sábado, 15 de enero de 2022

Asseff: "La libertad se anhela cuando se la pierde o cuando está amenazada"

 *Por Alberto Asseff*

La Argentina desde hace más de setenta años sufre el daño que causa el exceso de intervención estatal en los asuntos de los ciudadanos. Una intervención que comenzó con los conservadores y las secuelas de la Gran Crisis de los 30. Un exceso que por bienintencionado no soluciona los problemas económicos de los particulares. En contraste, los agravan con dirigismo, aplanamiento del sector privado  y una creciente carga impositiva. El agotado ciclo populista de nuestro país ha hecho un credo de la idea de que el gobierno sabe mejor que los individuos como dirigir sus negocios cuando en verdad es totalmente al revés.
 
El éxito -por ahora- del populismo es habernos hecho la cabeza, como se dice en lenguaje coloquial.
 
Al respecto explicaba John S. Mill que incluso aunque el estado pudiera hacer mejor aquello que debieran hacer los individuos “es preferible que la hagan las personas como un modo de fortalecer sus facultades y ejercitando su juicio”, de modo que se forme una ciudadanía responsable que puede valerse por si sola sin necesidad de la ayuda del estado. Estas palabras resultan proféticas para la realidad argentina, en donde una sociedad adormecida por el dirigismo se ha vuelto dependiente de lo que el gobierno le otorgue graciosamente y ha perdido el apetito por la búsqueda del emprendurismo. Se enajena la iniciativa y con ella se diluye la creatividad, la innovación, la búsqueda de un horizonte más ancho.
 
El resultado está a la vista: un 50 % de argentinos se encuentran en este momento en la pobreza y son dependientes de alguna clase de plan social que apenas alcanza para no caer en la extrema pobreza en un país que con un estado que desalienta el trabajo privado y ahuyenta las inversiones.
 
Vivimos en un país donde la iniciativa privada es sistemáticamente desalentada por una carga impositiva creciente, trabas burocráticas absurdas y finalmente por el interés personal de nefastos gobernantes que sacan provecho de la encerrona a la que lleva la falta de libertad económica y acaba en falta de libertad política y en el autoritarismo; lo que conforma un círculo de hierro que desde JxC nos comprometemos a revertir  en nuestro gobierno.
 
La única forma de tener una verdadera república es con ciudadanos libres, libres de emprender, libres de invertir, libres de decidir su destino, responsables de sus asuntos. De otra manera solo somos rehenes de una maquinaria estatal que reparte pobreza, que apuesta a la igualdad de todos pobres.
 
El pobrismo se ha extendido como reguero de pólvora porque se sustenta en una creencia cultural falaz: el rico es un explotador así haya conseguido su patrimonio con trabajo, visión emprendedora y con sensibilidad social. La riqueza es odiada. Consecuencia sorprendente y paradojal, la pobreza es adorada. Claro está que cuando la pobreza empieza a desplegarse y nos va castigando, aparece la queja que, ensanchándose, deviene en protesta colectiva. Pero, esa pobreza que sufrimos es el resultado de nuestras posturas erradas en cuanto a la riqueza y el rechazo que nos suscita.
 
Mutar esa nociva cultura pobrista es el único camino para volver al rumbo de prosperidad general.
 
Quizás hayamos caído tan bajo que estemos próximos a la inflexión. Por eso la libertad -ese perdido e inmaterial valor- empieza a ser anhelado como la excluyente solución para la Argentina.
 
 
*Diputado nacional (Unir-Juntos por el Cambio)

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