domingo, 5 de abril de 2020

Somos todos corresponsales de guerra

Por Ernesto Martinchuk
La historia universal ha conocido pandemias desde la Guerra del Peloponeso (431a.C-404 a. C), pasando por el Cólera, las Gripes Españolas y Asiática, entre otros agentes mortales que produjeron millones de víctimas, muchos más que los originados en las dos guerras mundiales del siglo XX. Hoy nos enfrentamos a un enemigo que no es de ciencia ficción, sino real, letal, invisible, que no reconoce fronteras: el coronavirus o COVID-19, cuyos alcances son impredecible y sin duda afecta no solo el área de la salud pública sino también afectará al ámbito psico-social, económico, político, científico y tecnológico de todos los países del mundo. El poder de la televisión en el mundo moderno es el constante acceso que tenemos a la guerra, que está en todos los salones, habitaciones, oficinas, donde vemos armas, disparos, víctimas, refugiados, pero, como ocurre frecuentemente con lo que la televisión nos muestra, sólo se trata de un componente más de la realidad. Por otra parte, el trabajo de un corresponsal de guerra para la prensa lleva a conocer los acontecimientos de un modo bastante diferente respecto al de los cronistas de televisión, y a veces incluso de un modo opuesto al de éstos. La cámara no miente, pero distorsiona y simplifica. También omite. Dime dónde colocas la cámara y te dire lo que quieres decir. En las pantallas de nuestros televisores vemos la guerra como dolor, tragedia, sufrimiento, como un drama humano, y por supuesto la guerra es todas esas cosas, pero también lo es un desastre natural como un huracán, una inundación, la erupción de un volcán, donde también se pierden vidas. Pero tengamos en cuenta que la guerra no es un desastre natural. Es una obra humana. Las guerras no ocurren porque sí. Se dan por causas políticas, y se llevan a cabo por objetivos políticos. Un corresponsal de guerra debe informar de la tragedia de la guerra, pero también tiene que explicar el ¿por qué? de la guerra, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? Y se me ocurre que en estos momentos la más importante: ¿cuánto costará?, en vidas humanas, y en la reconversión mundial que se producirá cuando esto termine. Todas estas preguntas pueden parecer muy obvias, pero si un corresponsal de guerra no está acostumbrado a confrontarse con ellas, corre fácilmente el riesgo de informar sobre la guerra como si ésta fuese, sólo, una explosión irracional de locura. La vida es mucho más complicada que todo eso, y un corresponsal tiene la obligación de recordárselo a la gente. Las imágenes de las guerras actuales, muestran que el camarógrafo está lo más cerca posible de los tanques o de las piezas de artillería mientras disparan, o en las que filman tropas en barricadas, en trincheras o explosiones de morteros que se producen en la distancia. En realidad, la mayoría de las guerras de los últimos años no han tenido un frente claramente definido. La guerra, de por sí, es móvil y esporádica. Porciones de territorio son ocupadas por uno u otro bando, y la configuración de estos territorios cambia constantemente. En algunos casos, los territorios no están ocupados por ninguna de las dos partes, y la guerra se desplaza de un lado a otro. Normalmente, las guerrillas montan emboscadas o atacan, de noche, una posición determinada. La diferencia con esta guerra de hoy, la pandemia, es que se lucha contra un enemigo invisible que utiliza arteramente la guerra de guerrillas y, por ahora, resulta imposible localizarlo. La historia no consiste solamente en el drama humano que vive la gente. La historia tiene que ver con el esfuerzo, que tiene en las trincheras, como primera avanzada, a la gente de la salud y luego los esfuerzos de la clase dirigente para evitar que se produzcan más muertes. Un corresponsal de guerra enfrenta grandes peligros todos los días. Es muy fácil ser escéptico, como observador. Sin embargo, no hay nada peor para un periodista que el escepticismo, porque empaña su sentido de la curiosidad, porque piensa que todo se puede predecir y pierde el interés por intentar entender lo que está ocurriendo. No se puede relatar una guerra desde un sillón, donde nuestro único contacto es una pantalla. Otro peligro es que, uno empieza a posicionarse. Si se empieza a pensar que una de las partes son los buenos y que la otra son los malos, entonces, se pierde la agudeza que el trabajo de un periodista requiere. Las luchas necesitan dos partes. El periodista no se debe permitir que su punto de vista político impregne su trabajo de manera que no se informe debidamente de los errores, simplemente porque ha decidido que está de un lado. Los periodistas no nos debemos dejar atrapar en la cuestión de ser el brazo propagandístico de un gobierno. En otras palabras: no se debe tomar partido. Los argentinos, como los paraguayos, y parte del sur de Brasil, en estos momentos tienen varios frentes de batalla, no sólo con el COVID-19, sino también el Dengue, el Zika y el Chikungunya que también ha causado miles de muertos e infectados. Recordemos que en el 323 a. C, a los 33 años, murió Alejandro Magno, el líder militar más grande de la historia, vencedor en decenas de batallas y emperador de casi todo el mundo civilizado. Lo venció un mosquito con el germen de la malaria. Los corresponsales de guerra, -hoy todos los periodistas- debemos ser cuidadosos, detallistas y analistas pacientes a la hora de manifestar la complejidad de lo que vemos, en eso consiste nuestra responsabilidad en este momento.

No hay comentarios.: