martes, 1 de julio de 2014
El recuerdo de la visita del General al Colegio Militar y, a los pocos días, su multitudinaria despedida
Por el Gral.(R) Hugo Bruera, exenlace del Ejército en el Honorable Congreso de la Nación.
El 14 de mayo de 1974, experimenté una de las mayores sensaciones de victoria de mi vida. A las nueve en punto, con su impecable traje de general en actividad, el presidente Perón entraba al Colegio Militar y los alumnos del último año presentábamos los honores correspondientes. Avanzaba lentamente, mirándonos con profundidad como añorando y regalándonos un pedazo de historia. Era el triunfo de las ideas de mi padre, del sentimiento del pueblo, de mi barrio. Sentía que yo había tenido razón y derrotado a aquellos oficiales instructores que despectivamente afirmaban que ese señor no podría llegar a primer mandatario porque las leyes no lo permitían y en tal caso ellos se irían de baja: Pero allí estaban, saludando al General y yo saboreando la victoria.
Un mes y medio más tarde volví a rendirle homenaje. Esta vez en su féretro, envuelto en la bandera argentina. El 5 de julio, sus restos fueron trasladados a la Capilla Ardiente de la Residencia Presidencial. A ambos lados de su calle principal en un cordón de honor, nuevamente estábamos los cadetes, bajo una torrencial lluvia. El agua desteñía los vivos rojos de nuestra gorra y como hilos de sangre, bajaba hasta colorear el blanco pantalón del uniforme. También nos permitía disimular las lágrimas que sin diferencias ideológicas, (más heredadas que propias en esa edad), dejábamos escapar ante el quejoso acompañamiento de un pueblo acongojado y los emocionantes sones de la Fanfarria del Regimiento de Granaderos que escoltaba a la cureña fúnebre. Pese a todo, sentía el privilegio de pertenecer a esa institución a la que el pueblo había confiado las honras.
Mis jóvenes 19 años evitaban pensar el futuro convulsionado que esperaba al país y que tendría a las Fuerzas Armadas viviendo uno de los momentos más trágicos y negros de su historia. Sin embargo, se intuía que moría la democracia, por eso, la mayoría lloraba tanto. Aunque no todos.
Fuente: Semanario Parlamentario
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