sábado, 20 de julio de 2019

Frida Kahlo y León Trotsky, la revolución, el arte y el amor

  Roberto Mosca es León Trotsky y Maia Francia es Frida Khalo
    Roberto Mosca es León Trotsky y Maia Francia es Frida Khalo

En una muy buena nota de Luciano Sáliche, quien realiza un reportaje telefónico a un argentino residente en EEUU, Mario Diament para Infobae, se describe el atractivo clima que amasa el creador de esta obra de teatro impecable que nos habla de la revolución, el arte y el amor. También aclara el autor, por si hiciera falta, "Yo no escribo teatro para entretener a la gente” y esto es evidente durante el desarrollo de: “Los amantes de la Casa Azul”, que por estos días se puede ver en Teatro El Tinglado, calle Mario Bravo 948 de CABA.

La parte mas "jugosa" de esta buena entrevista:
 
El sábado pasado se estrenó en el Teatro El Tinglado una obra de su autoría. Se llama Los amantes de la Casa Azul y narra el romance entre Frida Kahlo y León Trotsky. Hay otros dos personajes históricos: Diego Rivera y Natalia Sedova, esposos de los protagonistas. No es casualidad que Diament haya elegido esta historia, entre la revolución, el arte y el amor. 
"Mi interés nació del calibre de estos dos personajes —confiesa con su voz pausada, gruesa, distinguida— y del hecho de que hubieran tenido un romance, sobre todo en un momento muy especial en el mundo, no sólo en México. Esto ocurría en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. En general me atraen personajes y situaciones dramáticas. Y como personajes me era difícil encontrar dos más interesantes que León Trotsky y Frida Kahlo". Pero el entusiasmo no lo es todo; es necesario, también, trabajarlo. "Esta obra requirió mucha investigación, no porque uno quiera construir una obra histórica. Lo que pasa es que uno no puede llevarlos demasiado lejos de lo que fueron sus contextos, sus vidas, y lo que se escribió sobre ellos. Entonces me sumergí en todo el material que existía y empecé a concebir una obra con una estructura muy particular porque se compone de escenas y también de comentarios que los personajes le hacen al público donde explican sus sensaciones y motivaciones".
¿Cómo se construye un personaje revolucionario? Mario Diament se toma un segundo para responder. Suspira y luego dice: "Hay que entender que cuando uno habla de una relación amorosa no hay mucha diferencia entre un revolucionario y el resto de los mortales. El lenguaje, la expresión de sentimiento, los deseos no varían porque alguien sea revolucionario o un industrial o un filósofo, por ponerlo en los términos de Hannah Arendt y Martin Heidegger. Si uno recurre a los escritos y las cartas de esta gente, son inspiradoras porque Trotsky era un gran escritor y Frida Kahlo también". Lector atento y minucioso, este dramaturgo —que supo ser un "gran bicho" de redacción cuando vivía en Argentina— aclara algo importante: lo revolucionario no es sólo lo político. "Pero la revolución está en distintos lugares. Está en el arte de Frida, está en la sensibilidad y en la experiencia. Y la tarea consiste en sintetizar todo esto en una obra de teatro, que es una experiencia especial, porque requiere situaciones dramáticas y un in crescendo donde los discursos políticos no tienen lugar", agrega.

Los amantes de la Casa Azul es una obra escrita al calor de su época. Viaja al pasado, hurga y trae aquella historia a este presente. La lectura que desde esta contemporaneidad hacen, no sólo Diament, sino los espectadores, es clave. "Yo escribo en esta época —sostiene el dramaturgo con firmeza—, no estoy tratando de hacer arqueología. Fijate que no es casualidad que haya una emergencia de la figura de Frida Kahlo. En estos momentos aparece en todos lados. Eso coincidió con mi propio interés. Hay una gran exposición en Londres, también en Estados Unidos. Creo que su gran feminismo, su feminismo adelantado, tiene que ver con las cosas que están sucediendo hoy en día. Y la figura de Trotsky, que fue empañada durante muchas décadas por la intensa campaña del estalinismo y de la Unión Soviética también, comienza a ser revalorizada. Yo sentí que estaba trabajando con dos personajes históricos pero hablando de temas rigurosamente contemporáneos".
Como buen intelectual, aunque es posible que Diament no quiera aceptar esta categoría, sabe bien que este capitalismo tiene la capacidad de transformar los íconos más transgresores, más contraculturales, más revolucionarios en simples productos, empaquetados y rotulados en la góndola del supermercado. "Hay una profunda preocupación por no resultar banal, y no hacer una obra exclusivamente de entretenimiento", sostiene. "Cuando uno trabaja con personajes inventados tiene una libertad que no tiene cuando trabaja con personajes históricos. Hay una idea formada que tiene la gente y uno no puede desafiarla. Por ejemplo, en la función del sábado pasado, justamente, estaba Alejandro Horowicz, uno de los grandes estudiosos de Trotsky en la Argentina. Para mí fue como rendir un examen", dice, y no puede evitar reír. No es una risa incómoda. Por el contrario, hay alivio y distensión. Es que Horowicz "salió fascinado", comenta.

"Yo no escribo teatro para entretener a la gente. Escribo teatro tratando de comunicar algo que me resulte importante, y si elijo figuras históricas es porque me resulta más interesante, porque tienen un significado múltiple y profundo y porque son figuras que tuvieran importancia en mi propia vida y son parte de la cultura de mi generación. Además, banalizar una figura como Trotsky o como Heidegger es un acto de suicidio más que un acto teatral", completa este dramaturgo, autor de obras como Crónica de un secuestro, Un informe sobre la banalidad del amor, Tierra del fuego, Guayaquil: una historia de amor. Franz y Albert y la más reciente, Pequeñas infidelidades. Pero también escribió cuentos (El Exilio), novelas (Martín Eidán) y ensayos (Conversaciones con un judío y El Hermano Mayor). Su capacidad productiva quedó clara cuando, en 2014, recibió el Premio Konex, como uno de los diez dramaturgos más relevantes de la década.
Sobre el final de esta breve charla telefónica, a más de nueve mil kilómetros de distancia, Mario Diament cierra, categórico: "No me interesa que las obras tengan implicancias políticas, lo que me interesa es que el teatro provoque reflexión. La política está bastardizada, especialmente en estas primeras décadas del siglo XXI, pero sí me interesa que una obra mía o un personaje provoquen reflexión de la manera en que lo provoca en mí mismo. Que la gente salga pensando sobre el significado de todo esto, sobre lo que era la aventura revolucionaria, lo que es el arte, lo que es el amor. En definitiva, estos personajes son dos dos personajes condenados. Ambos saben que van a morir pronto, y esto le da un sentido trágico a la relación".

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