Ignacio Hamílton Fotheringham nació en Southampton en 1842; se vinculó con Rosas y luego se trasladó a Buenos Aires con el propósito de trabajar en las estancias de Juan Nepomuceno Terrero. Aquí se incorporó al ejército y luchó como voluntario en la guerra del Paraguay.
Posteriormente prestó servicios en la frontera y, en 1873, peleó, ya como oficial, contra el ejército entrerriano rebelde, comandado por Ricardo López Jordán. Volvió luego a las fronteras del sur y sureste de Córdoba, y en 1874 estuvo junto al general Roca, para batir al revolucionario Arredondo. Hizo la campaña del desierto junto a Levalle y en 1880 actuó nuevamente en los ejércitos antimitristas. En 1883 fue nombrado gobernador del Chaco y, en 1888, lo fue de Formosa. Alcanzó el grado de general de brigada y en 1908 publicó “La vida de un Soldado o Reminiscencias de las Fronteras”. A él le debamos muchos relatos y descripciones de los hechos sucedidos durante la rebelión jordanista, como el relatado por él mismo refiriéndose a un hecho sucedido después de la batalla de “Don Gonzalo”, digno de una historia romántica que no puede dejarse perder.
Después de la batalla de "Don Gonzalo", en que las tropas liberales “armados de rico armamento de ´nuevo sistema´, y arrojando millares de balas explosivas” provocaron el desbande de las tropas federales, Ignacio H. Fotheringham, que fue protagonista de dicha batalla, cuenta el siguiente relato heroico que no puede quedar en el olvido, y cuyo protagonista bien pudo ser cualquiera de los criollos que peleaban por la autonomía de su provincia arriesgando su pellejo sin pedir nada a cambio:“Solo, bien montado en un hermoso caballo moro – relata el autor de “La vida de un soldado” – se vino sobre el 10 de línea, pasando al lado de la caballería de Undavarrena, un jinete entrerriano, gallardo mozo, de no sé de donde ni nadie sabrá nunca; se golpeó en la boca, hizo rayar su flete y descargando una pistola que llevaba en la diestra, dio media vuelta y a todo escape regresó de donde vino. No he visto audacia e insolencia igual.
Un hermoso acto y por hermoso quedó impune pues no quise que le hicieran fuego los granaderos, que ya iban a hacer una descarga; y se fue sombrero negro de cinta roja, traje de terciopelo; la cola del caballo hecha nudo entrelazada con cintas rojas. ¡Que curioso tipo! No sé si sería un loco, pero si lo era, era un loco sublime”.
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