Hernando Arias de Saavedra
Hernando Arias de Saavedra fue, quizás, el último representante del espíritu hispano de la conquista en el Río de la Plata. Había nacido en Asunción del Paraguay, cabeza de la gobernación del Río de la Plata, el 10 de septiembre de 1561.Fue su padre el capitán español Martín Suárez de Toledo y su madre doña María de Sanabria; medio hermano de Fernando de Trejo y Sanabria, que hacia fines del siglo XVI era obispo del Tucumán y uno de los fundadores de la Universidad de Córdoba.
Hombre culto, prudente y generoso, de caballerescos modales y grandes iniciativas, era sumamente versado en historia romana, que según algunos historiadores, llegó a sus manos a través de lecturas españolas de aquellos días.
Educado en el convento franciscano de su ciudad natal, integró sus milicias para marchar a la guerra contra las tribus fronterizas que hostigaban a la población cristiana.
Hernandarias se enroló en la expedición a la Ciudad de los Césares organizada por el gobernador Abreu (1578), participó en la fundación de Salta, formando en las milicias de don Hernando de Lerma y estuvo a cargo del ganado destinado a la segunda fundación de Buenos Aires emprendida por su futuro suegro, don Juan de Garay, a quien acompañó como cabo segundo en su expedición a las sierras de Tandil y de la Ventana.
El puerto de Buenos Aires pululaba con patrones de buques negreros, contrabandistas, traficantes, estafadores, capataces de esclavos, usureros. Aventureros de toda laya y hasta representantes de la asociación esclavista internacional con sede en Amsterdam. Muchos de ellos rápidamente alcanzaron posiciones más desahogadas que los “beneméritos”, antiguos pobladores que vivían del producto de la tierra o de los oficios tradicionales. En esos años en Buenos Aires ya contaban más los doblones que los blasones.
Leal a sus principios, Hernandarias se opone a esa corruptela y logra, en 1603, que el rey de España dicte una cédula ordenando la expulsión de los portugueses de Buenos Aires, que llegaron a ser tantos y tanto su poder que el Plata era, virtualmente, un enclave comercial del Portugal. La expulsión fue por ser “sospechosos en asuntos de fe”.
En esos tiempos los porteños, sin minas ni indios para encomendar, subsistían gracias al tráfico ilegal. Los mercaderes ponen en acción sus influencias y sobornos, y logran que el obispo de Asunción, fray Loyola, dictamine que la cédula real sea “reverenciada, pero no cumplida”
A la ciudad rioplatense llegó un nuevo gobernador, Marín Negrón quien, honesto, en la senda de “Hernandarias”, se propuso terminar con tanto desmadre. No correría a los contrabandistas como “portugueses” sino como “judaizantes”. Se llamaba así a los judíos que simulaban haberse convertido al catolicismo pero que, clandestinamente, mantenían las prácticas de su religión original.
El gobernador Negrón informa al Rey el 15 de junio de 1610 sobre “el gran desorden en la entrada de portugueses (...) está el lugar tan lleno de ellos (...) la mayor parte de los habitantes ya lo son, y me dicen que también lo está de esta mala semilla la provincia del Tucumán”. Un Tribunal de la Inquisición establecido en Buenos Aires, “con fuerza suficiente para hacerse respetar (...) evitaría daños en este puerto y todas las provincias del Reino del Perú alejadas del Tribunal de Lima”.
En julio de 1613 Marín Negrón da un golpe fuerte al “contrabando ejemplar” al establecer que las subastas de cargas ilegales por “arribadas forzosas” (donde nadie osaba hacer ofertas contra los “confederados”) se hiciesen previa tasación del gobernador, y a su “justo precio”. Fue demasiado. El 26 de julio moriría repentinamente. Una información posterior del pesquisidor de la Audiencia de Charcas, Enrique de Jerez, reuniría presunciones de que fue envenenado.
Los “beneméritos”, deseosos de volver a los buenos tiempos en que el honor valía más que el dinero, instan a “Hernandarias” a regresar al gobierno.
Designado nuevamente gobernador de Buenos Aires para el año 1615, tras haber demostrado aptitudes para una administración ejemplar de la cosa pública, adoptó enérgicas medidas en defensa del vecindario y su comercio, razón por la cual, expulsó de la ciudad a judíos portugueses que simulando ser católicos practicantes, ejercían el contrabando en desmedro de la economía regional.
Hernandarias inició el proceso con el título ‘de los excesos y desórdenes del puerto de Buenos Aires’ a cuya trascendencia debemos atribuir todas las calamidades que ocurrieron en la ciudad desde entonces y que debían alcanzar casi un siglo de duración.
Muchos vecinos fueron procesados, llegando a tal punto los procedimientos que se paralizaron las pesquisas por extinguirse las existencias de papel. Hernandarias repuso las ordenanzas de la Metrópoli, y al fin, después de comprobar la resistencia de los complicados, asistió a las luchas del vecindario entre beneméritos y contrabansistas confederados.
Colocado en la gobernación con el título de Juez Pesquisidor con que lo invistió la real audiencia de Charcas, se instituyó en juez implacable de los contrabandistas.
Hernandarias se retiró de la vida privada pero al poco tiempo, sufrió injusta persecución por parte de su sucesor, el navarro Diego de Góngora. Contrabandistas perseguidos y expulsados por don Hernando, regresaron a la ciudad y al amparo del gobernador, se transformaron en individuos influyentes con gran poder de decisión sobre vidas y haciendas, hasta tal punto, que llegaron a convertir a los funcionarios de gobierno en simples marionetas.
De regreso en Santa Fe, vivió allí los últimos seis años de su vida, respetado y admirado por todos los habitantes de la gobernación, siendo la suya, palabra autorizada y requerida en cuanta iniciativa se emprendía por entonces. Falleció en 1634, a los 72 años de edad.
Fuente: www.lagazeta.com.ar
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