Por Ernesto Martinchuk
"Trabajé siempre para mi patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método no desorden; disciplina, no caos; constancia no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia". Manuel Belgrano
Manuel Belgrano fue designado General en Jefe del Ejército del Alto Perú, en reemplazo de Juan Martín de Pueyrredón el 27 de febrero de 1812 y ese mismo día, crea y enarbola la enseña nacional, al inaugurar las baterías “Libertad” e “Independencia”. Forma sus tropas sobre la barranca del río Paraná y a las seis y media de la tarde, con los mismos colores que el gobierno designó para la escarapela nacional arenga a sus fuerzas diciéndoles:
“Soldados de la Patria: En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Excmo. Gobierno; en aquél, la Batería de la Independencia, nuestras armas aumentarán las suyas. Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el tempo de la Independencia y de la Libertad.
“En fe de que sí lo juraís, decid conmigo: ¡Viva la Patria!
“Señor Capitán y tropa destinada por la primera vez a la Batería Independencia; id, posesionaos de ella, y cumplid el juramento que acabís de hacer”.
Por este juramento se infiere que la Batería “Libertad”, estaba sobre la barranca y la “Independencia” en la isla.
Mientras tanto, el Triunvirato mantiene una actitud vacilante respecto de cualquier proyecto de emancipación. Consintió el uso de una escarapela para los soldados, pero por razones de política externa, reprueba severamente la actitud de Belgrano, considerándola prematura y ordena, en oficio enviado el 3 de marzo, arriar la bandera. Belgrano desconoce la directiva del Poder Ejecutivo e inicia la marcha hacia el norte para hacerse cargo del ejército.
Ya está en San Salvador de Jujuy cuando se cumple un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo y para festejarlo, hace bendecir y jurar el pabellón azul-celeste y blanco, en una ceremonia a cargo del canónigo Ignacio Gorriti, con la insignia flameando en todos los balcones del Cabildo, mientras dice a la tropa: “Soldados, el 25 de mayo será para siempre un día memorable en los anales de nuestra historia, y vosotros tendréis un motivo más para recordarlo, cuando, en él por primera vez… veis en mi mano la Bandera Nacional, que ya os distingue de las demás naciones del globo… No olvidéis jamás que vuestra obra es de Dios; que él os ha concedido esta bandera, y que nos manda que la sostengamos”.
Belgrano es desautorizado nuevamente por el Triunvirato y el 18 de julio le responde que ha recogido la bandera reservándose para el día de una gran victoria. El 13 de febrero de 1813, con el triunfo de Tucumán el prócer enarbola nuevamente la bandera de la Patria, aunque recién el 25 de julio de 1816, se aprueba oficialmente, con carácter de pabellón nacional.
El 8 de junio de 1938, el gobierno nacional decidió que el aniversario de la muerte de Belgrano se transformara en el “Día Nacional de la Bandera”. La instauración de esa nueva efemérides fue un paso más en la consolidación de una identidad argentina, impulsada desde fines del siglo XIX por el Estado, a través de la escuela pública. Los hijos de los inmigrantes provenientes de países muy diversos se reconocieron como miembros de una misma comunidad, representada por los colores de la bandera.
La Bandera fue creada por Manuel Belgrano, comandante el Ejército de Norte, para distinguir a las tropas del gobierno de Buenos Aires de las tropas delegadas por el virrey del Perú en el frente de combate que enfrentaba a unas y otras y que se extendía en el centro-sur del Altiplano, en las zonas que ahora ocupan Bolivia y el Noroeste argentino.
Belgrano eligió los colores heráldicos de los Borbones, el azul cielo, el blanco que vemos en las bandas sobre el pecho de los monarcas españoles en sus retratos oficiales desde Carlos III hasta Fernando VII. Recordemos que el movimiento porteño pretendía, aún en 1812, actuar en nombre y defensa de los intereses del rey Borbón, cautivo de los franceses.
La guerra siempre fue el motor en los procesos de adopción de banderas y escudos. Basta recordar que en tiempos del feudalismo, las enseñas y las armas distinguían a los linajes nobiliarios que participaban en combates junto a los primeros monarcas de Europa. Es así que, a partir de la guerra de los Treinta Años, en el siglo XVII, esas insignias se redujeron para simbolizar a los ejércitos de las naciones. La lucha social internacional que desencadenó la Revolución Francesa fue la última etapa de creación de pabellones que identificarán a las naciones tanto en la guerra como en la paz.
LOS COLORES DE LA BANDERA
El acopio documental que se ha realizado sobre los orígenes de los colores y la distribución de los mismos en la bandera enarbolada por Manuel Belgrano el 27 de febrero de 1812 ha sido tema de numerosos trabajos realizados con verdadero criterio científico; sin embargo, dichos testimonios no han permitido dilucidar el secreto que cubre a la elección de nuestros colores patrios.
Bartolomé Mitre sostiene que los colores azul celeste y blanco debieron ser adoptados: “… en señal de fidelidad al rey de España, Carlos III… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia”. Es decir, dichos colores fueron los distintivos de los Borbones, la casa reinante española.
El pabellón real, signo de la monarquía, sigue utilizándose después del 25 de mayo de 1810. Incluso, los primeros ejércitos de la Patria que marchaban hacia el Alto Perú y al Paraguay, lo hacían bajo la insignia española, roja y gualda.
Por otra parte, muchos historiadores aseguran que los colores celeste y blanco, fueron los distintivos de los jóvenes morenistas, decididos a la emancipación, que actuaron durante los acontecimientos de 1810.
En un oficio del 13 de febrero de 1812, antes de fijarse la escarapela nacional, Belgrano con el fin de unificar los distintivos, algunas de nuestras tropas usaban ya los colores azul celeste y blanco: “… de que había en el Ejército de la Patria cuerpos que llevaban la escarapela celeste y blanca”, y él no la había adoptado para sus soldados “… hasta que viendo las consecuencias de una diversidad tan grande, exigí a E.E. la declaración respectiva”.
Cabe consignar que el primer contingente de 1500 hombres enviado por acuerdo del 25 de mayo de 1810, llevaba en sus sombreros, la cocarda española roja y amarilla y Rivadavia envía a Belgrano para sustituir a la blanca y celeste enarbolada en Rosario, era a tres franjas horizontales, rojas las externas y gualda la del centro. No era la usada por las tropas españolas, sino la que correspondía a una jurisdicción marítima e impuesta por Carlos III en 1785, como insignia naval a los buques de la Armada.
En junio de 1812, tras la representación en Buenos Aires de la obra de Voltaire “Alcira”, aparece en escena el genio de la independencia americana, llevando los colores celeste y blanco como emblema. También, según menciona Juan Manuel Beruti en sus “Memorias curiosas”, mientras se festejaba el descubrimiento de la conjura de Alzaga, el 23 de agosto de 1812, se adornó la torre de la iglesia de San Nicolás con siete banderas celestes y blancas.
Mientras tanto, después del triunfo de la Batalla de Tucumán y el juramento dispuesto por Belgrano, recién el 5 de octubre por la tarde, al conocerse la noticia, se arría la bandera roja y gualda del Fuerte y se iza un gallardete celeste y blanco, quedando bajo la enseña española.
Finalmente, el coronel Luis Beruti, hace izar por primera vez el 17 de abril de 1815 en el Fuerte de Buenos Aires la bandera de la Patria, celeste y blanca.
CONFECCIÓN DE LA PRIMERA BANDERA
Según la tradición rosarina, la bandera fue confeccionada por Doña María Catalina Echevarría de Vidal, hermana de Vicente Anastasio Echevarría, compañero de Belgrano en la misión diplomática al Paraguay y notable personalidad de la villa. María Catalina Echevarría nació en Rosario el 1° de abril de 1782. Fue hija de Fermín de Echevarría (vizcaíno) y de Tomasa Acevedo (rosarina); fallecidos cuando era niña. La adoptó el matrimonio formado por Pedro Tuella y Monpesar (comerciante español afincado en Rosario) y Ana Nicolasa Costey (montevideana).
El 26 de septiembre de 1810 se casó con Juan Manuel Vidal y Lucena y tuvieron cuatro hijos: Natalia, Josefa, Pedro y Manuela. Su hermano, el Dr. Vicente Anastasio Echevarría, gran amigo de Belgrano participó del Cabildo Abierto de 1810, fue armador del corsario Bouchard, diplomático y desempeñó otros cargos de importancia.
En febrero de 1812 María Catalina Echevarría tenía 29 años y se presume que Belgrano se alojó en su casa.
Cuidó de sus padres adoptivos hasta su muerte y luego se afincó en la localidad de San Lorenzo. Falleció el 18 de julio de 1866 y se le inhumó en la iglesia del Convento de San Carlos.
La Bandera fue bendecida por el párroco Julián Navarro e izada por Cosme Maciel. Este acontecimiento, ocurrido en las barrancas del Paraná, es generalmente tomado en el ámbito educativo como un caso cerrado, pues el efectivo sostenimiento de la mitología, dentro de la construcción de un imaginario nacional, así lo requiere. De ahí la existencia de varios cuadros que presentan esta escena inaugural, y muchos otros en los que participa Belgrano, en donde se ve flamear la celeste y blanca que hoy homenajeamos. Estas obras, manifestaciones del poder central, ocultan que hay una fuerte discusión al respecto. Son elementos de adoctrinamiento, que hacen referencia a una historia lineal perfecta desde el comienzo hasta la instalación definitiva del poder centralizado en Buenos Aires.
Rosario en aquel tiempo contaba con una población de 758 habitantes. Blancos 83%, negros y mestizos 16% y 1% de originarios. En cuanto al sexo: 57% eran mujeres y el 43% hombres, cuyo estado civil era: 69% solteros, 25% casados y 6% viudos. En cuanto a las edades: menores de 20 años, 47%. De 20 a 50 años: 42% y mayores de 50 años el 11%. En promedio la esperanza de vida era de 40 años.
Las ocupaciones se distribuían entre albañiles, barberos, carniceros, carpinteros, comerciantes, domadores, empleados, escribanos, hacendados, sastres, herreros, isleños, jaboneros, maestros, molineros, plateros, pulperos, peones, sacerdotes y sirvientes.
Las actividades sociales se dividían entre los festejos familiares y religiosos, las cuadreras, el juego de la sortija, el pato, los naipes, la riña de gallos, la taba, los dados y los baños en el río.
LOS COLORES EN LAS PRIMERAS BANDERAS DE LA PATRIA
La disposición de los colores en nuestra bandera ha sido motivo de estudios de notables historiadores, sin embargo, solo se puede aludir a conjeturas, muchas coincidentes en determinados puntos esenciales. Existe una clara distinción entre las banderas que flamearon en Buenos Aires y el Litoral y las del interior, inspiradas en la original de Belgrano.
El creador de la bandera había empeñado por entero su espíritu y acción a la causa americana; lo demuestran los nombres de “Libertad” e “Independencia”, que elige para las baterías y la enseña nacional, símbolo de soberanía y libertad, que hace flamear en nuestro suelo gracias a su férrea voluntad, antes de que el gobierno patrio adopte una resolución en tal sentido.
Se conjugan varios elementos de juicio para sostener que la primera bandera argentina constaba de dos paños, o sea dos franjas blanca y celeste, dispuestas verticalmente y unidas al asta por la de color blanco. Esta distribución primitiva habría sido mantenida por el general Belgrano hasta retirarse del Ejército Auxiliar del Perú.
Por otra parte, también fue de sólo dos paños la diseñada en dos cuadros de Manuel Belgrano realizados en Londres, presumiblemente por el pintor francés C. Charbonnier. Sin embargo, tanto Julio Arturo Benencia como Mario Quartaruolo, estiman que, en este caso las franjas ya no eran verticales como las de la bandera de Rosario, sino dispuestas horizontalmente. A todo esto, Mario Belgrano señala, respecto al óleo de 1815: “… En esa escena se ve un jinete llevando una bandera de dos franjas horizontales, la superior blanca y la inferior azul celeste. No deja de llamar la atención esta disposición de los colores, que todo permite suponer fue hecha por indicación del propio general, pues no hay que olvidar que se trata de un retrato del natural”.
Por su parte, Benencia observa: “En la penumbra el óleo, sobre el lado izquierdo dos tropas combaten y una de las fracciones, la patriota, mantiene el campo con la bandera de dos franjas tendidas: blanca la de arriba y azul celeste la otra: conducida por un abanderado”.
Debemos recordar que a dos franjas verticales es realizada la bandera del Ejército de los Andes; muy probablemente, debido a que José de San Martín no olvida la forma de la bandera que le ha legado Belgrano, por la que debe decidirse ante la carencia de suficiente paño celeste como para hacerla confeccionar de tres franjas, según lo había dispuesto el Congreso de Tucumán el 25 de julio de 1816: “Elevadas las Provincias Unidas en Sud-América al rango de una Nación, después de la declaratoria solemne de su independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca de que se ha usado hasta el presente, y se usará en lo sucesivo en los ejércitos, buques y fortalezas, en clase de bandera menor, ínterin decretado al término de las presentes discusiones la forma de gobierno más conveniente al territorio que fijen conforme a ellos los jeroglíficos de la bandera nacional mayor”.
San Martín, sin embargo, modifica esencialmente el modelo propuesto por el gobierno, ya que la bandera de su ejército es provista de atributos, aludiendo a un sistema político y dejando de ser un pabellón liso, una “bandera menor”.
Volviendo a la primitiva bandera enarbolada el 27 de febrero de 1812, en oposición a lo que se ha afirmado tradicionalmente, no habría acompañado al prócer cuando el día 2 de marzo debió partir hacia el Norte.
Quartaryuolo, hace esa advertencia al estudiar las circunstancias del momento. Reitera el concepto que se desprende de la comunicación que hace Belgrano al gobierno, el 18 de julio, dando las razones que lo determinan a enarbolar la bandera celeste y blanca y de haber ignorado lo ordenado por el Triunvirato, “que se remitiría al comandante del Rosario, y la obedecería, como yo lo hubiera hecho, si la hubiere recibido”. Entonces, si la bandera no hubiese continuado siendo usada en Rosario, dice el autor, la orden de su retiro habría carecido de efecto. Tampoco la premura de su partida le habría posibilitado confeccionar una nueva bandera.
Aquella original, y la segunda que hizo bendecir en Jujuy el 25 de mayo de 1812, están entre las numerosas banderas de la Patria pérdidas. No habría tampoco razones suficientes como para apoyar la idea sostenida por Augusto Fernández Díaz, al afirmar que las banderas descubiertas en 1883, en el curato de Macha, en Bolivia, fueron las de guerra, abandonadas después de la batalla de Ayohuma, porque Belgrano jamás abandonaría su bandera. Ni se identificaría a ninguna de ellas con la primitiva de Rosario. Se sostiene entonces, que la bandera que Belgrano hace confeccionar al hacerse cargo del Ejército Auxiliar del Perú, es como la primera, a dos franjas verticales, blanca y celeste, con el paño blanco unido al asta. Al igual que la utilizada en Salta para festejar el tercer aniversario de la Revolución de Mayo, según se deduce de esa descripción que hace de aquella el gobernador intendente Dn. Feliciano Antonio Chiclana: “Es el nuevo estandarte de color celeste y blanco con cordones, borlas y aparejos del mismo color: por un costado –la faja inferior- se ven las armas del Estado… y por la parte superior –la faja superior- un sol naciente con esta inscripción en toda la circunferencia: “Soberana Asamblea General de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Por el otro, se advierten las aras de la ciudad… Alrededor de éstas armas y de todo el estandarte le hermosea por ambas fases un lúcido tejido de oro y plata”.
En la precisa descripción, no pudo haber omitido hacer referencia a la tercera franja celeste si la hubiese tenido. Y de esta forma, a dos paños blanco y celeste, son las banderas que se enarbolan en el interior del país, centro, norte y Chaco, entre los años 1812 y 1814.
En Buenos Aires y el Litoral, mientras tanto, a partir de mediados de 1813, las banderas varían de forma. Recién a comienzos de 1814, se crea por el artículo tercero de la “Reforma de Estatuto Provisorio del Supremo Gobierno”, la banda direccional con tres franjas. Otro testimonio que lo corrobora, es el oficio del 16 de octubre de 1813, del gobernador militar de la plaza sitiada en Montevideo, Gaspar de Vigodet, al Ministro de Estado español y al encargado de negocios de España en Río de Janeiro: “Los rebeldes de Buenos Aires han enarbolado un pabellón con dos listas azul celeste a las orillas y una blanca en el medio, y han acuñado moneda con el lema “Provincias del Río de la Plata en unión y libertad. Así se han quitado de una vez la máscara con que cubrieron su bastardía desde el principio de la insurrección…”
Pero también se observan alteraciones, como lo indica la acuarela del pintor británico Emeric Essex Vidal que, en 1817, reproduciendo desde el río una vista del fuerte de Buenos Aires, de setiembre de 1816, la franja blanca central del pabellón de la fortaleza es más ancha que las celestes laterales.
Por otra parte, los historiadores navales insisten con la afirmación de que en 1814, en las naves de la escuadra al mando de Guillermo Brown, flameó el emblema nacional celeste y blanco, a tres franjas laterales.
Por último, citaremos la resolución oficial de 1818, respecto a la bandera de guerra y a la de los barcos mercantes: “Por disposición del Soberano Congreso se ha dispuesto que la bandera de guerra nacional se componga de tres tiras horizontales, la de en medio blanca, ocupando una mitad, y la alta y la baja azules, esto es del cuarto de la anchura, con un sol en la línea del medio; la de los buques mercantes lo mismo, sin sol”.
LA MÁS ANTIGUA
A diferencia de las otras capitales provinciales, en Jujuy el fervor patrio se puede prolongar durante todo el año, porque en su Casa de Gobierno se custodia y exhibe con orgullo la bandera más antigua del país, o para ser más preciso, la bandera argentina más antigua que se haya conservado.
Aunque la ciudad tiene muchos otros atractivos, el Salón de la Bandera es “la visita” que hay que realizar en Jujuy, también por el mobiliario y la colección de banderas provinciales que acompañan la reliquia principal. Está en la Casa de Gobierno uno de los mayores edificios urbanos, cuya elegante fachada francesa domina la plaza Belgrano. El edificio parece trasplantado desde el siglo del clasicismo francés a las puertas de la Puna... Además, lo custodian alegorías de la escultora Lola Mora, estatuas que simbolizan los valores de la República, del Progreso y de la Justicia.
En el primer piso, con una vista sobre la plaza que se prolonga hacia el valle y las montañas que rodean la ciudad, el Salón de la Bandera se muestra más clásico todavía: aquí todo está ricamente recargado para darle un marco lo más imponente posible a la bandera que Manuel Belgrano donó al Cabildo de Jujuy el 25 de mayo 1813. La bandera está en una punta de la sala, enfrente de un escudo que Belgrano mandó pintar para una escuela.
Llama la atención, sin embargo, su color blanco: y aquí la pequeña historia se entrelaza con la grande para ofrecer una explicación a esta falta de celeste en la venerable enseña. Es que no se encontró tela celeste en toda la ciudad en aquel ya lejano 1812, cuando Jujuy se preparaba para vivir una de las páginas más negras de su historia, la del Éxodo, y por lo tanto para completar los colores y suplir la escasez se tiñó seda blanca. Antes de ser exhibida y protegida en el Salón de la Casa de Gobierno, la bandera estuvo guardada durante décadas en la Catedral de la ciudad, de donde se la sacaba en fiestas patrias: así fue perdiendo el color celeste, y quedó con el color blanquecino que se ve hoy.
EL ENIGMA
Se ha escrito mucho sobre cuál fue la verdadera distribución de los colores de la primera enseña. Existen distintas teorías, todas dignas de respeto, pero ninguna que aclare definitivamente la incógnita. Hay quienes afirman que la bandera enarbolada en Rosario fue blanca, celeste y blanca, con franjas distribuidas en forma horizontal, como la hallada en Macha, y que el pabellón enviado por el gobierno para que la sustituyese fue celeste, blanco y celeste, conforme a la enseña actual y a los colores de la Casa de Borbón. Otros señalan que fue celeste y blanca, en dos paños colocados verticalmente. Por otra parte, otros sostienen que fue confeccionada en dos franjas horizontales, una celeste y la otra blanca. Por otra parte, hay quienes aseguran que la bandera que flameó en Rosario tuvo los mismos colores y distribución que la actual.
Lo más atinado es atenerse tanto a la circular enviada por el Triunvirato a los gobiernos de las provincias y jefes militares con respecto a la escarapela nacional, “de dos colores blanco y azul celeste (20 de febrero de 1812), o al texto de la comunicación de Belgrano, siempre estricto al expresarse con precisión y claridad: “la mandé hacer blanca y celeste”. Es decir, de dos franjas.
Sea como sea, lo importante fue el gesto de Belgrano de levantar un nuevo emblema que distinguiese a las huestes patriotas de las realistas y expresase el propósito de alcanzar la independencia.
Los conflictos internos hicieron proliferar las banderas provinciales, que se levantaban contra el poder de Buenos Aires. Desde 1862, la bandera nacional azul, blanca y azul tiende a generalizarse y a uniformarse, mientras que las banderas provinciales van desapareciendo, o suavizando su tenor frente al centralismo albiceleste.
En 1884, por decreto del Presidente Julio Argentino Roca, la bandera mayor o de guerra pasa a ser usada también para los edificios del gobierno, convirtiéndose, de hecho, en la bandera y pabellón de estado y bandera de guerra en tierra y mar, y la bandera sin el sol aún puede izarse como bandera oficial de la nación.
Para glorificar la bandera como corresponde, el 8 de junio de 1938 el Congreso sancionó una ley que fijaba como Día de la Bandera el 20 de junio, aniversario de la muerte de su creador, Manuel Belgrano.
Hoy, después de tanto dolor por las luchas intestinas, la bandera Nacional es el símbolo que debe unir a los habitantes de la nación, lo que significa que todos somos iguales bajo sus colores. Sin embargo, desde los tiempos de Belgrano, la historia del país ha mostrado lo contrario, pues las diferencias entre las provincias ricas, las pobres, las afines al poder centralizado y las disidentes, ponen en evidencia la dificultad de construir un país auténticamente federal. Sólo cuando el signo de la bandera se cumpla, el legado de Belgrano será posible, y éste será un país verdaderamente inclusivo.
Bandera argentina. Bandera idolatrada, guardada, escondida, imitada por varias naciones, también manipulada, manchada de sangre, utilizada por las dictaduras y los gobiernos populistas, manta de cada muchacho argentino que peleo por Malvinas, convertida en camisetas y pasiones deportivas, presente en los altares, los juzgados, las escuelas, los desfiles, pintada por los niños en los cuadernos, en la cara de los hinchas, dibujada por los estudiantes, llorada por los viejos, en el corazón de los exiliados, en todas las selecciones nacionales, en las calles, en los balcones, en los edificios públicos, en las ventanas, los barcos, los aviones, fileteada en camiones, colectivos, taxis, carruajes, flameando en las casitas humildes, de plástico o tela, la bandera argentina, debe estar en todas partes.
Es una de las pocas mujeres con monumento propio, convertida en música, pañuelo, banderín, industria argentina, memoria, tango, rock o nostalgia del viajero, cumple años. Como es de tela, es necesario cuidarla, porque se deshilacha, y con el tiempo pierde color, cuerpo y belleza. Es tan peligroso desconfiar de los símbolos, como adorarlos o vaciarlos de sentido, es necesario un compromiso personal, de cada argentino, sin falsos patriotismo. Nosotros, Patria, Pueblo, identidad, diversidad, Argentina. Todos bajo los colores de una misma Bandera para protagonizar el país que pensaron nuestros próceres y héroes...
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