No es el fracaso de ellos, es el fracaso de todos. Fueron legisladores privilegiados, o arribistas que se metieron por los 90 a hacer política. Llegaron de la militancia de paladar negro, o de los ámbitos artísticos y deportivos. Fueron establishment que se apropiaron de la palabra “Democracia” para fijar sus fines. Y hoy la pisotean, destruyendo urnas, importándoles solo una cosa; seguir siendo dueños de tierras, de bienes, de cargos, del poder. Sus ambiciones no tienen límites, y ante hechos como los de Tucumán, se les escucha responder que con 14 puntos de diferencia, una urna quemada no importa. Salen al aire con tipos que desde otro poder, el mediático, se convocan y abrazan en idénticos intereses, apasionados por cada vuelto que cruzan debajo de las mesas que los convocan. Han construido un éter donde cada político tiene su periodista Premium, que todos pagamos. Ellos, apasionados políticos, y sus mujeres con cargo, prolongan sus estancias placenteras aumentando territorialidad a costa del sufrimiento y del hambre de muchos, son los Alperovich, los Insfrán, los Fellner, los Sapag, y con mayor modernismo noventista, los Scioli, los Fernández. Inescrupulosamente, se sienten políticos, en un país al que le deben todo, incluida la vergüenza de haber creído en ellos al menos alguna primera vez. Vuelven a ser candidatos. Eternos en sus ambiciones, convencidos que sus nombres representan algo. Y es verdad, representan la desidia, el fracaso, la eliminación de futuro. Han hecho de la política un lumpenaje rentado y caro. Y de la democracia, un espacio numeral de privilegios propios, y tristeza ajena. No ha aprendido nada. No saben vivir, y no dejan vivir. Yayo H.
Para escucharlo por Internet: www.fm913.com.ar
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