A los 16 años, perdió a su padre y trabajó en los hornos de Siderca para sostener a su mamá y a sus hermanas. A los 19 salió a predicar por Latinoamérica junto al evangelista Luis Palau. Dos años después regresó a la Argentina para casarse con su esposa, Gloria. Juntos volvieron a Quito como misioneros.
En 1967 regresaron a la Argentina para dedicarse a servir a su país. Él era profesor de Educación Cívica y ya con tres hijos, empezó a estudiar Derecho hasta hacer la maestría en Ciencias Políticas. Trabajó en la Secretaría de Comercio, donde comenzó la carrera diplomática como ministro en la misión argentina de Naciones Unidas hasta 1986. A su regreso, fue subsecretario de Comercio con Raúl Alfonsín, ministro en Montevideo ante la ALADI y embajador argentino en Bulgaria.
Estuvo desde el comienzo en el CALIR, el Consejo Argentino para la Libertad Religiosa, acompañando a Ángel Centeno, su presidente y ex secretario de Culto, bregando siempre por la libertad religiosa en el país.
Escribió varios libros, relacionados todos con Jesús. Bergoglio, siempre le mandaba saludos y decía que su obra “Reflexiones de un hombre simple” había inspirado muchas de sus homilías. Aún hay dos libros sin publicar en su computadora.
Un padre y abuelo excelente (4 hijos y 13 nietos), sensible a las necesidades de los que lo rodeaban, siempre nos decía: “No esperen que la gente pida ayuda. Cuando alguien esté necesitado, salgan a ayudar y contener”.
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