Se refirió al “sentimiento de asombro” que suscita cada año esta liturgia: “Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén, al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado”, dijo.
Este domingo, el papa Francisco celebró en el Vaticano el llamado Domingo de Ramos, la Misa de la Pasión del Señor que marca la entrada en la Semana Santa. “Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: ‘Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios’”, dijo.
En su homilía, el Sumo Pontífice manifestó que la Semana Santa se vive en contexto de pandemia. "El año pasado estábamos más conmocionados, este año estamos más afectados. Y la crisis económica se ha agravado”, expresó el pontífice ante un centenar de fieles y 30 religiosos. La tradicional procesión de los fieles portando ramos de olivo fue cancelada para cumplir con las normas sanitarias y Francisco los bendijo a distancia desde el altar.
Se trata de “una situación histórica y social” que conlleva problemas de carácter “físico, psicológico y sobre todo espiritual” que siembran “desconfianza” y “desesperación”, explicó. “Y, a lo largo del Vía Crucis cotidiano, nos encontramos con los rostros de tantos hermanos y hermanas en dificultad: no pasemos de largo, dejemos que nuestro corazón se mueva a compasión y acerquémonos”, añadió.
La liturgia se ofició en el altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro, y no bajo el baldaquino, como se hacía hasta la llegada del coronavirus. Además, la tradicional procesión de las palmas se redujo a un pequeño recorrido realizado por los cardenales con palmas entre los escasos fieles presentes en el interior de la basílica, que fue decorada con algunas ramas de olivo.
“Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Y en la belleza de amar”, aseguró, antes destacar la importancia de acoger a los “descartados”, “humillados por la vida”, “rechazados” y dejar de ser “rehenes de la admiración y el éxito”.
En la homilía, Francisco se refirió al “sentimiento de asombro” que suscita cada año esta liturgia: “Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén, al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado”.
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