Los chacareros ya habían recogido la cosecha cuando comenzó a llover y llover. Entre la creciente y el viento, una vez más los inmigrantes británicos fueron puestos contra las cuerdas. Pero zafaron.
En enero de 1869, los colonos galeses del río Chubut pensaron que su mala racha quedaría en la historia, después de cuatro años de sinsabores. La magnitud de la cosecha de trigo que habían logrado disipaba los planes de traslado hacia Santa Fe y auguraba futuro. Sin embargo, las fuerzas de la naturaleza todavía someterían a otra prueba a las familias que habían llegado de Gran Bretaña.
Después de levantar aquella cosecha, comenzó a llover. “No era sin embargo una lluvia fuerte. El río había estado muy crecido toda esa temporada y su caudal aumentó muchísimo con esta lluvia, hasta que estaba casi al borde de las barrancas. Luego, un domingo a la tarde, estando la mayoría de los colonos en la capilla, se desencadenó una tormenta eléctrica, con lluvia torrencial, como si se hubiese abierto una nube, hasta que todas las depresiones y zanjas se llenaron de agua y también el agua fluía por las lomas como por los torrentes de las montañas”.
La angustia del relato puede encontrarse en “Crónica de la colonia galesa de la Patagonia”, escrita por un protagonista de los acontecimientos: el reverendo Abraham Matthews. La edición que consulta El Cordillerano para esta ocasión fue publicada por Editorial Raigal (Buenos Aires) en 1954. “Para la mañana del lunes, el río había salido del cauce y casi todo el valle estaba cubierto de agua”.
Sin embargo, la desazón demoró en hacerse cuerpo. “Como el valle era llano y el tiempo sereno, la cosecha no fue llevada por la corriente sino que se veían los haces parados, con la extremidad fuera del agua, de tal modo que parecían arbustos de cañas o juncos en un fangal. Pero, al domingo siguiente, una semana después de esta tormenta, cuando la lluvia había cesado hacía unos días, y el cielo se había despejado […] el lugar había empezado a secarse un poco, y todos confiaban en salvar la cosecha sin mayor daño al retirarse las aguas, ya que sabían que la tierra y el trigo se secarían pronto una vez que se retiraran las aguas, gracias al tiempo caluroso”.
La confianza pronto se evaporó porque “ese domingo se levantó un viento fuerte del oeste, que agitó el agua que estaba como un lago sobre el valle, hasta formar gran oleaje; y derribó todos los haces y los arrastró como escobas contra la corriente hacia el mar”, lamentó Matthews. “Un pequeño grupo de chacareros, con infinitos esfuerzos y paciencia, logró salvar un poco, pero la masa de la cosecha se perdió. Y ese poco salvado estaba bastante deteriorado”.
Puede recrearse el estado de ánimo de las y los galeses: “Y así, nuevamente, el año más próspero y animoso que habíamos tenido se había convertido en un nuevo fracaso y en una amarga desilusión”. Las pérdidas no se limitaron a los cultivos porque además “perdimos sesenta terneras recién nacidas y que, huyendo de la avenida, vagaron por el campo hasta alejarse tanto que fue imposible alcanzarlas y nunca las pudimos recuperar, pues se fueron hacia la cordillera y así entraron al alcance de los indios”.
Los comienzos de 1969 fueron impactantes. “Esta experiencia fue terrible para los colonos”, admitió el reverendo. “Cuando creíamos que habíamos descubierto la manera de prosperar en el país y habíamos logrado semejante cosecha promisoria nos encontramos frente a frente con una nueva característica del país”. Los secretos de la Patagonia parecían no terminar de develarse nunca.
Para los británicos, “la interrogante era ahora: ¿cuán a menudo debíamos esperar una inundación como ésta? Habíamos estado cuatro años en el lugar y era la primera vez que veíamos cosa semejante, pero, ¿qué hacer si ello se repetía cada cuatro o cinco años indefinidamente? Mas algo nos incitaba a no desanimarnos, y era el hecho de que no había indicios de que se hubiese producido semejante inundación en largos años anteriores”. Se sabe, la colonia finalmente prosperó.
Fuente: El Cordillerano
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