lunes, 11 de mayo de 2020
LA IGUALDAD DE TODOS POBRES
Por Alberto Asseff*
La igualdad es un añejo ideal. Su búsqueda debe ser incesante, aunque de antemano sepamos que es una utopía. Aun así debemos persistir en encontrarla porque son, en rigor, estímulos para crear, innovar, bucear dónde está lo nuevo.
Yo distingo tres clases de igualdades. La de oportunidades, la que nos equipara para abajo y la que nos empareja para arriba. La igualdad de oportunidades apunta hacia el estadio superior.
La pobreza puede ser transitoria o estructural. La Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX se distinguió como la nación de mejor comportamiento en el hemisferio sur del planeta en materia de movilidad social. Criollos o inmigrantes desposeídos, trabajando lograban ascender a la clase media en menos de una generación.
Un fenómeno social formidable que hizo del nuestro un “país promesa”, al decir de Ortega y Gasset. No hubo pensador de ese primer tramo del siglo XX que dejara de identificarnos como la nación con más futuro de todo el orbe. Para ejemplificar señalaré a dos de los eminentes: el francés Clemenceau y el inglés Toynbee.
¿Qué factor los inducía a sostener esa prospectiva? Si tuviésemos que encontrar la principal causa, no existe duda en que era la extraordinaria movilidad social ascendente de la Argentina de hace un siglo. Pero, en algún momento de nuestro devenir ese movimiento ascensional se estancó y comenzó a revertir su dinámica.
La Argentina socio-económica comenzó a derramar más pobreza que prosperidad. No interesa puntualizar en qué fecha – letal – comenzó ese degradante proceso. Cualquier fecha que pongamos podría ser motivo de un reproche partidista y distraernos de la cuestión central de estas líneas. No aspiran estas notas a achacarle a ningún sector en especial la culpa, sino subrayar la responsabilidad común de nuestra nación que en una encrucijada de su historia tomó el rumbo hacia la decadencia. Que, con pequeños vaivenes, lamentablemente prosigue hasta hoy.
Nos transformamos en un país-fábrica de pobres, desplazando al país anterior que febril y pujantemente producía argentinos plenos de genuinos derechos y de bienestar o perspectivas de obtenerlo. Prerrogativas que el Estado no regalaba, sino que eran el resultado del trabajo. Un Estado que alentaba a los ciudadanos con reglas virtuosas e incentivadoras de todo el circuito benéfico de ahorro e inversión, que se traducía en trabajo y producción.
El punto fatal de nuestro desplome como país prometedor con una visión de futuro – todo lo contrario del claroscuro de la abrumadora incertidumbre que hoy nos atormenta-, lo signa la etapa en que la pobreza dejó su índole transitoria para cristalizarse como un segmento indeseado de nuestra sociedad.
En ese momento nefasto, la mala política vio la veta del aprovechamiento electoral de la pobreza. En lugar de empeñarse en erradicar esa estructura malsana, se decidió a utilizarla. Así, cuanto más ancha sea la franja pobre del electorado – sumado a la creciente ignorancia fruto venenoso de la caída de la calidad educativa – más perdurable es y será su entronización en el poder.
Es esa miopía – o esa mirada perversa – la que se empecina en ampliar los planes asistenciales en lugar de crear las condiciones para que la economía privada se despliegue creando trabajo.
Hemos arribado así a una situación donde en nuestro país hay más asistidos que trabajadores, incluidos los no registrados. Una ecuación que resulta insostenible.
Están buscando la igualdad para abajo, una equiparación tenebrosa. Están aspirando a extender la pobreza. Si esta aseveración suena exagerada, lo diré de otro modo: yerran. Así como van nos empobrecerán a todos y ‘todas’. Uso los dos géneros – innecesarios en nuestra espléndida lengua – ahora sí para ponerle marca política a esta deplorable estrategia del pobrismo como vía hacia la igualdad.
Aquí haré una salvedad: hoy en medio de una doble pandemia – sanitaria y económica – y se debe entender claramente que un ingreso o bono o como se lo llame para la emergencia de los más necesitados está absolutamente al margen de nuestra censura al asistencialismo económico como método para empobrecernos definitivamente.
Finalmente, entiendo que existe una igualdad empobrecedora que nos está transformando en una rareza planetaria: un poderoso país fallido. Un mayúsculo contrasentido. Una irracionalidad producto de una pésima política ejecutada por actores de una manifiesta mediocridad. El calificativo más leve, obtusos y mezquinos.
Para proteger a los pobres hay que adoptar el rumbo de la prosperidad sin tenerle miedo a las libertades, incluida las económicas. El engaño de fabricar pobres en nombre de políticas públicas que los ayuden ha quedado desenmascarado. Su fracaso es prueba irrefutable.
Es hora de formar un movimiento socio-político contracultural que cambie este atajo hacia el abismo. Es necesario virar el rumbo hacia la Argentina que fue promesa. -
*Diputado nacional (Juntos por el Cambio)
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