Lo menos importante que hizo Manuel Belgrano en su vida fue crear la bandera. En verdad, ni siquiera la creó. La que enarboló en Rosario no es la que, como todos los junios, será “venerada” el día 20. A Belgrano le debemos gran parte de nuestra independencia y del territorio que heredamos.
No le debemos, en cambio, que haya mandado a coser trozos de telas de dos colores. No se sabe bien cuántas franjas tenía esa bandera; tampoco si eran horizontales o verticales, ni cómo se alternaban.
Belgrano le informó al Triunvirato que la había hecho hacer “blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional”, que él mismo había sugerido y que era blanca con un círculo celeste en el centro.
Quizás esa bandera fuese blanca con una franja celeste en el medio, como una de las dos banderas encontradas en 1885 en una iglesia de Macha (Bolivia), donde Belgrano las habría dejado cuando, tras ser derrotado en Ayohuma, debió retirarse del Alto Perú.
La otra bandera de Macha es similar a la actual, pero el propio Instituto Belgraniano dice que “no hay documentos fehacientes” para acreditar que esas banderas pertenecieran al Ejército del Norte.
Según la canción “A mi Bandera”, la que conocemos, “llena de orgullo y bizarría”, en San Lorenzo “tremoló triunfal”. Y luego cruzó “el continente, exclamando a su paso: ¡Libertad”. Ninguna de las dos cosas es cierta:
·San Martín peleó en San Lorenzo con la bandera española.
·Esa bandera, roja y amarilla, flameó en el fuerte de Buenos Aires hasta 1815.
·Guillermo Brown, “Comandante de la Marina del Estado”, defendió el Río de la Plata con una bandera blanca cruzada de arriba a bajo por una cruz azul en forma de equis.
·La de Belgrano no escaló “la cima de los Andes”, porque el ejército de San Martín tuvo bandera propia.
·Tampoco la llevó el Libertador en la expedición al Perú, donde desembarcó portando la bandera chilena, con tres estrellas en lugar de una.
En todo caso, lo trascendente es que Belgrano, con “una” bandera -no importa cual; podría haber sido verde o anaranjada- asumió un liderazgo. Contra la política retardataria del dictatorial primer Triunvirato, comenzó a darle identidad propia a lo que, en 1816, sería una nueva nación. Para eso creó aquella primera bandera, que no sabemos bien cómo era.
San Martín llegó de Europa diez días más tarde. Había pasado un año y nueve meses del 25 de mayo de 1810. Belgrano era General en Jefe desde hacía un año y cinco meses; no había podido sumar al Paraguay a la causa de Mayo, pero estaba por iniciar su marcha hacia el norte. Debía evitar que los realistas penetraran por Jujuy, y siguieran marcha hacia el sur. El objetivo del virrey del Perú era que sus fuerzas llegaran a Córdoba, capital de la intendencia de Córdoba del Tucumán, integrada por las actuales provincias de Córdoba, Mendoza, La Rioja, San Juan y San Luis.
José de San Martín fue el genial estratega que reaseguró la independencia, no sólo de la Argentina sino la de Chile, Perú y los territorios que hoy son Paraguay y Uruguay. Sabía que el Imperio español concentraba, en Lima, el poderío suficiente para recuperar sus colonias, como ya había hecho con Chile, y fue a anular ese poder y proclamar la independencia peruana. Belgrano fue, a su vez, un sostén de la independencia e integridad del territorio, Las dos grandes y decisivas batallas que se libraron en la actual Argentina fueron la de Salta y Tucumán. En Salta, Belgrano –un abogado sin formación militar—derrotó a un ejército de 3.400 soldados y 10 cañones; En Tucumán, con 1.800 hombres venció a 3.000.
Eso impidió el avance realista hacia el sur. Hubo intentos de consagrar a Belgrano Padre de la Patria, pero rechazó la idea: “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”. San Martín, quien años mas tarde sería el efectivo Padre de la Patria, sostuvo: “Begrano es el [luchador] más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Napoleón Bonaparte en punto a milicia, pero es lo mejor que tenemos en la América del Sur”.
La guerra de la independencia no se libró contra España sino, de hecho, contra Napoleón, que a partir de 1808 se había apoderado del territorio español, raptado a Fernando VII y puesto como “rey de España e Indias” a su hermano José.
Belgrano dice en sus memorias “Sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España”.
La resistencia española instaló en Andalucía una Junta central, que gobernaba en nombre del rey cautivo los territorios aún no conquistados por las fuerzas de Napoleón, y “las Indias”, incluido el Río de la Plata.
La Revolución de Mayo se gestó y culminó en apenas siete días. Comenzó el 18, cuando llego la noticia: Napoleón había ocupado Andalucía , y la Junta Central se había disuelto.
El virrey, por lo tanto, ya no representaba a nadie. Había llegado la hora del autogobierno. Sin embargo, el virrey se negaba a renuncia, La noche del 24, Belgrano hizo un juramento “a la patria y a mis compañeros”: “Si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por las ventanas de la fortaleza”.
Y luego emprendió esa decisiva excursión al norte. Su improvisado generalato ha eclipsado sus méritos civiles. En el Consulado virreinal postuló una reforma agraria contra los latifundios; postuló la enseñanza laica, gratuita y obligatoria, que debía comprender a niños y niñas, y que creó escuelas técnicas.
Belgrano murió en la pobreza y el olvido. Su lápida fue una tapa mármol, arrancada a la cómoda de un hermano.
Su epitafio, un mero: “Aquí yace el General Belgrano”. El país no se enteró de su muerte. Ni la Gaceta, el diario oficial, dio la noticia de su desaparición. Sólo cinco días después, un excéntrico periódico, El Despertador Teofilantrópico Místico-Político anunció que Belgrano había muerto y dijo que su “triste funeral, pobre y sombrío”, clamaba al cielo.
Publicado en Clarín el 13 de junio de 2021.
No le debemos, en cambio, que haya mandado a coser trozos de telas de dos colores. No se sabe bien cuántas franjas tenía esa bandera; tampoco si eran horizontales o verticales, ni cómo se alternaban.
Belgrano le informó al Triunvirato que la había hecho hacer “blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional”, que él mismo había sugerido y que era blanca con un círculo celeste en el centro.
Quizás esa bandera fuese blanca con una franja celeste en el medio, como una de las dos banderas encontradas en 1885 en una iglesia de Macha (Bolivia), donde Belgrano las habría dejado cuando, tras ser derrotado en Ayohuma, debió retirarse del Alto Perú.
La otra bandera de Macha es similar a la actual, pero el propio Instituto Belgraniano dice que “no hay documentos fehacientes” para acreditar que esas banderas pertenecieran al Ejército del Norte.
Según la canción “A mi Bandera”, la que conocemos, “llena de orgullo y bizarría”, en San Lorenzo “tremoló triunfal”. Y luego cruzó “el continente, exclamando a su paso: ¡Libertad”. Ninguna de las dos cosas es cierta:
·San Martín peleó en San Lorenzo con la bandera española.
·Esa bandera, roja y amarilla, flameó en el fuerte de Buenos Aires hasta 1815.
·Guillermo Brown, “Comandante de la Marina del Estado”, defendió el Río de la Plata con una bandera blanca cruzada de arriba a bajo por una cruz azul en forma de equis.
·La de Belgrano no escaló “la cima de los Andes”, porque el ejército de San Martín tuvo bandera propia.
·Tampoco la llevó el Libertador en la expedición al Perú, donde desembarcó portando la bandera chilena, con tres estrellas en lugar de una.
En todo caso, lo trascendente es que Belgrano, con “una” bandera -no importa cual; podría haber sido verde o anaranjada- asumió un liderazgo. Contra la política retardataria del dictatorial primer Triunvirato, comenzó a darle identidad propia a lo que, en 1816, sería una nueva nación. Para eso creó aquella primera bandera, que no sabemos bien cómo era.
San Martín llegó de Europa diez días más tarde. Había pasado un año y nueve meses del 25 de mayo de 1810. Belgrano era General en Jefe desde hacía un año y cinco meses; no había podido sumar al Paraguay a la causa de Mayo, pero estaba por iniciar su marcha hacia el norte. Debía evitar que los realistas penetraran por Jujuy, y siguieran marcha hacia el sur. El objetivo del virrey del Perú era que sus fuerzas llegaran a Córdoba, capital de la intendencia de Córdoba del Tucumán, integrada por las actuales provincias de Córdoba, Mendoza, La Rioja, San Juan y San Luis.
José de San Martín fue el genial estratega que reaseguró la independencia, no sólo de la Argentina sino la de Chile, Perú y los territorios que hoy son Paraguay y Uruguay. Sabía que el Imperio español concentraba, en Lima, el poderío suficiente para recuperar sus colonias, como ya había hecho con Chile, y fue a anular ese poder y proclamar la independencia peruana. Belgrano fue, a su vez, un sostén de la independencia e integridad del territorio, Las dos grandes y decisivas batallas que se libraron en la actual Argentina fueron la de Salta y Tucumán. En Salta, Belgrano –un abogado sin formación militar—derrotó a un ejército de 3.400 soldados y 10 cañones; En Tucumán, con 1.800 hombres venció a 3.000.
Eso impidió el avance realista hacia el sur. Hubo intentos de consagrar a Belgrano Padre de la Patria, pero rechazó la idea: “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella”. San Martín, quien años mas tarde sería el efectivo Padre de la Patria, sostuvo: “Begrano es el [luchador] más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Napoleón Bonaparte en punto a milicia, pero es lo mejor que tenemos en la América del Sur”.
La guerra de la independencia no se libró contra España sino, de hecho, contra Napoleón, que a partir de 1808 se había apoderado del territorio español, raptado a Fernando VII y puesto como “rey de España e Indias” a su hermano José.
Belgrano dice en sus memorias “Sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España”.
La resistencia española instaló en Andalucía una Junta central, que gobernaba en nombre del rey cautivo los territorios aún no conquistados por las fuerzas de Napoleón, y “las Indias”, incluido el Río de la Plata.
La Revolución de Mayo se gestó y culminó en apenas siete días. Comenzó el 18, cuando llego la noticia: Napoleón había ocupado Andalucía , y la Junta Central se había disuelto.
El virrey, por lo tanto, ya no representaba a nadie. Había llegado la hora del autogobierno. Sin embargo, el virrey se negaba a renuncia, La noche del 24, Belgrano hizo un juramento “a la patria y a mis compañeros”: “Si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por las ventanas de la fortaleza”.
Y luego emprendió esa decisiva excursión al norte. Su improvisado generalato ha eclipsado sus méritos civiles. En el Consulado virreinal postuló una reforma agraria contra los latifundios; postuló la enseñanza laica, gratuita y obligatoria, que debía comprender a niños y niñas, y que creó escuelas técnicas.
Belgrano murió en la pobreza y el olvido. Su lápida fue una tapa mármol, arrancada a la cómoda de un hermano.
Su epitafio, un mero: “Aquí yace el General Belgrano”. El país no se enteró de su muerte. Ni la Gaceta, el diario oficial, dio la noticia de su desaparición. Sólo cinco días después, un excéntrico periódico, El Despertador Teofilantrópico Místico-Político anunció que Belgrano había muerto y dijo que su “triste funeral, pobre y sombrío”, clamaba al cielo.
Publicado en Clarín el 13 de junio de 2021.
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