domingo, 9 de febrero de 2020
Guerra del Paraguay: La caravana del infortunio
Rumbo al Aquidabán:
Camino a Cerro Corá (Paraguay).
Mientras los aliados recorrían una amplia zona en una verdadera cacería, Solano López se retiraba rumbo a Cerro Corá con los restos de su ejército y una muchedumbre que le seguía.
Arrastraba López a los restos de la Patria en una marcha penosa hacia un final trágico, como una caravana de hombres dispuestos a sucumbir antes que ser sojuzgados. Dejamos la descripción de esa trágica marcha a la palabra de Juan O´Leary en su Historia de la guerra de la Triple Alianza:
“El Mariscal López marchaba, solemnemente, con la pesada cruz de su infortunio a cuestas, camino de Cerro Corá. Marchaba con todo su pueblo, llevando consigo a la patria, a sucumbir con él, después del último sacrificio. No era aquella la retirada de un ejército en derrota, era el vía crucis de toda una viril nacionalidad que prefería los horrores del martirio a sobrevivir a su heroico vencimiento. A través de los interminables caminos, en medio de los bosques, sobre las altas cordilleras, se veía cruzar la larga caravana, avanzando en silencio, en pos de aquel hombre portentoso, gigantesca encarnación de nuestra raza.
Camino a Cerro Corá (Paraguay).
Hambrientos, desnudos, lacerados por las inclemencias de la naturaleza, caminaban durante el día, abrasados por un sol de fuego, y en las tibias noches, a la clara luz de la luna, caminaban también, sin descanso, bajo la serenidad de los cielos. Aquella ruta trágica quedó cubierta de cadáveres, y el enemigo, al avanzar sobre nuestras huellas, lo hacía marchando sobre una blanca alfombra de huesos humanos.
Millares de mujeres y niños formaban parte de aquella fúnebre procesión, a cuya cabeza caminaba pensativo, misterioso y sombrío, el guerrero formidable que un día pusiera en conmoción a medio continente, y ante cuyo nombre temblaban de espanto las legiones enemigas. Aquel puñado de famélicos soldados, que apenas podían con el peso de sus desdichas, era todo lo que le restaba de ciento cincuenta mil leones, cuyas épicas hazañas quedaron escritas en sangre, desde el Paraná a la remota Uruguayana y desde Itapirú a los confines de nuestro territorio. Y aquella triste muchedumbre que iba desgranándose en medio de los más atroces sufrimientos, era también lo que quedaba de un pueblo feliz, rico y poderoso, condenado a morir, después de cinco años de martirio, porque protestara en nombre del derecho ajeno y defendiera los fueros de su propia independencia. Del pasado, ya no le quedaba sino la inmensa gloria de la desesperada resistencia, y el recuerdo imborrable de los grandes días de triunfo y de esperanza. Pero, Aún en medio de aquella tristeza infinita, de aquella amargura sin límites, conservaba todavía su indomable altivez y todas las energías de su implacable voluntad. Majestuoso en su infortunio, severo el continente, fuerte y decidido en presencia del Destino, parecía, más que un hombre, un Titán arrancado a la epopeya esquiliana. Sus pasos de gigante, a través de las sierras, aún repercuten en el corazón de la posteridad...”
López va retirándose hacia un trágico e inevitable final en los confines de la Patria, pero sin dejar de pisar o defender un palmo del propio territorio, y sin abandonar su inquebrantable voluntad de sucumbir antes de claudicar. A sus 18 años, al ser nombrado General, juró morir antes que dejar caer la bandera de sus manos. “Vencer o morir” fue su lema, y el de todo un pueblo. Y lo cumplirían.
López partió el 15 de agosto de 1869, y tras acampar sobre el Yhagüy, cruza el Mbutury, el arroyo hondo, hasta detenerse en Pindó, que fuera estancia de Benigno López. Sin detenerse en el pueblo de Unión, pasa de largo en San Estanislao, y el 15 de agosto de 1869 se declara cuarta capital a la Villa de San Isidro de Cuaraguatay, estableciéndose en ella el Vicepresidente Sánchez, que se había adelantado.
El 9 de setiembre acampa López en Tapiracuari, atraviesa los bosques de Ybabiraí y el río Capivay. Por la Picada de Tahy cruza el arroyo Retama y el río Corrientes, acampando en un inmenso bosque, Pacobá, cerca de Curuguaty. Pasa sin detenerse por la Villa de San Isidro y por Iguatimi, acampando luego sobre el arroyo Itarará.
El itinerario es difícil de seguir, pero hemos dado apenas los puntos principales, para hacernos al menos una idea de la magnitud de esa marcha interminable y trágica. Las penurias y el hambre hacían estragos de mortandad. En una rica región devastada por la guerra, prácticamente el único alimento eran las naranjas amargas y frutos silvestres, y grupos de gente agotadas por el hambre y el cansancio, quedaban rezagados y tendidos en el camino hasta morir de inanición.
De Itarará se dirige al Noroeste hasta una rinconada del arroyo Guazú, hasta detenerse hacia fines de 1869 en la Sierra Amambay. A principio de 1870 cruza las cordilleras, donde quedan rezagados 700 personas que morirán de inanición, y acampa en Samacuá. De ahí se dirige al Norte hasta Punta Porá, y luego al Oeste para cruzar nuevamente las cordillera por la Picada de Cirigüelo, para salir en Cerro Corá el 14 de febrero de 1870. El General Francisco Roa, sin poder avanzar más, quedó en la picada con ocho piezas de artillería, y un poco más adelante el Coronel Patricio Escobar, con unas carretas empantanadas.
Ubicado en el extremo Noreste del territorio paraguayo, Cerro Corá (guarani: círculo o corral de cerros) es un gran anfiteatro rodeado de montañas, y cruzado por el río Aquidabán-nigüí. Solo dos pasos daban acceso: el Paso del Aquidabán y la Picada de Chirigüelo.
Todas las fuerzas paraguayas que alcanzaron Cerro Corá eran apenas 500 hombres. Lo componían 10 batallones y seis regimientos. Entre todos los batallones sumaban 266 plazas, teniendo alguno de ellos solo tres soldados; entre los seis regimientos sumaban 146 hombres.
Pese a todo, López estaba dispuesto a disputar el último palmo de la Patria. Sobre el Paso del Aquidabán se emplazaron cuatro piezas de artillería ligera al mando del Coronel Angel Moreno y algunos infantes y lanceros. Una legua más al norte, sobre el arroyo Tacuara, dos cañones y un pelotón de infantería.
Para hacernos una idea de la magnitud de estas fuerzas de defensa, diremos que el batallón más numeroso contaba con 37 hombres, y todo el regimiento N° 46, el más numeroso, contaba con 37 plazas en total. Para mitigar el hambre, López ordena al General Caballero que se dirija a Villa Miranda y al Mayor Lara hacia la frontera Noroeste para que recogiesen todo el ganado que pudieran.
Para Caballero y los hombres que lo acompañaban, la guerra duraría un mes más: cuando recorrían las costas del río Apa el 8 de abril de 1870, fueron sorprendidos por una partida brasileña, por la que se enteraron que la guerra había terminado.
El asedio:
Como dijimos, López acampa con el resto de su ejército en Cerro Corá. Lo acompañan solo su Estado Mayor, los restos de su Escolta, el Vicepresidente, su familia, capellanes, y algunos civiles.
Pese a la comprometida situación y aún conociendo su trágico final, López no se quebranta en su espíritu, y su carácter se mantiene inalterable. Bajo el calor abrasador del día, recorre de a caballo alentando a sus líneas, y en la noches hablaba a los presentes sobre los episodios de la guerra, la defensa de la Patria, y los hechos heroicos de épocas más felices.
A fines de febrero reúne a sus seguidores y les comunica su decisión de sucumbir, y lee un decreto asignando condecoraciones a sus seguidores, “Queriendo dar un testimonio público de honor y de justicia a los beneméritos defensores de la Patria, que con abnegación ejemplar y patriótica virtud hicieron la campaña del Amambay, cruzando dos veces la Sierras de Mbaracayú” (O´Leary, La guerra de Triple Alianza, p.448).
Tal era el temple de aquel hombre, que a días de sucumbir, distribuía condecoraciones y medallas que nunca llegaron a acuñarse.
El 28 de febrero, algunos indios caygús les traen alimentos a los paraguayos y le advierten a López la proximidad de los brasileños; le ofrecen esconderlo en sus tolderías, en el medio de los bosques, donde no podrían encontrarlos: “Jaha caraí, ndétopái chéne repe los camba ore apytepe” (Vamos, señor; no darán con usted los negros adonde pensamos llevarle). Algunos autores sitúan el episodio el 1° de marzo. Muy temprano se presenta en Cerro Corá el cacique de las sierras de Amancay, que venía a rendirle homenaje y a ponerse a sus órdenes. El Cacique caynguá le ofreció hospitalidad segura en sus dominios, pero le pidió que se licenciara su ejército, reservándose para acompañarlo como escolta nueve o diez hombres de su confianza, y su familia, y en esos condiciones se ofrecía a conducirle a lugares impenetrables en que jamás lo encontrarían.
Mientras López conversaba con el cacique, le trajeron la noticia de un movimiento de avance de fuerzas brasileñas hacia el Aquidabán. López preguntó entonces a que hora llegarían las fuerzas enemigas, y el cacique, levantando la mano y señalando un punto cerca de cenit, le dijo: “Cuando el sol esté alli”, indicándole de esa forma que sería cerca del mediodía, y que por consiguiente, tendría tiempo para levantar su campamento y seguirle.
López agradece pero declina el ofrecimiento; no estaba dispuesto a huir ni a entregar un palmo de tierra sin derramar la sangre en su defensa.
El príncipe D´Eu, creyendo terminada su misión, o talvez evitando medirse personalmente con López, encarga a General Correa da Cámara que se ocupara con entera libertad de las últimas acciones. Creyendo que López se retira hacia Dorado, Cámara se dirige hacia Bella Vista para incorporar las fuerzas del Coronel Bentos Martins, formando una columna de cinco batallones de infantería, cuatro regimientos de caballería y seis bocas de fuego, para cortarles la retirada a los paraguayos.
Al mismo tiempo, debía avanzar tras la vanguardia de López el Coronel Antonio da Silva Paranhos con otra columna de las tres armas, pero sin aceptar ningún combate “que pudiera comprometer todas sus fuerza o parte de ellas”. Si encontrase despejada la picada de Chirigüelo, debía cruzar por ella hacia Dorado, que era el punto de reunión. El 9 de febrero de 1870 partió Cámara de Villa Concepción. El 13 cruza el Aquidabán, y en proximidades de Bella Vista recibe un parte del Coronel Martins donde le informa que López había acampado en Cerro Corá. En vista de esto, Cámara cambia de plan, y reforzando a Martins con algunas tropas y piezas de artillería, le ordena que se posicionase en la Picada de Chirigüelo.
El 28 de febrero ataca Martins con carabineros de cuatro regimientos, una pequeña guarnición paraguaya sobre el arroyo Tacuara, que cae inmediatamente. Faltaba ahora tomar la trinchera que defendía el Paso del Aquidabán. Cámara dispone que el Mayor Floriano Peixoto se interne en el bosque para salir a la izquierda de la posición paraguaya, al tiempo que Martins lo hacia por la derecha, mientras dos regimientos de caballería al mando del Coronel Silva Tavares y la infantería del Coronel Silva Paranhos, lo hacia por el frente. Acometidos por el número, no pudieron resistir los paraguayos, que abatidos por el hambre, apenas alcanzan a hacer dos descargas de artillería. Rápidamente vencidos, caen algunos pocos prisioneros, siendo acuchillados el resto. Después de este rápido desenlace, entran los brasileños en Cerro Corá, ocupando la Picada de Chirigüelo.
Por Leonardo Castagnino
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