Cambiemos se debate entre plantear a los argentinos "la cruda verdad"
y la conveniencia de decir y hacer lo necesario para retener el poder
en 2019. Se trata de un camino demasiado angosto y nada hace pensar que
le pueda resultar sencillo.
Cerca de Mauricio Macri ya lo tienen decidido: aunque la caída de su imagen continúe, él insistirá con la misma fórmula: recortar los gastos para bajar el déficit y depender cada vez menos del financiamiento externo.
El ministro del Interior, Rogelio Frigerio,
dio detalles de cómo y dónde se quiere dar el debate. Será dentro y
fuera del Parlamento, y alrededor de la discusión por el Presupuesto
Nacional. Antes, el Presidente y sus ministros deberán consensuar las
principales iniciativas: qué recortar y con qué argumento.
Los hombres del Presidente están analizando ahora algunas de las iniciativas que puso en marcha la gobernadora María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, como la baja del gasto en la Legislatura y el fin de las jubilaciones de privilegio o específicas. Estudian su impacto real, y su efecto simbólico.
También piensan en la conveniencia de debatir, de cara a la sociedad,
la lógica de seguir alimentando el gasto de algunos nichos de la
política, como la Biblioteca Nacional del Congreso.
Esa, quizá, es la principal diferencia que ahora mismo hay, entre lo que
piensa Macri y los principales dirigentes radicales y peronistas de
Cambiemos sobre lo que debe ser un Estado moderno.
El
jefe de Estado está convencido de que el sistema político y las
corporaciones usan al Estado para financiar a sus cuadros y de que esta
tendencia, en el siglo XXI, es inviable.
Basta recordar lo que dijo sobre el canje de pasajes en la Cámara de Diputados o el horario de trabajo de los funcionarios judiciales, incluidos los fiscales y los magistrados.
La otra gran discusión que pretende dar es sobre el famoso costo argentino alimentado por los sobreprecios y la corrupción. En el ministerio de Trabajo machacan, por ejemplo, sobre el altísimo costo sindical,
incluido en el salario, que no va al bolsillo del trabajador sino a la
caja de las organizaciones o, directamente, de sus dirigentes.
¿Pero quién se atrevería ahora a presentar un nuevo proyecto de reforma
laboral, a un año y medio de las elecciones presidenciales? La calle
sería un hervidero. Y antes, en todo caso, habría que ver cómo termina el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
El camino es angosto, largo y peligroso, pero Macri lo quiere recorrer igual.
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