sábado, 6 de julio de 2019

Ayer nos recordó el diario español ABC: "La aplastante y olvidada victoria de España sobre Inglaterra que decidió el futuro de Argentina"

Para España fue una victoria española, para nosotros fue sin dudas una heroica victoria criolla.

El 5 de julio de 1807, más de 30.000 británicos y 200 barcos lanzaron un ataque masivo, por catorce calles paralelas, contra Buenos Aires: era su plan para conquistar América. Los bonaerenses los vencieron de un modo fulminante e inverosímil.

Es por eso que al día de hoy se habla español en el Cono Sur.

         Portada del libro de Luis Gorrochategui dedicado al tema
Hoy hace 212 años, bonito capicúa, de una de las más decisivas victorias españolas de la historia. Una con un alcance geoestratégico aún incalculable. Me estoy refiriendo a lo ocurrido en Buenos Aires el 5 de julio de 1807. Algo de la envergadura del enfrentamiento entre Blas de Lezo y Vernon en 1741 en Cartagena de Indias, felizmente hoy recuperado para nuestra consciencia colectiva, o del choque entre María Pita y Drake en 1589, que supera al archideformado fiasco de la Invencible del año anterior, y está siendo ya aceptado por la comunidad historiográfica internacional. ¿Pero de qué me habla usted? ¿Otra gran victoria española en Buenos Aires en 1807? Pues sí. Se lo cuento.
Inglaterra se pasó siglos soñando con quedarse con la América hispana, y sus ínfulas se dispararon tras el Tratado de Utrecht (1713). España hubo de ceder el asiento de negros y un navío de permiso, una limitada penetración comercial en América que sin embargo generó en Inglaterra grandes expectativas de negocio, pronto frustradas, lo que propiciaría la Burbuja de los mares del Sur, la crisis financiera o crack británico de 1720. En este contexto nacerá el panfleto anónimo Una propuesta para humillar a España, donde por vez primera, y más allá de minucias y navíos de permiso, se detalla un plan para la conquista total de la América española iniciándola por su parte más débil y propicia: el Cono Sur. A este plan se sucederán otros, y, tras sonados fiascos ingleses, como el mencionado de Cartagena de Indias, o la práctica expulsión del Nuevo Continente tras las acciones de Bernardo de Gálvez y la emancipación de los nacientes Estados unidos (1775-1783), Inglaterra encontrará su gran oportunidad a principios del siglo XIX. Una España ya en franca decadencia, y la victoria en Trafalgar, la animará a lanzar su envite final por las Indias. De este modo, expulsada de América del Norte, intentará quedarse, por las bravas, con la América del Sur. Su plan, hijo de planes anteriores, consistirá en un ataque combinado a ambos flancos del Cono Sur: contra Buenos Aires en el Atlántico, y contra Santiago de Chile en el Pacífico.
El 3 de febrero de 1807 cae la bien amurallada Montevideo tras tenaz resistencia, y una colosal fuerza se prepara entonces para marchar contra Buenos Aires. Más de 30.000 británicos, y más de 200 barcos (incluyendo navíos de guerra, transportes, y mercantes) se concentran ya en el Río de la Plata. España, estrangulada por Francia y noqueada por la apatía de su clase dirigente, no puede enviar un ejército para defenderla, y América parece ya perdida para siempre. Pero, al modo de lo que ocurrirá en la península con su levantamiento contra el francés, también se va a enfrentar en América contra el inglés, aunque esta sea una historia mucho menos conocida. Efectivamente, espoleada por un ataque pirático previo en busca de botín realizado el año anterior de 1806, Buenos Aires decide convertirse en un ejército para repeler la inminente ofensiva a gran escala. Los vecinos, ni cortos ni perezosos, se organizan en regimientos según sus regiones de origen y sus etnias. Así nacerán los regimientos de Patricios (nacidos en América), vascos, gallegos, catalanes, andaluces, cántabros, Pardos y Morenos… de toda América afluyen voluntarios, dinero, pólvora, pertrechos.
La gran batalla, lo dijimos, se desencadena el 5 de julio de 1807. Al amanecer suenan los 36 cañonazos de ordenanza y el ejército británico inicia su marcha por catorce calles paralelas de la geométrica Buenos Aires. Los esperan los vecinos con sus diferenciados y flamantes uniformes para impedirlo. Llevan meses haciendo instrucción militar, incluyendo prácticas de tiro, y se han apostado en las azoteas, bocacalles y plazas según minucioso plan. En su arrogancia, los británicos ni imaginan lo que les espera, pero la más épica y desesperada refriega por el control de América está a punto de empezar. Los milicianos se han distribuido en dos anillos defensivos concéntricos. El más pequeño protege la Plaza Mayor, la Fortaleza, Recova y calles adyacentes. En un obstáculo clásico, tiene barricadas, artillería, fusilería, y hasta se ha cavado un foso. El segundo es bien distinto. No ha sido diseñado para repeler sino para aniquilar, y en él espera el grueso del ejército rioplatense apostado en secreto en las azoteas cuadrangulares de las casas de Buenos Aires. Efectivamente, las calles de Buenos Aires son todas paralelas y se cortan en ángulos rectos, formando cuadrados casi iguales entre si. Las casas están hechas de ladrillo y, con vistas a la defensa, las paredes son gruesas, las ventanas tienen barras de hierro, las puertas fuertes cerrojos. Las azoteas son lisas, con un parapeto de dos pies de altura y troneras. Están intercomunicadas.Como dirá el teniente coronel británico Lancelot Holland.
Pero cuando los británicos se dirigen hacia el mar con la intención de rodear el primer anillo, el único de que son conscientes, son sorprendidos por la mayor emboscada jamás realizada por milicianos hispanos. La flor del ejército cae muerta o prisionera. A modo de ejemplo, tenemos el testimonio del teniente coronel Cadogan: el enemigo apareció de repente en gran número en algunas ventanas, en la azotea de aquel edificio y desde las barracas del lado opuesto de la calle y desde el extremo de la misma. En un momento, la totalidad de la compañía de vanguardia de mi columna, y algunos artilleros y caballos fueron muertos o heridos...
John Whitelocke, comandante en jefe de la fuerza expedicionaria, y gobernador, con un sueldo adicional de 4.000 libras, de la nueva América británica, cuya conquista ya se ha dado como segura, se verá obligado a rubricar el más favorable de los armisticios que jamás otorgó Inglaterra. Pues, según sus palabras, Sudamérica jamás podrá pertenecer a los ingleses… la obstinación de todas las clases de los habitantes es increíble. Según la capitulación los británicos tienen 10 días para abandonar Buenos Aires y dos meses para evacuar el Plata. Antes de irse han de reparar las murallas de Montevideo, y los españoles les facilitarán su marcha. Para entender la magnitud del desastre, nada mejor que leer «The Times» del 14 de septiembre de 1807: El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Los detalles de este desastre, quizás el más grande que ha sufrido este país desde la guerra revolucionaria, [guerra de Independencia de los EEUU] fueron publicados ayer en un número extraordinario... El ataque de acuerdo al plan preestablecido, se llevó a cabo el 5 de julio, y los resultados fueron los previsibles. Las columnas se encontraron con una resistencia decidida. En cada calle, desde cada casa, la oposición fue tan resuelta y gallarda como se han dado pocos casos en la historia.
Y así Argentina, la eternamente plateada por su victoria inaugural contra Inglaterra, y los demás países hispanoamericanos, han tenido y siguen teniendo su ocasión de existir. Incluyendo la oportunidad de entender que la fragmentación de Hispanoamérica, fue sí, el plan B que Inglaterra pondría en marcha poco después para debilitar esa tierra indómita que no pudieron conquistar. Pero eso es otra historia.

Luis Gorrochategui Santos es autor de « Las derrotas inglesas en el Río de la Plata. Victoria decisiva en Buenos Aires» (Ediciones Salamina).

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