miércoles, 16 de agosto de 2023

Una tendencia que podría revertir la decadencia. Avanza la corriente contracultural



      Por Alberto Asseff*

Este proceso electoral teñido por el desencanto y, peor, de falta de esperanza en buena parte de la sociedad, tiene una peculiaridad positiva: la crisis está explícita, se la sufre ahora, nos perturba ya mismo. En 1999 y en 2015 Menem y Cristina Fernández lograron ocultar la bomba – y la mecha corta que tenía – de modo que el inexorable estallido fuera responsabilidad de sus respectivos sucesores.

Esa fue la causa esencial – además de las indiscutibles chapucerías de los sectores republicanos, que indulgentemente llamaríamos errores no deseados- del retorno del populismo en 2003 y en 2019. Regresos que sin duda contribuyeron decisivamente para que muchísimos compatriotas llegasen a la conclusión que el corsi y ricorsi es prueba de que “a esto no lo arregla nadie”.

El mal que padecemos no es económico. La economía debilitada, literalmente maltrecha, es la consecuencia. El problema, sin duda colosal, es moral. Es el derrumbe de los valores. Es tan aguda la patología que no es una cuestión de inmoralidad, sino de amoralidad. Inmoralidad supone que se conoce la axiología, pero se la ignora en los hechos. Amoralidad es, en cambio, terrible: lisa y llanamente se ha perdido la noción misma de los valores.

Es cuando rige a pleno Cambalache, escrito hace un siglo, nefandamente premonitorio. Ese tango podría denominarse ‘Todo es igual’. El bien y el mal, juntos e indiferenciados, dando lo mismo el uno o el otro. La vagancia igualada al trabajo, la molicie asimilada al mérito, la desidia equiparada al esfuerzo, el interés personal reinando sobre el general.

En última instancia, este trastrocamiento y desplome de los valores – que para colmo son intangibles, invisibles en una primera panóptica – impacta en nuestra alicaída y desacreditada política. Esto completa el cuadro sombrío. En efecto, la solución la puede y debe brindar la política, igual que a un enfermo sólo está en aptitud de sanarlo la medicina.

Pero, ¿cómo podría una herramienta oxidada como lo es la política actual de nuestro país ser efectiva para acometer tamaña faena como lo es reorganizar un inmenso país como el nuestro? Ineluctablemente la política necesita del auxilio social. La conclusión es categórica: en el contexto de nuestra realidad la política que se proponga revertir la decadencia requiere del ministerio social-no obviamente el de Desarrollo Social y Humano, un rotundo y costosísimo fracaso nacional.

Esa ayuda deberá darla la sociedad a través de sus organizaciones más o menos espontáneas, de su voluntariado, de su compromiso, de su participación. Parece definitivamente cierto que la crisis profunda trae consigo sus ‘panecillos’, sus soluciones. Esta descomunal crisis argentina está exhibiendo una reacción contracultural. La última manifestación se dio en estos días en la plaza central de la querida ciudad de Bahía Blanca, con ‘Los padres por la educación’’, bajo el lema ‘Ni un solo día más de clase perdido’.

Está claro que los ingresos personales y familiares deben crecer. Por supuesto que no nominalmente, sino en poder adquisitivo. Pero no menos cierto es que para que ello acaezca es menester mejorar sustancialmente la educación hasta rangos de cuasi excelencia para la mayor parte, inmediatamente posible, de nuestra población en edad escolar. Ese empoderamiento de cada uno y de todos nos hará libres, emprendedores, capaces de obtener de nuestra labor lo que la cultura imperante pretende que debe venir de la mano del Estado.

Quieren que comamos de las palmas estatales y aspiran a igualarnos en una nefasta categoría de ‘todos pobres’ y, de paso, todos sometidos electoralmente. Aunque suene absurdo luego de 213 años de ser un país independiente, seguimos oyendo que pujan dos modelos de Argentina.

Es verdad, hay dos formatos, el del Estado sobredimensionado, cada vez más grande y simultáneamente más parasitario, con trece provincias ‘adelantadas’ en esa dirección que lleva al abismo, con más empleo público que privado. Son precisamente – ¡qué paradoja! - las del partido nacido en 1945 para reivindicar al trabajo, devenido ochenta años después en el sector abanderado de la ayuda social y de la igualdad para abajo.

El otro paradigma es el del mérito, el esfuerzo y sobre todo la educación y el trabajo. Y de la libertad, claro. Dice el poeta que la noche es más oscura cuando se acerca el amanecer. Pues, esa luz se atisba en la corriente social contracultural que desde el llano le está señalando a la cumbre dirigencial que va enllegando la hora de una mutación tan honda como políticamente bisagra entre la Argentina larga y penosamente declinante y la que retoma el rumbo de la prosperidad.

Cabe ser recurrente, no habrá un derrotero próspero sin una restauración moral básica. El cimiento de la recuperación no es de cal, arena y los elementos que requieren levantar una construcción, El fundamento es moral. Lo encontraremos al amparo de la corriente contracultural que cada día es más caudalosa en nuestro país. Ella es la gran esperanza.

*Diputado nacional

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