jueves, 22 de abril de 2021

Sin estadistas y sin credibilidad

         Por Ernesto Martinchuk

 

Tse-Kung preguntó acerca del gobierno. El Maestro dijo: los requisitos del gobierno son tres: que haya suficientes alimentos, suficientes pertrechos militares y confianza del pueblo en su soberano. Tse-Kung dijo: ¿Y si hubiera de prescindirse de dos de ellos?

El Maestro contestó: Que sean los pertrechos militares y el alimento. Porque desde antiguo la muerte ha sido la suerte de todos los hombres; pero si el pueblo no tiene fe en los que lo rigen, entonces no hay modo de que se sostenga el Estado. Confucio

El Estadista, hombre o mujer de Estado, se distingue entre todos los responsables políticos de un país, porque dirigen el Estado y controlan en forma significativa al Poder Ejecutivo o al Poder Legislativo, -no al Poder Judicial- junto al Jefe de Estado, así como junto al Jefe del gobierno y a sus ministros.

A un Estadista se le reconoce inmediatamente, especialmente por su carisma, por la generalidad de su pensamiento, por su carácter, por su temperamento y por su perspectiva política central, que es la de hacer del Estado un instrumento al servicio de la Nación.

Enorme cantidad de pensadores y filósofos han puesto preocupación sobre la idea de Estadista a través de la historia del mundo, en virtud de que los gobiernos han sido generalmente defectuosos y es la voracidad -y la corrupción- la que mantiene a los gobiernos y a la humanidad en vilo.

Un estadista puede ser un funcionario público o un analista de la realidad política, que conozca la verdad de la sociedad en la que vive, sus necesidades, los recursos con los que cuenta y las posibilidades de llevar a cabo planes eficaces a corto, mediano y largo plazo, sin proponer utopías, ya que las promesas vanas, crean ilusiones y cuando no se concretan sólo logran generar frustración, descrédito y resentimiento. Un estadista deja una marca de cambio positivo y de progreso en la historia de su pueblo, ya que lo guía hacia un destino de grandeza, mejorando sus capacidades, descubriendo potencialidades y generando ingresos.

Platón, Sócrates, Aristóteles y otros pensadores analizaron a los gobernantes antiguos. José Ortega y Gasset analiza al Hombre de Estado en la modernidad. Platón y Sócrates coinciden en ser muy críticos en relación a los hombres de Estado. En 1927, José Ortega y Gasset escribió “Mirabeau o el político”. Allí clasifica a los gobernantes en estadistas, escrupulosos y pusilánimes; el “hombre de Estado” debe tener lo que Ortega llama “virtudes magnánimas” y carecer de las “pusilánimes”.

La palabra estadista hace referencia a aquella persona que posee gran conocimiento y experiencia en relación a la unidad jurídico-política denominada Estado. Se trata de un especialista en manejo de la cosa pública, en lo referido a la asignación de recursos y medidas con vistas al bien común.

El calificativo de Estadista también comprende a las personas que se encuentran por encima de las divisiones partidarias y de los sectores, en inquieta y creativa búsqueda del bien común, y asumiendo plenamente sus propias responsabilidades.

Una garantía que da la democracia, es la alternancia en el poder. Ese afán de perpetuarse en el poder, a cualquier precio, no los transforma en estadistas, dado que viven obsesionados con los medios de comunicación, creen que todos están en su contra y arremeten, acosan, enjuician, persiguen o directamente cierran medios por el simple hecho de no ser complacientes con el poder.

Hablan de que en sus países existe la libertad de prensa, pero persiguen a periodistas o medios por pensar diferente y en venganza, entre otros apremios, les quitan la publicidad estatal y benefician a los que apoyan y no critican su gestión.

Entre otras cualidades para ser un estadista, se exige visión a futuro, desprendimiento de las ambiciones personales y tener la grandeza para concertar grandes acuerdos, aunque sean ideas de otros y principalmente, tener el don de la ubicuidad para comprender y asimilar que estuvieron demasiado tiempo en el poder; pero claro…eso lo hacen los estadistas, no quienes sólo persiguen la impunidad a sus delitos.

El estadista es visionario, en aras de la dinámica social proyectada hacia una nación más consolidada democráticamente, en todos los aspectos de la vida colectiva, incluyendo el político.

Actúa como instrumento del devenir histórico, al servicio del cual pone su sabiduría. Al respecto, cabe recordar la frase de Winston Churchill: “el político piensa en la próxima elección, el estadista en la próxima generación”.

Política líquida

El sociólogo Zygmunt Bauman expresó: «En esta nueva etapa, fase posterior a la anterior en la que todo era sólido, los conceptos se convierten en licuados; y los acuerdos son precarios, temporales, pasajeros; válidos solo hasta un nuevo aviso». Es decir, lo que se había presentado como un horizonte, se cambia inmediatamente; los acuerdos establecidos se modifican cuando se quiere y los pactos firmados son alterados a conveniencia.

Nadie puede objetar que la sociedad está sufriendo una fragmentación entre la política y las exigencias sociales de sus ciudadanos. La distancia, en términos de contenidos, es cada vez mayor: se reclaman fuertes políticas de austeridad, los ciudadanos que se empobrecen cada vez más demandan cambios contundentes.

 El Plan

Este empobrecimiento no es solamente económico sino más bien se reconoce en la pérdida de derechos principalmente sociales, -salud, educación, vivienda, justicia, libertad y dignidad- dificultando entonces la (re)construcción del estado de bienestar. La actual administración representa un retorno al pensamiento que ha animado la vida pública de Argentina desde la década 1940 bajo el liderazgo de Juan Domingo Perón: Fuerte presencia estatal, generosidad pública para los “pobres”, desprecio por la justicia y las consideraciones presupuestarias.

El gobierno y sus seguidores, integrado por maoístas, trotsquistas, marxistas, leninistas, etc., opinan y están convencidos de que, para armar la “nueva sociedad” que ellos desean, primero hay que destruir totalmente la “sociedad actual”, a través de su economía y permitir, provocar, hacer todo lo que irrite y perjudique a la clase alta y a la clase media. Así se profundiza la grieta y termina todo en un caos. Declarar el estado de sitio total, anular las elecciones, reformar la Constitución y todo lo que les moleste, para de este modo no sólo librar de todo cargo a los acusados de corrupción sino, lo que es aún mucho peor, destruir totalmente la sociedad como la conocemos actualmente y construir un estado socialista del siglo XXI, tal como lo soñaron los “muchachos idealistas”, desde la década de los 70.

Para cumplir ese plan -pensado, seguramente, en los viajes a Cuba por y con la actual vicepresidenta durante la “enfermedad” de su hija- se necesita dinero, que provee el narcotráfico. Armamento, robo a unidades militares y fuerzas de seguridad. Paramilitares entrenados, médicos cubanos en la Pcia. de Buenos Aires y delincuentes liberados.

Cristina Fernández Vda. de Kirchner y sus subordinados, del que forma parte Alberto Fernández, convencido, obligado o contratado, están bajo directivas de un plan mayor.

Lenin aplicó al pie de la letra el principio de "cuanto peor, mejor", que en criollo se trata de ganar con el río revuelto y si no está revuelto, tratar de que se revuelva a la fuerza. Un siglo después de su nacimiento, el comunismo que tan meticulosamente gestó, sigue siendo una pesadilla de la que gran parte de la humanidad no logra despertar. Lo más notable del pensamiento comunista que opera en las democracias del mundo es que son impermeables a la evidencia empírica. Les horrorizan las fotos del Holocausto pero son inmunes a las de los crímenes comunistas… Las imágenes de los desesperados que se lanzan a la voracidad de los tiburones para huir de Cuba, los tiros a la espalda de quienes cruzaban el Muro de Berlín, Holodomor -Genocidio ucraniano- los Gulags, nada los hace cambiar de opinión. Lo que es peor, ante la mirada de los padres, es que se han parapetado en las estructuras de toda la educación, de modo tal que ningún niño o adolescente tendrán jamás la menor información acerca de estas atrocidades.

Este es un plan perfectamente pensado, organizado y se está llevando a cabo, mientras la mayoría no lo advierte o prefiere mirar a un costado. El apático argentino al que: “Nada atrae mi interés, todo me da igual, que pase lo que tenga que pasar, nada me importa…”, sigue pensando que otros harán lo que él piensa que se debería hacer.

La clase política actual, -sea de derecha, sea de izquierda- debe asumir el gran fracaso de su gestión más aún en la situación económica que Argentina está viviendo. Los recortes y la política de austeridad deberían ser política de Estado, evitando funcionarios y empleados públicos que sólo ocupan un puesto por militancia, y en muchos casos, sin la capacidad suficiente.

Es necesario (re)plantearse la construcción de la cuestión democrática. El individuo como persona debe retomar su papel principal. Actualmente los partidos políticos han perdido su relación con los votantes. En primer lugar, este acercamiento resulta necesario puesto que los partidos políticos siguen siendo fundamentales para la construcción de la cuestión democrática. En segundo lugar es esencial restablecer la confianza entre el elector y los partidos políticos, con ejemplos de austeridad, honorabilidad y honradez.

El Parlamento virtual

La creación del Parlamento virtual y entonces la desaparición, paulatina, del Parlamento ordinario, desde hace más de un año, parece ser un llamamiento populista, avalado en diputados y senadores, por sus respectivos presidentes, que vino para quedarse, con la complicidad de la oposición. Las funciones constitucionales del Parlamento son tantas y muy importantes, pero quizás, la más elemental, es la de representar la democracia de un país donde las diferentes partes políticas se enfrentan para que se adopten las mejores decisiones de política interna y de política internacional. El Parlamento virtual no parece identificar estos tipos de características.

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