Por Ernesto Martinchuk
A los próceres no sólo hay recordarlos, también hay que imitarlos
Buenos Aires fue la ciudad del nacimiento de Mariano Moreno, el 23 de septiembre de 1778. Hijo de español y de una porteña, estudió desde muy niño. Alumno del Colegio Real de San Carlos, hizo grandes progresos en latín, lengua que conocía desde los cinco años. Se trasladó a Chuquisaca para cursar la carrera canónica y allí enfermó tan gravemente que los médicos perdieron la esperanza de que recobrase el movimiento de brazos y piernas. Sin consultar con sus padres, que estaban en esta ciudad, siguió los cursos de derecho.
Ya casado, y tras practicar dos años la profesión, obtuvo el título de doctor en leyes. En 1805 trazó una aguda crítica social en el desarrollo de una defensa y sus palabras lo obligaron a salir del medio. Regresó a Buenos Aires, donde pronto brilló como letrado. Al producirse las invasiones inglesas, luchó como soldado. Ocupada la capital, se encerró en su casa, donde escribió una crónica de los sucesos. Relator, poco después, de la Real Audiencia, los sucesos del 1° de enero de 1809 lo encontraron en la parte que no interpretaba la corriente profunda de la emancipación, ya latente. Se identificó, en cambio, con ella en su representación de los hacendados de la provincia de Buenos Aires, contraria al régimen monopolista del comercio exterior que hasta entonces había imperado y que, respondiendo a la presión ambiente, iba a modificar el virrey Cisneros.
La justicia -escribió entonces- pide en el día que gocemos un comercio igual al de los demás pueblos que forman la monarquía española. Este alegato le costó al autor la pérdida de la mayoría de sus clientes, que eran comerciantes españoles, pero a la luz de los hechos le dio fama, pues la aplicación de algunas de sus ideas repercutió favorablemente en la economía del país, cuyos hijos lo señalaron como a un hombre de su destino.
Al producirse los acontecimientos trascendentales de 1810, Moreno, aunque en contacto con los grupos que organizaban la revolución, no salió al encuentro de las posiciones públicas. Fue para él una sorpresa su nombramiento de Secretario de la Primera Junta. No obstante esa sorpresa, su genial visión no tardó en manifestarse. Le dijo, al conocer la designación, a su hermano menor: "Será necesario destruir los abusos de la administración; desplegar una actividad que hasta ahora no se ha conocido: remediar muchos males; excitar y dirigir el espíritu público; educar, destruir enemigos; dar vida a las provincias..."
Llegó a tiempo al juramento y desde ese instante su vida estuvo enteramente dedicada a la gestión que se le había encomendado. Organizador de todo cuanto era necesario para afianzar el movimiento, frustró con drásticas medidas, la rebelión de Córdoba. Instó al cumplimiento de la pena de muerte contra Liniers y sus compañeros de conspiración y desterró a Cisneros y a los que con el ex virrey conspiraban. Creó la "Gaceta de Buenos Aires", la Escuela de Matemática y la Biblioteca Pública.
Escribió constantemente en el periódico, a pesar de sus obligaciones de gobierno, multiplicadas por el celo que le era necesario poner en la guardia contra las asechanzas del exterior y contra las de quienes en el interior lo comparaban peyorativamente , con Robespierre o Dantón.
Organizó puertos, tales como el de Ensenada y el de Patagones; dispuso el censo por el cual se supo que un millón de seres humanos habitaban las Provincias Unidas, e impuso a la administración un ritmo desconocido hasta entonces. El, que trabajaba hasta medianoche, ya estaba en actividad al amanecer.
Al ser incorporados los diputados al gobierno ejecutivo, con lo que se contrarrestó su predominio, Moreno renunció a la Junta. En su dimisión usó su lenguaje claro y valiente. Previó en ella no sólo el porvenir de la patria en algunos de sus aspectos, sino también el del juicio de la posteridad acerca de las intenciones de su obra. Designado para el desempeño de una misión diplomática en Londres, se embarcó el 11 de enero de 1811 a bordo de la fragata mercante La Fama. El 4 de marzo tuvo por sepultura el mar: La historia ha recogido la frase: "Tanta agua era menester para apagar tanto fuego con un acento de gloria"