La producción agrícola en el Norte Grande tiene siglos de historia y se ha desarrollado gracias al apoyo de profesionales de la Universidad de Tarapacá.
Tres revoluciones ha tenido la agricultura en el desierto del norte del país. La primera de ellas, que se estima fue aproximadamente hace 2.500 años, consistió en la introducción y adaptación por parte de pueblos originarios de productos como el camote, la papa, la quinoa, el ají, el pacae y el tomate. “Ello significó, además la transformación del paisaje y el suelo, la creación de sistemas de irrigación, ya que se trataba de una agricultura de secano debido a la falta de lluvias”, explica el arqueólogo Calogero Santoro, profesor de Instituto de Alta Investigación de la Universidad de Tarapacá y del Núcleo Milenio Aforest.
El arqueólogo hace notar la habilidad de los habitantes ancestrales de la zona. “Se descubrió un canal que se construyó alrededor del siglo 12, y que llevó agua desde una pequeña quebradita al valle de Socoroma (a 12 kilómetros de distancia), lo que hasta hoy se considera una obra de ingeniería muy compleja. Ellos lo hicieron lo con trabajo manual, sin máquinas, ni drones ni otros adelantos”, señala Calogero, y destaca que el cronista Gerónimo de Bibar -que acompañó a Pedro de Valdivia en su expedición conquistadora-, dio cuenta en la Conquista que los nativos ya manejaban el agua con mucha habilidad.
La segunda revolución, explica Santoro, la trajeron consigo los mismos conquistadores españoles ya que introdujeron en el desierto el trigo, la vid y el olivo con los que producían pan, vino y aceite. “La economía agrícola en Tarapacá fue la permitió el desarrollo minero, que requiere más inversión”, recuerda el profesional.
La tercera revolución, en cambio, se produjo de la mano del Instituto de Investigaciones Agropecuarias de la Universidad del Norte, hoy Universidad de Tarapacá, entidad que les demostró a los agricultores de la zona que era fundamental cambiar el sistema de los valles ya que estaba basado en el sistema español que se usa en la zona central y que conlleva un ineficiente gasto de agua. “Ellos demostraron que se podía cultivar bajo plástico y usando riego por goteo. Hoy muy pocos agricultores del valle de Azapa cultivan sin ese sistema”, manifiesta Santoro y agrega que ahora se sigue trabajando en desarrollar la agricultura en la zona ya que se han agregado semillas de alto rendimiento y está experimentando con distintos tipos de suelos.
Riqueza del desierto
Por su parte, la investigadora y docente de la Universidad de Tarapacá, Elizabeth Bastias describe el paisaje del norte señalando que se trata de un desierto muy especial “porque tenemos una agricultura a nivel de valle costero, otra de precordillera y también de altiplano. Además, hay una mezcla de clima tropical y subtropical sin heladas ni temperaturas de más de 40 grados, por lo que se pueden producir mangos, que es un producto tropical, o chirimoyos, que es subtropical”, explica y destaca que los problemas que deben enfrentar estas agriculturas son, entre otros, la falta de agua y la salinidad de algunos suelos. Aun así, plantea que será la agricultura en el desierto la que enfrentará en mejor forma el cambio climático.
Por último, la investigadora manifiesta que actualmente se cultiva en la zona tomate pocho negro, maíz, alfalfa. “En el valle de Azapa se producen pimentones, pepinos de ensalada, zapallos, tanto en verano como invierno para abastecer la zona central. Son productos que además tienen más ciclos biológicos y que, gracias al sistema de invernaderos, requieren menos carga de pesticidas. Se cultivan entre 200 a 300 toneladas de tomates por hectáreas, lo que es mucho más de lo que produce la zona central”, dice y concluye que: “acá tenemos una agricultura moderna que ahora está trabajando para introducir más avances”.
Esas afirmaciones son confirmadas por el director del Departamento de Innovación y Transferencia Tecnológica de la Universidad de Tarapacá, Eugenio Doussoulin, quien manifiesta que la Facultad de Ciencias Agronómicas se ha planteado grandes desafíos y uno de ellos es aumentar la producción de alimentos “ya que los indicadores de FAO indican que para 2050 debemos crecer en un 60%. Y ese desafío la Facultad lo debe trabajar desde el desierto”, manifiesta.
El otro gran tema desafiante según el profesional es como aprovechar los recursos hídricos cada en mejor forma. “La hemos aumentado a niveles absolutamente insospechados”. Cuenta como resultado que la zona es la de los grandes abastecedores de tomates, “lo que se ha hecho grande a la tecnología y semillas de alta calidad”, afirma y plantea como desafío futuro la masificación de cultivo sin suelo y el empleo de invernaderos cada vez más automatizados. “Es decir, una agricultura con empleo de instrumentos digitales y control a distancia”.
El investigador y docente señala también que otro desafío que tienen es la generación de productos que reemplacen en forma sostenida la aplicación de agroquímicos para el control de placas y enfermedades. “Ya tenemos dos patentes y estamos muy entusiasmados con ese tema”, dice.
Labor universitaria
La decana de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Tarapacá, Pilar Mazuela indica que esa repartición, que acaba de cumplir 60 años, siempre ha estado estrechamente vinculada al desarrollo productivo del sector agropecuario del Norte Grande. “Hubo un sello de sostenibilidad por la visión a largo plazo que desarrollaron los investigadores al estimular el control biológico de plagas y enfermedades para minimizar el uso de plaguicidas”.
Resalta la importancia de la instalación del Laboratorio para la Investigación y Control de Plagas de la Agricultura a inicio de los 60, que luego pasó a ser un Centro de Investigación y Capacitación Agrícola (CICA). “La creación de la Universidad de Tarapacá, en 1981, producto de la fusión de la Universidad de Chile, sede Arica, con la Universidad del Norte, transformó al CICA en Instituto de Agronomía. En ese entonces, los investigadores del Instituto tuvieron la tarea de transferir los resultados de investigación a los agricultores de la macrozona norte del país”.
Recuerda que, a contar de 1998, el Instituto de Agronomía pasó a ser Facultad de Ciencias Agronómicas, el que contribuyó con capital humano avanzado especialista en zonas áridas. “Actualmente, las principales decisiones a nivel estatal o empresas privadas del sector agrícola, las toman los egresados de la Universidad de Tarapacá. Nadie como ellos puede entender las complejidades de la producción en zonas desérticas y ser eficientes en las soluciones propuestas. Hacemos asesorías técnicas y prestación de servicios a los agricultores de la macrozona norte de país, principalmente en manejo de suelos, riego y fertirriego”, resalta la decana
Pilar Mazuela indica que además de la carrera de pregrado, en 2024, la facultad ofrece el Magister en Agricultura de Zonas Áridas, con énfasis en manejo de plagas y enfermedades, eficiencia en el uso del agua, manejo del suelo, agua y fertirriego en zonas desérticas, tecnología y automatización en el uso de sensores para el manejo cultural de los cultivos, adaptación de cultivos a zonas desérticas, rescate y conservación de la biodiversidad y uso de microorganismos para la sostenibilidad de la producción de alimentos.
“El programa tiene especial énfasis en el desarrollo de Bio compuestos como álef Arica a los agroquímicos, el diseño de invernaderos de alta tecnología con equipamiento automatizado adaptado a condiciones del desierto, la agricultura digital para el control de riego, Luz usando ERNC y cultivos sin suelo e hidroponia para mayor eficiencia y control de recursos. Además, tenemos un Diplomado en Agricultura de Zonas Áridas y un Diplomado en Olivicultura; y constantemente estamos haciendo cursos de actualización en nuevas tecnologías como: uso de sensores en riego; cultivos sin suelo e hidroponía; tecnología para el uso de bioestimulantes y biofungicidas para el control de hongos fitopatógenos y control biológico de plagas que afectan los cultivos”, puntualiza Mazuela.
Fuente: El País de Madrid
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