy a Meneses?" En medio de la alegría de todos, mi perplejidad desentonaba. Di vueltas sin atreverme a abordarlo. El éxito y la limpieza del procedimiento me obligaban a gratificarlo. Pero Meneses se me adelanto;

-Le noto que tiene un entripado.
-No, señor Meneses.
-Usted no me engaña. Se le ve en la cara. Y se lo voy a decir. Está pensando con cuánto me va a arreglar


Traté de explicarle.

-Vea. señor Porcel
 -me dijo-. En el corto tiempo que hemos estado luchando juntos nos hicimos amigos, Olvídese de lo que está maquinando. No quisiera terminar mi amistad metiéndolo preso".

Porcel logró hacerle aceptar una medalla "Al comisario Evaristo Meneses, policía ejemplar" y obtuvo su consentimiento para publicar una solicitada en la que enaltecía el buen comportamiento de la brigada y de su ofendido jefe.

"Lavoro, lavoro, y más lavoro"

A Meneses no le gustan las novelas policiales. El hampa de los libros le parece irreal. "Los delincuentes de verdad -dice- andan en coche, bien trajeados y con uñas lustradas".

Cuando se hizo cargo de Robos y Hurtos los muchachos salían a buscar hombres con cara fea y mal vestidos. "Una vez -recuerda- me trajeron detenido por error a un sospechoso que tenía los zapatos destripados. Sin necesidad de interrogarlo, les dije que lo soltaran. Lo menos que puede hacer un malhechor es afanarse un par de zapatos. Pero no hay reglas sin excepciones. A veces alguno tiene cara de chorro".

La brigada de Robos y Hurtos tenia solo 13 hombres: dos oficiales, dos sargentos y. el resto, personal de tropa. Meneses les exigía que lo siguieran las 24 horas (dormía, habitualmente, cuatro). A las 9 de la mañana estaba en su despacho cumpliendo las tareas administrativas. Después de una breve siesta reanudaba sus funciones en Robos y Hurtos y a la noche salía de caza.

Sus estrategias de seguimiento colman la medida de lo verosímil; en ocasiones, cuando el "aguantadero" del ladrón era demasiado solitario como para montar guardia en la calle, lo esperaba en la misma casa, doblado en cuclillas dentro de la carbonera.

"De noche -refiere Meneses-, Buenos Aires es otro mundo. Es otra gente la que va por sus calles. La que está en acecho y ve bajo el agua. Individuos que lucran con el vicio de otros. El hombre -acota- delinque para satisfacer el vicio y no por egoísmo. Si emplearán la misma habilidad para una empresa comercial ganarían más que con el robo. El hombre de la calle, el "gil", como le llama el hampa, tiene una idea equivocada de delincuente. Lo idealiza. Cree que es un héroe, pero es un cobarde. La valentía es un impulso noble. El ladrón mata por temor. Son muy pocos los que se regeneran. Conocí a algunos. Eran delincuentes activísimos, a los que en un momento dado una mujer encauzó por una nueva vida. Yo fui amigo de ellos. Los visité v traté de ayudarlos.

Créame que para el policía es muy importante conocer la psicología del hampa. La inclinación de estos hombres hacia ciertas formas del delito no es casual: es una consecuencia de su temperamento y de sus cualidades intelectuales. Persisten toda la vida en su especialidad. De viejos, su impulso se atempera. El pibe Muñeca, hábil ratero en su juventud, me confesaba: 'Jefe, me tiemblan las manos. Cuando estoy adentro de una casa tengo miedo'. Como él, los ladrones, al llegar a viejos, se hacen cuenteros, levantan juego o venden cocaína. Pero son un peligro toda la vida. Muchos se convierten en jefes de banda. Se rodean de jóvenes y los aleccionan y amparan, explotándolos con el cuento de sus hazañas. Lo mismo que el jugador de fútbol, que se hace entrenador".


El método de Meneses se resume en esta definición: "Lavoro, lavoro y más lavoro". Y agrega: "La carrera del policía de acción es ingrata. Tiene que abandonar el estudio y otros policías lo aventajan. Y además hay que exponerse y andar en la cuerda floja, frecuentando los lugares de libertinaje y trabando relación con hombres y mujeres de vida dudosa. La gente piensa siempre lo peor de un policía. Yo tenía hasta vergüenza de ir a un cine pensando que el público podría juzgarme: "Mira a Meneses. Mientras él se divierte los chorros andan sueltos".

Meneses llegó a organizar minuciosamente una vasta organización de batidoras, las cuales, por su profesión, están al tanto de los manejos del bajo fondo. Es muy difícil que un delincuente que se ha embolsado varios millones en un solo golpe se contente con disfrutarlos a solas. Después de cada atraco, Meneses acentuaba las visitas a los cabarets -en busca del pájaro de turno. Uno de los lugares predilectos era el Little Love. en la pendiente de la calle Viamonte. Roberto Patricelli, propietario del dancing, lo conoce desde hace más de 20 años. "Paraba el coche en Reconquista y Viamonte. Era muy popular. Todos mis colegas salían a saludarlo. Muchas veces venia sin compañía. Pero. jefe, ¿cómo anda solo?, lo increpaba. 'Si me la tienen que hacer -decía-, me la van a hacer en cualquier parte.' Se sentaba con la 45 bajo el muslo. Tomaba un whisky y pagaba. Aceptaba invitaciones, pero no de las mujeres, con las que cuchicheaba en voz baja, como un cliente más." El mozo también guarda un recuerdo grato: "Cada vez que le entregaba el sombrero me daba 50 pesos".

Las amantes platónicas

Medianoche en el restaurante de la Casa del Boxeador. Como todos los jueves, la peña folklórica prolonga la cena hasta las dos de la mañana. "Meneses cae todas las noches -insiste el propietario del local, Alfredo Magido-. Es infaltable. -Mira el reloj y ensaya un ademán persuasivo-. Unos minutos más y estará aquí."

Lo ubica imaginariamente, parodiando sus pasos: "Entra, cuelga el sombrero. Deja el revólver en el cajón y pide un vaso de vino v una ensalada de chauchas, o si no un bife. De postre, pan restado v queso. Lo conozco desde hace 25 años. Ayer, después de saludarme, me dijo: 'Alfredo, estoy aburrido'. Le mostré el recorte de un periódico brasileño, donde decían que allí necesitaban a un hombre como Meneses para acabar con los chorros, y le insinué que se fuera a Brasil. Pero meneó la cabeza. Bueno, salí a bailar con una chica, insistí. "No, soy un pata dura'.

Una sola vez logré hacerle bailar un tango con Olga, una amiga de mi mujer. Pero él se rehusó a seguir: 'Si insistís tanto -dijo - me vas a hacer casar con alguna. Eso es lo que vos buscas'.

Magido, con su rostro bonachón, observa las mesas, todas ocupadas. "Fíjese, ¿ve esas mujeres solas? Ya terminaron de tomar el café hace rato. Están esperando a Meneses. Aguántese un momento más y verá algo interesante. Además, tiene que seguirlo por la calle. Hay mujeres que se paran a mirarlo como idiotas. Yo se lo digo siempre, pero no me hace caso: Evaristo, tenés que firmar autógrafos. Vos tenés más arrastre que los artistas. Pero es muy retraído, cabezón y caprichoso como él solo".

Al entrar Meneses, todos los rostros se vuelven hacía él. Unos lo saludan; otros le sonríen, pero los más lo miran encandilados con una mezcla de respeto, admiración y temor.

Meneses cumplió al pie de la letra el ritual previsto: dejó el revólver, colgó el sombrero, pero en vez de cenar tomó una Seven Up al mostrador y habló unos minutos con Magido. Luego salió. Detrás de él abandonaron el salón las amantes platónicas. Ninguna lo detuvo ni intentó entablar conversación. Se quedaron en la calle, tiesas como estatuas de sal vueltas hacia las sombras de la ochava, que en un segundo se habían tragado al ídolo.

Jefe de Policía

Rafael, un vendedor de flores que "nunca pasó a los tiras", capitanea la barra de admiradores de Meneses en el bajo de Flores. Meneses es su Dios, Le lava el coche, le trae flores, le arregla el jardín. "Sabe de todo -dice Meneses-. Es albañil, pintor, carpintero, plomero, electricista".

Cuando Meneses pasó a disponibilidad, Rafael vino a ofrecerle dinero. Y Meneses tuvo que aceptarlo. "De lo contrario -cuenta- todo el barrio se hubiera enterado por sus gritos".

Rafael es el autor de las leyendas pintadas en los muros de todo el bajo Flores, donde se lee que el pueblo exige el ascenso de Meneses a la jefatura de policía. Por la tónica de los elogios, Meneses sospechó que el anónimo pintor era Rafael. "Lo encontré durmiendo. pero los tachos de pintura confesaron por él. Lo desperté:

-Pero vos estás enloquecido. ¿Te Crees que yo soy un político? 
Rafael se excusó:
-Yo no fui. La barra lo decidió.
-Mañana mismo los borras. "Accedió con lágrimas en los ojos", dice Meneses.
-'Si me lo pide así, jefe -balbuceó Rafael-. Pero si hay Dios, usted debe ser jefe de policía.

Tímido pero guapo

"¡Qué va a ser mujeriego! Las mujeres lo buscan, que es otro cantar. Yo, las veces que lo he visto en el coche, lo he visto solo. A él no le gusta jugar con los sentimientos ajenos ni ilusionar a nadie. Es un machazo, en todo el sentido de la palabra".

Los ojos tristes de María Cavallaro se iluminan al hablar de Meneses. Hace 20 años que es vecina y amiga de la familia de Meneses, y actúa en el comité radical de Varela y Francisco Bilbao. El oficialismo del Bajo Flores le es adicto al ex Jefe de Robos y Hurtos. "Si usted supiera -agrega-, a la hora en que él vuelve en el coche, las mujeres salen a verlo. Todas están enamoradas de Meneses. Hasta las casadas. Y eso que es feo. Pero lo que le falta de lindo lo tiene de guapo, de varón".

Las mujeres del barrio, del Centro y de los cabarets coinciden todas en la radiografía intima de Meneses y aseguran que detrás de su aspecto huraño "se esconde un tímido con alma de adolescente". Y aportan pruebas; "¿No escuchó su voz? Es firme y enérgica, pero cálida". Otras aluden a los movimientos de sus manos al rictus de sus labios cuando sonríe, o bien hablan de sus ojos, entrecerrados por "el pudoroso recato del soñador que teme ser descubierto".

Pero una vecina, Beatriz, ha visto algo más; "Sus ojos -dice- hacen juego con la camisa". Con la camisa celeste (que ya no usa) de la repartición.

Policía o nada

-Por qué es tan retraído, Meneses? ¿ Por qué ?

La pregunta cae en sus oídos como el eco de un monólogo familiar. Sin revelar la explicación, Meneses confiesa :

-Ahora más que nunca. Estoy desorientado, No sé qué hacer. Toda mi vida estuve en la policía.

Hace dos años, Meneses, que tenia una jerarquía superior a su cargo, fue trasladado de jefe de Robos y Hurtos a jefe de la División Delitos y Vigilancias; al año lo designaron como adscripto a la Dirección de Investigaciones v a principios de diciembre pasó a disponibilidad. En el interregno tuvo un ofrecimiento oficial para desempeñar la jefatura de policía de Salta. Pero no aceptó. Como no aceptó la invitación de la superioridad para firmar el retiro.

Con el sueldo de 56 mil pesos vive sin lujos ni privaciones una existencia monótona que no ha roto del todo la rutina de su horario de policía. Hasta hace unos días andaba con un coche prestado, el mismo que usara durante años para los procedimientos y en el cual viajaron detenidos los delincuentes más poderosos del hampa porteño, Ahora viaja en un flamante Fiat 1500 que compró con los 250 mil pesos de la venta de un terreno adquirido a plazos hace 20 años. Riega el jardín, visita a sus amigos y sigue haciéndose los trajes en la sastrería de Abraham Russin, el mismo que lo viste de negro o gris oscuro desde que era un imberbe oficial de la 50a.

Hace unos meses le desapareció Cacique, el perro de policía. Los ladrones se lo habían llevado valiéndose de una perra en celo. Rafael lo buscó por todo el barrio. "Un día - dice Meneses- me levanté pensando que iba a encontrarlo". Pero la esperanza lo abandonó después de una nueva e infructuosa búsqueda. Entonces se fue hasta Nuñez, dispuesto a comprar uno. El vendedor le informó que era casi imposible conseguir un animal igual al que él le describía. "Véngase esta tarde. Vamos a ir a casa de un cliente que tiene uno parecido".

Meneses lo llevó en su coche. "Cuando cruzamos el bajo de Flores, a indicación del comerciante -cuenta-, empecé a sospechar. El dueño del perro se adelantó a decirme que quería 40 mil pesos. Yo estaba dispuesto a pagárselos, pero el perro que me querían vender era el mío. Me abrazó como si fuera un ser humano."

El policía no lo abandona. Robusto, ágil, de pulso firme y una memoria prodigiosa para el "manyamiento", Meneses, aun sin querer, sigue descubriendo chorros por las calles. No los persigue. Pero ellos le huyen, como en los días en que actuaba al frente de la brigada de Robos y Hurtos.

El pase a disponibilidad fue, para Meneses, un tiro por la espalda. Una "boleta" para su orgullo y su ambición. Lo dejó a solas consigo mismo, como si el mundo le mostrara de golpe el revés de su lóbrega trama: el doméstico y aburrido filigrana de horas vacías de acción y de peligro. El tiempo de su vida ha perdido intensidad y drama. Meneses, primer actor del hampa, donde era temido, odiado y respetado a la vez, bajó del proscenio, pero sin hallar lugar en la platea común. El peligro le dio la espalda. La 45, en la cintura, o sobre el asiento del Fíat, es un arma de juguete que, como él, carece ya de destino.

Villarino. el loco Prieto, Peddone, Gugiaro, Sanchidrián, el bebé Guido, solo son sombras del pasado que revive en sus memorias para detener el tiempo perdido en un presente sin metas. Ni siquiera sorprende la amenaza de un sospechoso detrás de sus pasos vacilantes.

"Nunca robé a los chorros, nunca los ofendí. Nunca tiré a matar.¿Las muertes? Son accidentes. Uno se consuela pensando que ha cumplido con el deber. Pero es un momento muy difícil. Hay que conservar la sangre fría porque si no no se pega, y tirar a matar sin pasión, aun para defender la propia vida, es un trance muy amargo".

Recuerda todavía la confesión de la madre de Villarino, que había llegado a desear la muerte de su hijo para escapar a la espera permanente, prolongada día a día, del tiroteo fatal.Preso Villarino, la madre le habrá agradecido que le haya salvado la vida. La vida y la muerte, que habían llegado a confundirse en su espera como un mismo destino angustioso y sin salvación.

Los más grandes admiradores de Meneses fueron los hombres del hampa. El mismo Villarino confeso en Tribunales que "el pardo" era el único policía que había respetado"; el loco Prieto también manifestó el mismo respeto "porque jamás Meneses le atribuyó un 'garrón' (causa injusta)".

El Turco charlatán, en una ocasión en que fue al Congreso a hacer una denuncia contra la policía, respondió a un diputado que le pidió su opinión sobre Meneses: "Sí, es incorruptible. Pero anda con una piedra en cada mano. Con él no se puede hablar".

Un hombre de la banda de Villarino le dijo a su jefe;"¿Le querés hacer la boleta al "pardo"? Sé que para en un café de Callao y Sarmiento y se pone en la vidriera. Si vas cualquier noche a eso de las once lo tenés servido". Villarino, a quien no le faltaban ganas, exclamo: "¡Vos estás loco! ¿Y si le errás?".

GiugÍaro dio la imagen más expresiva. Cuando estaba detenido en Robos y Hurtos, el entonces jefe de esa sección, comisario Elias Escobar, le preguntó si se acordaba de Meneses. "Lo recuerdo -dijo- como una cruz negra que abre los brazos y grita 'no lo maten, no lo maten'". Era su última imagen consciente. Había caído en un tiroteo. Meneses lo cubrió cruzándose ante su brigada con los brazos abiertos. Después el delincuente perdió el conocimiento.

De noche, el hampa resucita y vuelve a vivir en las memorias de Meneses. Pero al despertar, el día se le abre como un bostezo en el horizonte de su ocio, sin delitos que descubrir ni chorros que "encanar". A veces se lo ve merodear por Paraná y Bartolomé Mitre. Cerca de allí, en un edificio moderno, toma el ascensor y sube hasta el despacho de una oficina de peritaje de seguros (a cargo de Héctor Fernández y de Esteban Izzo, ex oficial de su brigada). La oficina, con expedientes y fichas es una verdadera comisaria, en la que solo faltan los calabozos. Un remedo de Robos y Hurtos, donde Meneses recupera el tiempo perdido y sigue cazando delincuentes. Un pretexto para acostarse tarde y dormir la siesta policial. Y para seguir olfateando el hampa en la cuerda floja. Como el gourmet puesto a régimen que se sirve su magra ración de gula en los platos casi vacíos o el borracho que bebe agua y la colorea con unas gotas de vino. Chorros nunca faltan. Pero Meneses añora a sus antiguos adversarios. Con los que podía medirse en un duelo a su altura. Y ganar o perder, poniendo en juego su vida. "¿Cómo no voy a ser un retraído?", contesta a los que lo interrogan. La disponibilidad fue una "boleta" a traición, que lo dejó en agonía.

Leonardo Castagnino

Fuente: www.lagazeta.com.ar

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