"El dia que jujuy fue muy grande"
Por la magnitud de sus resultados, el combate de León, librado el 27 de abril de 1821, es la victoria más importante de la Guerra de la Independencia en este territorio.
Aunque en suelo jujeño tuvieron lugar más de doscientos choques armados entre los ejércitos realistas y las milicias gauchas, ninguno causó tanto estrago a las fuerzas invasoras de Fernando VII ni tuvo consecuencias más relevantes para la marcha de la guerra como el Día Grande de Jujuy. Paradójicamente, se trata de un triunfo que se dio en un momento de agotamiento de los pueblos que resistían desde 1810 los intentos de restaurar el dominio español al sur del Alto Perú.
Agotamiento y también conflictos internos entre facciones que se disputaban el poder se mostraron al empedernido español Pedro de Olañeta como la oportunidad que hacía tanto tiempo buscaba para acabar con la insurgencia patriota.
Uno de esos conflictos, seguramente el más grave, era el que sostenían el gobernador Martín Miguel de Güemes y su colega el tucumano Bernabé Aráoz, que terminó en un choque armado adverso para el salteño. Pero también había que sumar los conflictos entre Güemes y sus adversarios políticos tanto en Salta como en Jujuy y el cansancio de la población, obligada por más de diez años a poner dinero y recursos para sostener la lucha contra los realistas, que a esta altura había quedado exclusivamente a espaldas de jujeños y salteños.
Los planes de Olañeta se vieron favorecidos también por la ausencia del coronel Manuel Eduardo Arias, castigado por Güemes y obligado a emigrar a Tucumán donde se convirtió en un apoyo fundamental para Aráoz en su guerra contra Salta.
A pesar de la convulsión interna, el avance de Olañeta y sus hombres a fines de marzo de 1821 tuvo que lidiar con la resistencia de los gauchos con enfrentamientos en Humahuaca, Laguna Colorada, San Lucas, Valle Grande, Uquía y Tilcara.
Así todo, los invasores alcanzaron la ciudad de Jujuy pero el rechazo de los vecinos los obligó a retirarse a las playas del río León, a la espera de refuerzos.
Mientras tanto, José Ignacio de Gorriti que ocupaba la gobernación de Salta por la ausencia de Güemes en lucha contra Aráoz, delegó el mando y en un tiempo récord reunió a milicias de Jujuy, Palpalá, Los Alisos y Perico, unos 600 hombres bien montados, con los que marchó en busca de los realistas.
Todavía estaba oscuro, dicen los testimonios del combate, cuando los gauchos comandados por Gorriti cayeron sobre el campamento enemigo, donde los soldados del rey de España descansaban plácidamente. En pocos minutos, todo fue fuego y furor, descargas de fusiles, lanzas y terror. Rodeados completamente por los impetuosos jinetes, los sorprendidos se defendieron pero de nada les valió. En las filas de España, se rindieron 4 jefes, 12 oficiales y cerca de 400 soldados, entre los que estaban el mismo jefe, el jujeño Marquiegui y su hermano Felipe, cuñados de Olañeta. Quedaron en poder de las tropas patriotas cañones y municiones, cabalgaduras y vituallas. Aunque se ha cuestionado que haya sido un día "de Jujuy", ya que Gorriti se movilizó con recursos aportados por el Gobierno de Salta, es indudable que esa victoria fue sentida por propia por los jujeños. Así la llama el historiador Joaquín Carrillo, quien la cronicó no muchos años después de ocurrida.
La ausencia de Güemes, el hecho que comandara la acción un jujeño y que jujeños fueron en su mayoría los que participaron del combate, explican una autoría que con toda justicia reivindica Jujuy.
Por la magnitud de sus resultados, el combate de León, librado el 27 de abril de 1821, es la victoria más importante de la Guerra de la Independencia en este territorio.
Aunque en suelo jujeño tuvieron lugar más de doscientos choques armados entre los ejércitos realistas y las milicias gauchas, ninguno causó tanto estrago a las fuerzas invasoras de Fernando VII ni tuvo consecuencias más relevantes para la marcha de la guerra como el Día Grande de Jujuy. Paradójicamente, se trata de un triunfo que se dio en un momento de agotamiento de los pueblos que resistían desde 1810 los intentos de restaurar el dominio español al sur del Alto Perú.
Agotamiento y también conflictos internos entre facciones que se disputaban el poder se mostraron al empedernido español Pedro de Olañeta como la oportunidad que hacía tanto tiempo buscaba para acabar con la insurgencia patriota.
Uno de esos conflictos, seguramente el más grave, era el que sostenían el gobernador Martín Miguel de Güemes y su colega el tucumano Bernabé Aráoz, que terminó en un choque armado adverso para el salteño. Pero también había que sumar los conflictos entre Güemes y sus adversarios políticos tanto en Salta como en Jujuy y el cansancio de la población, obligada por más de diez años a poner dinero y recursos para sostener la lucha contra los realistas, que a esta altura había quedado exclusivamente a espaldas de jujeños y salteños.
Los planes de Olañeta se vieron favorecidos también por la ausencia del coronel Manuel Eduardo Arias, castigado por Güemes y obligado a emigrar a Tucumán donde se convirtió en un apoyo fundamental para Aráoz en su guerra contra Salta.
A pesar de la convulsión interna, el avance de Olañeta y sus hombres a fines de marzo de 1821 tuvo que lidiar con la resistencia de los gauchos con enfrentamientos en Humahuaca, Laguna Colorada, San Lucas, Valle Grande, Uquía y Tilcara.
Así todo, los invasores alcanzaron la ciudad de Jujuy pero el rechazo de los vecinos los obligó a retirarse a las playas del río León, a la espera de refuerzos.
Mientras tanto, José Ignacio de Gorriti que ocupaba la gobernación de Salta por la ausencia de Güemes en lucha contra Aráoz, delegó el mando y en un tiempo récord reunió a milicias de Jujuy, Palpalá, Los Alisos y Perico, unos 600 hombres bien montados, con los que marchó en busca de los realistas.
Todavía estaba oscuro, dicen los testimonios del combate, cuando los gauchos comandados por Gorriti cayeron sobre el campamento enemigo, donde los soldados del rey de España descansaban plácidamente. En pocos minutos, todo fue fuego y furor, descargas de fusiles, lanzas y terror. Rodeados completamente por los impetuosos jinetes, los sorprendidos se defendieron pero de nada les valió. En las filas de España, se rindieron 4 jefes, 12 oficiales y cerca de 400 soldados, entre los que estaban el mismo jefe, el jujeño Marquiegui y su hermano Felipe, cuñados de Olañeta. Quedaron en poder de las tropas patriotas cañones y municiones, cabalgaduras y vituallas. Aunque se ha cuestionado que haya sido un día "de Jujuy", ya que Gorriti se movilizó con recursos aportados por el Gobierno de Salta, es indudable que esa victoria fue sentida por propia por los jujeños. Así la llama el historiador Joaquín Carrillo, quien la cronicó no muchos años después de ocurrida.
La ausencia de Güemes, el hecho que comandara la acción un jujeño y que jujeños fueron en su mayoría los que participaron del combate, explican una autoría que con toda justicia reivindica Jujuy.
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