A partir del próximo jueves, y por primera vez en casi seis décadas, Cuba será liderada por alguien que no porta el apellido Castro. El 19 de abril se termina una era en la isla: ese día, según se anunció hace tiempo,
Raúl Castro dará un paso al costado y abandonará la presidencia. El favorito para sucederlo es el vicepresidente
Miguel Díaz-Canel, un político de 57 años que pertenece a la generación de dirigentes que no vivieron la Revolución. Aunque está previsto que Raúl, de 86 años, siga al frente del Partido Comunista Cubano, el mandatario ya adelantó que no aspirará a un nuevo mandato presidencial. El jueves se reunirá la Asamblea Nacional y elegirá el nuevo Consejo de Estado, cuyo presidente se convertirá, a su vez, en el presidente del gobierno y jefe de Estado. Desde que el menor de los Castro anunció su retiro, todas las miradas se dirigen hacia Díaz-Canel, un ingeniero electrónico que es visto como un cuadro “ideológicamente puro” pero que, al mismo tiempo, es lo suficientemente joven como para darle una lavada de cara al castrismo. Aunque la vieja guardia revolucionaria no deja nada librado al azar. El proceso de relevo está en marcha, pero no concluirá hasta el próximo Congreso del PCC, que se celebrará en 2021. El paulatino recambio se orientará según los objetivos estratégicos marcados por la elite política que controla los resortes del Estado desde 1959. Para Castro, juventud no es sinónimo de éxito. Raúl ya lo había dicho en el VI Congreso de 2011: “Pese a que continuamos promoviendo jóvenes para los puestos de responsabilidad, no siempre fueron la mejor opción. Estamos sufriendo las consecuencias de no tener una reserva bien preparada”. En efecto, Díaz-Canel tendrá que hacer frente a grandes desafíos políticos y económicos. En 2016, el descongelamiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y la histórica visita de Barack Obama a la isla habían generado expectativas de cambios apresurados que el castrismo luego no pudo satisfacer. El VII Congreso del PCC fue criticado por cierto “inmovilismo”, en desmedro del proceso de reformas económicas iniciado en 2008 por el propio Raúl. El panorama es aún más complejo desde que Donald Trump asumió en los Estados Unidos. El acercamiento entre Washington y La Habana quedó trunco desde la llegada del magnate a la Casa Blanca. Más que de Díaz-Canel, la eventual mejora en el vínculo con Washington dependerá, como ha ocurrido hasta ahora, de la dinámica de la política interna estadounidense. Por lo pronto, el gobierno cubano admitió días atrás “errores en la planificación y control” de las reformas, que el sucesor de Castro deberá corregir. Tal vez un signo de los nuevos tiempos.
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