jueves, 20 de julio de 2023

Un tablero en La Plata y otro en Nueva York


       Por Ernesto Martinchuk

Jugar al ajedrez por radio fue fantástico. Fue algo así como jugar ajedrez con un fantasma. Una sensación nueva, desconocida… me contaba mi padre

Fueron diez ajedrecistas, en representación del Jockey Club de La Plata, que se ubicaron ante diez tableros, enfrentados a… nadie, porque los adversarios, estaban en Nueva York, -a una distancia de miles de kilómetros- solos también con sus tableros, con sus piezas y con las piezas de sus rivales, unidos a través del éter por una permanente comunicación radiotelegráfica. Esto pasó a finales del año 1947.

La Reina y el Rey, sin moverse del pequeño territorio cuadriculado de ese patio de baldosas claras y obscuras que constituye todo su predio, iban, sin embargo, como los Reyes Magos a lanzarse a la aventura del aire.

Los caballos se transformaban en pegasos de una velocidad indescriptible.

Alfiles y peones volaban como cohetes interplanetarios.

Durante tres horas al ritmo no sólo del reloj, sino también por el lenguaje que inventó Morse, hombres que no se veían los rostros, frente a cuyas miradas no aparecía un solo gesto en el que adivinar una intención, estuvieron consagrados a ese ejercicio de la inteligencia.

Y vencieron los nuestros, conquistando para la Argentina, el segundo lugar entre los países ajedrecísticos del mundo.

La representación norteamericana encabezada por Sammy Reshevzky, que se señalaba como el más probable contenedor de Botwinnik para el campeonato del mundo; esa representación que, aunque vencida en un match contra los rusos, había acreditado su maestría, dejaba paso a la nuestra en esta singular competencia por radio, en la que, si no existió la proximidad física de los adversarios, nada de ellos faltó en el plano de los recursos mentales.

La fama obtenida por las delegaciones de ajedrecistas argentinos que en el pasado tan buen papel hicieron en varios torneos jugados en Europa, se reafirmó ampliamente.

Antes de comenzar el match entre el Jockey Club de La Plata y el Manhattan Chess Club de Nueva York –esto es, entre las representaciones del ajedrez argentino y el ajedrez norteamericano, todos estaban nerviosos.

Por donde se le examinará, la empresa aparecía ardua. Pero en ese ambiente de incertidumbre, alguien puso una reflexión serena. Fue el presidente del Jockey Club, doctor Uberto Vignarte, que, organizador del match, lo había preparado en todos sus detalles. A él se debía la iniciativa de las partidas y a él iba a deberse, en gran parte, la certeza en el triunfo.

Por cable –en ese entonces no existía internet, tampoco el Zoom- había convenido las condiciones de la competencia y había asegurado el respeto al fair play.

El conjunto representativo del Jockey Club platense perdió una sola partida; la del primer tablero, ocupado por el maestro sueco Gideon Stajlberg, profesor en ese momento del Jockey Club platense.

Cuatro triunfos y cinco empates inclinaron definitivamente la balanza en favor del equipo nacional. Cuando se conocieron los resultados –la madrugada asentaba su filo- una emoción intensa ganó a todos los presentes. Los abrazos efusivos expresaron bien a las claras la trascendencia de la victoria.

El ajedrez, donde no se improvisan campeones, pues detrás de cada uno de ellos hay días de desvelo, años de estudio, además de natural talento creador, abría nuevas perspectivas para los aficionados de nuestro país. Aquello que hace más de siete décadas habría parecido más fantástico que el ajedrez a través del espacio, hoy podemos lograrlo, no por declinación de los otros, sino por la elevación que estamos conquistando.

Un poco más de historia

El ajedrez es un juego de estrategia en el que se enfrentan dos jugadores, cada uno de los cuales tiene 16 piezas de valores diversos que pueden mover, siguiendo ciertas reglas, sobre un tablero dividido en cuadrados blancos y negros. El objetivo final del juego consiste en “derrocar al rey” del oponente. Hoy en día, se han identificado más de 2.000 variantes del juego.

Existe una teoría que sostiene que el temprano predecesor del ajedrez fue un juego similar conocido como Chaturanga que se originó al norte del subcontinente indio durante el período Gupta (319 - 543 d.C.). La palabra "chaturanga" se traduce como "cuatro divisiones militares", refiriéndose a las cuatro piezas del juego: la caballería e infantería, los elefantes y los carros de guerra (piezas que en el juego moderno se convirtieron en el peónel caballo, el alfil y la torre), o al hecho de que en el juego participaban cuatro jugadores.

Chatrang, y luego Shatranj, fue el nombre que se le dio al juego cuando llegó a la Persia sasánida. La primera referencia proviene de un manuscrito persa que data de alrededor del 600 d.C. donde se narra como un embajador del Indostán obsequia con el juego al rey Khosrow (531 - 579 d.C.). Desde allí se extendió a lo largo de la Ruta de la Seda hacia el oeste de Persia y a otras regiones, incluyendo la península arábiga y Bizancio.

En el 900 d.C., al-Suli y al-Lajlaj, maestros del ajedrez de la dinastía abasida, escribieron acerca de las técnicas y la estrategia del juego. Para el año 1000 d.C., el ajedrez se había popularizado por toda Europa, y había llegado a Rusia a través de la estepa euroasiática. En un manuscrito de Alfonso X, conocido como el Libro de los Juegos -una colección medieval de textos acerca de tres juegos populares del siglo XIII d.C.- se hace una descripción del ajedrez muy similar al Shatranj persa en cuanto a las reglas y dinámica de su juego.

¿Por qué el 20 de julio?

El 12 de diciembre de 2019, la Asamblea General de la ONU declaró el 20 de julio como el Día Mundial del Ajedrez para conmemorar la fecha de la fundación en París en 1924 de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), que ya lo recordaba como el Día Internacional del Ajedrez por los ajedrecistas de todo el mundo desde 1966.

La designación del Día Mundial del Ajedrez no sólo reconocerá el importante papel de la FIDE en el apoyo a la cooperación internacional para la actividad ajedrecística y el objetivo de mejorar la convivencia respetuosa entre todos los pueblos del mundo, sino que también brindará un importante soporte para fomentar el diálogo, la solidaridad y la cultura de la paz.

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