Por Ernesto Martinchuk
Hasta ese momento la Revolución había puesto a prueba el amor a la Libertad en el desprendimiento que hacían de sus vidas, pero el Éxodo Jujeño, fue el escenario de algo más asombroso: la población entera -que incluía a todas las clases sociales y las diferentes edades- se sacrificaba, dejando todo, su tierra, su fortuna y su existencia, en aras de la Causa de la Patria. Gracias al sacrificio del pueblo jujeño se lograron conquistar las victorias de Tucumán y Salta, que permitieron asegurar el triunfo de la Revolución Hispanoamericana.
El enemigo avanza a las órdenes de Goyeneche que se ha puesto a la vanguardia con más de 3.000 hombres y 10 cañones al mando del general Pío Tristán. 800 realistas de la primera columna de esa avanzada, parte de Suipacha el 1ro de agosto.
El grueso de las fuerzas patriotas, se hallaban concentradas en San Salvador de Jujuy y la vanguardia en Humahuaca. Ante esta situación, el 14 de julio de 1812, Manuel Belgrano, General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú, emite un bando convocando a las armas a los jóvenes ciudadanos de Jujuy, que responden con entusiasmo al llamado del prócer, quién los exhorta a la lucha en términos que revelan un profundo amor a la Patria:
“Cuando el interés general exige las atenciones de la sociedad, deben callar los intereses particulares, sean cuales fuesen los perjuicios que experimentasen; este es un principio que solo desconocen los egoístas, los esclavos y que no quieren admitir los enemigos de la Patria; causa a que están obligados cuantos disfrutan de los derechos de propiedad, libertad y seguridad en nuestro suelo, debiendo saber que no hay derecho sin obligación y que quien sólo aspira a aquel, sin cumplir con ésta, es un monstruo abominable, digno de la execración pública y de los más severos castigos. Exige por hoy el interés general que todos tomen las armas para sostener esa misma causa, cuya justicia está apoyada en fundamentos incontrastables de derecho natural y divino…”
Todos los ciudadanos de entre 16 y 35 años “amante de la libertad” son convocados a alistarse en las banderas de la patria. Así organiza, bajo las órdenes de Eustaquio Díaz Vélez, una nueva unidad de caballería llamada los “Decididos”. Acelera la fundición de cañones, reúne la caballería y el ganado.
El 29 de julio da una proclama haciendo extensivo su llamado a la población. Ordena abandonar los hogares dejando las tierras arrasadas al enemigo. Insta a las familias a unirse al ejército, llevando sus armas, el hierro, el plomo y sus ganados a Tucumán. Las cosechas son quemadas y los que se resistan ejecutados. Desconfiaba profundamente de los terratenientes locales, a los que llamaba “los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, prosperidad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud”.
Belgrano tenía datos precisos, de que ya estaban en contacto con la avanzada española para hacer negocios con las probables nuevas autoridades, de las que habían recibido la garantía de respetar sus propiedades. Belgrano no les dejó alternativas: o quemaban todo y se plegaban al éxodo o los fusilaba.
El 23 de agosto, sin la aprobación del Triunvirato, Belgrano inicia la retirada que él mismo dirige y en la caravana van las familias de abolengo, las de noble estirpe, los doctores y letrados, labradores y artesanos, mujeres, niños y viejos, todos formando un monumento viviente de heroísmo. Las fuerzas de Tristán entran en la ciudad el día 24 e intercambian los primeros fuegos con la retaguardia patriota.
Gracias al sacrificio del pueblo jujeño se pudieron concretar las victorias de Tucumán y Salta. Belgrano, en razón del sacrificio efectuado por el pueblo jujeño, lo hizo y guardián de la “Bandera Nacional de Nuestra Libertad Civil”, el 25 de mayo de 1813. Una bandera, una escuela y dos escudos quedaron para siempre en Jujuy como testimonio de agradecimiento al patriotismo del pueblo jujeño.
Seguramente, en estos días escucharemos a muchos personajes, hablar de la gesta épica del Éxodo, pero debemos decirles que a los patriotas no sólo hay que recordarlos, también hay que imitarlos, -despertar de esta larga siesta- actitud que no vemos hace muchas décadas en toda nuestra clase dirigente.
La Batalla cultural
Es importante recordar que todas las batallas de un pueblo son culturales, porque atañen a la formación de su identidad y no a su mera existencia gregaria, y que no sólo se ganan o se pierden en el campo de las ideas, sino en un territorio mucho más vasto: aquel donde se preservan y fortalecen las bases, las orientaciones que crearon la sociedad.
La historia argentina, -tantas veces vista como una riña económica, un enfrentamiento de intereses por banderas, una simultánea división de justos y pecadores- merece ser contemplada desde la amplia perspectiva de una contienda por afianzar la identidad nacional que trazaron los hombres de Mayo, y que el artículo 1° del Estatuto Provisional de 1815, resumía de este modo: “Los derechos de los habitantes del Estado son la vida, la honra, la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad”.
Esa contienda pasó por todas las agonías y todas las exaltaciones. Sin que, la sociedad que unos defendían y otros buscaban demoler, haya ido enriqueciéndose con el curso de los años. Sobrevivió al embate de sus enemigos, creyentes en las salvaciones mesiánicas de sus enemigos, en los personalismos agobiantes y en ese esquema oprobioso según el cual, los seres humanos han de ser conducidos de la nariz por dioses terrestres. Tal supervivencia no sólo obedece al vigor de los cimientos de la sociedad; también al vigor de la opinión pública.
El pueblo argentino dejó de ser líder cuando, desde adentro de su propio país, comenzó a denigrar a los próceres, cuando empezó a decirse que toda la historia argentina estaba llena de infamia y de entrega a los intereses extranjeros, cuando se afirmó que el argentino no era el hombre libre, digno y responsable que creía ser, sino un pobre hombre que necesitaba ser llevado de la mano por los gobernantes, porque era incapaz de tomar decisiones por sí mismo, porque era un ser que precisaba un tutor que le dijera lo que podía y no podía hacer.
Entonces, el argentino se quedó, repentinamente sin pasado. Y el que se queda sin pasado no tiene donde apoyar la espalda para ir hacia adelante. Porque todo pueblo necesita creer en sus tradiciones, en su historia, para continuar unido y para proyectarse hacia el futuro en una empresa de sensaciones comunes. Por eso, cuando un pueblo no tiene un pasado, se lo inventa. En la infancia de todos los pueblos del mundo, están esos héroes fabulosos, esos semidioses invencibles que los levantaron desde la vida primitiva hasta la civilización y la cultura. Pero el pueblo argentino no necesita imaginar nada ni inventar nada. Le basta con mirar serenamente la obra de los próceres fundadores y constructores para sentirse poseedor de una herencia que lo aliente a iniciar empresas de alto vuelo.
Estamos evocando a Manuel Belgrano, creador de nuestra bandera, dueño del alma más pura de su época. Pasó a la eternidad el mismo mes en que cumplía cincuenta años. Los argentinos que han alcanzado o sobrepasado el medio siglo pueden comparar su propia vida con la que él supo vivir.
Político, economista, abogado, periodista, estadista, militar, su épica campaña al Paraguay logra la independencia de ese país y sus victorias en Tucumán y Salta salvan a la Revolución. Educador y fundador de pueblos, procuró enseñar las artes y las ciencias para mejorar la vida colectiva, a la que no sólo contribuyó decisivamente a dar libertad e independencia, sino a definirla como Nación.
Quién dijo en Tacuarí: “Aún confío que se nos ha de abrir un camino que nos saque con honor de este apuro; y de no, al fin lo mismo es morir a los 40 que a los 60”, reveló poseer un carácter como el de los antiguos estoicos, para quienes el servicio estaba antes que las prebendas. Así rechaza los honores decretados por el Primer Triunvirato con motivo del triunfo en Tucumán, diciendo: “Sirvo a la patria sin otro objeto que el de verla constituida y este es el premio al que aspiro”.
Ciudadanos argentinos, no esperemos todo de nuestra Patria, ya es hora de hacer, nosotros, algo por nuestra Patria.
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