"Pese a algunos chisporroteos propios de cualquier competencia electoral, está fuera de cualquier cuestionamiento la unidad y solidez de Juntos por el Cambio, como se ha comprobado en las recientes elecciones provinciales. También es necesario remarcar que hay un denominador común de valores y de políticas públicas que comparten todos sus dirigentes, y que el gobierno que, como preveo, integrarán los diversos sectores de Juntos por el Cambio a partir del 10 de diciembre próximo, tendrá un rumbo diametralmente opuesto al kirchnerismo, fuerza política que finalmente eligió, luego de un vodevil de poca monta y a través del “dedo mágico” de Cristina, al siempre versátil Sergio Massa, que cuenta con el mismo atributo que define al actual presidente: ser un hombre de muchas palabras, pero no de palabra.
Nada nuevo bajo el sol. Un “déjà vu” de mayo de 2019, pero sin tweet. Dicho lo cual, existe en Juntos por el Cambio una legítima confrontación de modelos -y no sólo de personas- que los ciudadanos resolverán en las urnas en agosto. Como en cualquier país democrático del mundo, no le debemos temer a esa confrontación. Por el contrario, ella revitaliza a la democracia y les otorga mayor fortaleza a los candidatos. Y, en ese marco, tal es la etapa en la que corresponde poner el acento en las diferencias con los circunstanciales adversarios. ¿Cuáles son esas diferencias? Yo creo que se centran en la velocidad y profundidad de los cambios que la Argentina requiere.
Mientras algunos proponen ampliar la base de sustentación política antes de encarar las reformas necesarias, otros entienden que, una vez alcanzada la mayoría, aunque no sea apabullante, se le debe imprimir a la gestión el sentido que el mandato popular ha conferido. Asimismo, se puede apostar más a las constantes negociaciones con otros sectores políticos y con los muy diversos factores de poder, o reafirmar el vínculo con la sociedad. En el primer caso, existe una mayor vocación por la construcción corporativa; en el segundo, por avanzar decididamente en una República de ciudadanos. Por cierto, si fuera posible conformar una mayoría tan amplia, como lo propician algunos de los sectores de JxC nadie en su sano juicio dudaría de adherir a esa visión.
El problema es que el precio a pagar por incluir a tantos es la progresiva licuación de los proyectos fundamentales de la coalición. Por otro lado, aunque nadie desee que haya una grieta, esta existe, y lo es por exclusiva culpa del kirchnerismo. Imaginar que quienes tratan como enemigos del pueblo a los que tienen concepciones distintas se prestarán a un diálogo constructivo en busca de consensos es ignorar por lo menos 20 años de historia argentina. Acaso en otros países esto no constituya un grave obstáculo, porque les va bien y el rumbo esencial no se modifica con cada cambio de gobierno.
Pero en la Argentina actual no solo se necesitan, y de manera perentoria, cambios profundos, sino que el hartazgo social no toleraría que las reformas se demoraran. Además, esa demora y la tibieza consiguiente de las medidas que se encaren solo permitiría ir consolidando a las fuerzas de la resistencia al cambio. El gradualismo no sería percibido como virtuoso en términos democráticos, sino como una muestra de vacilación. Después de la bochornosa experiencia de Alberto Fernández, la gente quiere un presidente que actúe de tal y que, siempre dentro de los límites de la Constitución y las leyes, ejerza el poder con mano firme y con coraje.
Tiempos excepcionales exigen líderes excepcionales. En su vista y a diferencia de lo que sostienen otras vertientes de la única coalición opositora, el cambio será más sólido y duradero si se lo lleva a cabo desde el primer minuto y con gran profundidad, porque al ver cómo las reformas repercuten en la mejora de su vida cotidiana, muchos argentinos que no lo votaron se sumarán a él. Así se ampliará, de un modo más democrático y menos corporativo, esa mayoría que lo respalde. No habrá muchas más oportunidades si fallamos esta vez."
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