Esta semana se cumplieron 38 años de la muerte de Arturo U. Illia, quien se destacó por su honestidad y honradez. Illia vivió casi toda su vida en su humilde casa de Cruz del Eje, Córdoba, donde se dedicaba a la medicina, y nunca utilizó su influencia a su favor, a punto tal de tener que vender su auto estando en el ejercicio del mandato y de negarse a utilizar fondos públicos para financiar sus tratamientos médicos. Luego de su gobierno, mantuvo su activa militancia política, rechazó la jubilación que le correspondía como expresidente y volvió a su pueblo para seguir dedicándose a la medicina.
Fue presidente de la Nación Argentina entre el 12 de octubre de 1963 y el 28 de junio de 1966, cuando fue derrocado por un golpe de Estado cívico-militar.
La relación del gobierno de Illia con el movimiento obrero estuvo signada por una aguda conflictividad. Durante su gestión, la CGT impulsó una audaz iniciativa: La toma de fábricas como medida de lucha.
Algunos meses antes del triunfo electoral, entre fines de enero y principios de febrero de 1963, la CGT había realizado su Congreso normalizador, en el cual se conformó la nueva dirección de la Central. La misma quedó plasmada con una alianza de las 62 organizaciones peronistas, que llevó al textil José Alonso a la secretaría general, y del sector de los independientes al gráfico Riego Rivas como secretario adjunto. La tensión con el gobierno comenzó antes de que éste asumiera, cuando en agosto de 1963, la CGT emitió un comunicado calificando de fraudulentos los comicios nacionales dado que, -las elecciones controladas por las Fuerzas Armadas- se proscribió al peronismo y mientras estaba detenido el anterior presidente constitucional Arturo Frondizi.
La primera huelga general fue realizada en diciembre del mismo año, ocasión en que los representantes del movimiento obrero acusaron al gobierno de gestar la carestía de vida. De poco le sirvió al radicalismo el apoyo inicial de otro sector, como el Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS), orientado por los comunistas.
Pero el plato fuerte de la CGT estaba reservado para mediados de 1964, cuando se lanzaron las tres oleadas de ocupaciones fabriles: el 21 de mayo, el 30 del mismo mes y el 24 de junio, se llevaron a cabo las jornadas que llevaron a millones de obreros de todo el país a tomar sus lugares de trabajo, proceso que transcurrió sin que se desarrollen episodios de violencia. El gobierno, por su parte, evitó en todo momento que las fuerzas de seguridad chocasen con los trabajadores, apelando sólo a despliegues policiales pacíficos. Mientras tanto, aprobaba, el 12 de junio, la Ley del Salario Mínimo, Vital y Móvil, reclamada durante años por los sindicatos. Sin embargo, días después de su promulgación, la CGT hacía pública su disconformidad con el texto sancionado.
A pesar de la contundente demostración de fuerza llevada adelante por la central sindical, la tensión entre sus componentes era una constante. Los independientes eran proclives a manejarse con cierta prudencia frente al Gobierno; de hecho fueron partidarios de ofrecer una tregua mientras se tratase el proyecto sobre el salario mínimo.
Las 62 organizaciones, por su parte, mostraban una total intransigencia a la hora de defender los planes de lucha. De fondo había una diferencia de perspectiva. Mientras que las motivaciones de los independientes -entre quienes había socialistas y radicales- no pretendían moverse demasiado de lo estrictamente sindical, los peronistas tenían como horizonte la vuelta de Perón al país, y hacía allí enfocaban su accionar durante la toma de fábricas.
Esta divisoria de aguas llevó a los independientes a abandonar la central en julio de 1964, anunciando que la situación abría el paso al golpe militar encabezado por el general Juan Carlos Onganía.
Estas renuncias no le impidieron a la CGT seguir adelante con los planes de lucha contra el gobierno. El 3 de agosto se impulsaron cabildos abiertos en todo el país, el 17 y 18 de agosto se realizó un paro nacional con movilización a la Plaza de Mayo, y en julio de 1965 se realizaron marchas en Capital y Gran Buenos Aires, donde se produjeron episodios de violencia con la policía.
Los medios ayudaron
La prensa escrita también se ensaño con el primer mandatario. El semanario Confirmado, que dirigía Jacobo Timerman, realizó una intensa campaña en contra de la aprobación de la Ley de Medicamentos. La revista Primera Plana, por su parte, delineaba una imagen presidencial de cansancio y lentitud, que quedó plasmada en las caricaturas de Lino Palacio (Flax) que mostraban a Illia dándole de comer a las palomas y con una de ella en la cabeza, Otra caricatura memorable fue la de Juan Carlos Colombres, Landrú, quien caracterizó al presidente como una tortuga en el diario El Mundo.
Había un dicho popular, que se hacía público por volantes (no existían las redes sociales) para calificar a Illia como un presidente “buenudo” con toda la carga irónica e irrespetuosa que significaba.
El expresidente era muy respetuoso de la libertad de prensa. Se le adjudica al historiador francés Alan Rouquié haber definido a Illia en ese momento como “demasiado débil o demasiado respetuoso de las formas democráticas”.
Disminuyó la desocupación y acrecentó el sueldo real
Durante su gobierno intentó anular los contratos petroleros firmados por el expresidente Arturo Frondizi con compañías extranjeras, pero terminó por anular unos pocos acuerdos, renegociar algunos y la mayoría de las empresas siguieron produciendo. Se fomentó la industria nacional, se destinó el 23 % del presupuesto nacional a la educación (la mayor cifra en la historia del país), bajó la desocupación, disminuyó la deuda externa, se llevó adelante un plan de alfabetización y se sancionaron las leyes de Salario Mínimo, Vital y Móvil y la llamada Ley Oñativia (también llamada de Medicamentos), que contemplaba la fijación de precios máximos y controles lo que incomodo a los laboratorios internacionales y la industria farmacéutica.
Durante su gestión, la balanza comercial tuvo saldo favorable, el campo sumo seis millones de cabezas de ganado. La industria manufacturera aumentó 11,5% y la construcción un 10,2%. Bajaron la deuda externa y la inflación, subió el PBI y se incrementaron las reservas de oro y divisas. Disminuyó la desocupación y se dictó una ley de abastecimiento. Jamás recurrió al estado de sitio para hacer frente a la cuestión social.
También rechazó el pedido del banquero David Rockefeller para instalar en el país una sucursal del banco Chase Manhattan. Censuro el gobierno revolucionario de Fidel Castro. En 1963 firmó un acuerdo comercial con China a pesar de no tener en el Congreso mayoría propia y tener que negociar con grupos menores para conseguir la aprobación de alguna ley.
La indiferencia total
Emilio Gibaja, ex director de prensa, manifestó sobre el día del derrocamiento: “Ya había terminado la angustiosa e interminable tensión por las 6 horas pasadas en el despacho presidencial acompañando al doctor Illia en sus últimas horas en la Casa de Gobierno. Los mensajeros del futuro dictador Onganía volvieron a las 7 de la mañana con un batallón de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, con el que nos desalojaron a empujones.
“Estábamos todos en la explanada. Había tristeza, bronca, mucha emoción en los 30 o 40 amigos que estábamos allí sin saber que hacer. El Presidente rechazó el auto oficial que le ofrecieron y, como todo lo que hizo en su vida, sencillamente, tomó un taxi con su hermano Ricardo y Alconada Aramburú. Así dejó el lugar entre aplausos, gritos y más emoción.
“Ya eran las 7 y media y se fueron todos. Quedamos Hipólito Solari Irigoyen y yo, solos en la explanada de la Casa Rosada. Ni soldados, ni policías, ni empleados. Nadie. La indiferencia era total. Nos miramos y sin decir nada, empezamos a caminar hacia Plaza de Mayo.
“Al costado, en la esquina del Banco Nación, se había juntado un pequeño grupo de curiosos que miraban silenciosos cómo nos íbamos. Yo dije: “Sabes Hipólito qué es lo que más bronca me da, que ni siquiera nos insultan.
“Así fue derrocado el mejor Presidente de los últimos 70 años”…
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