Una encuesta de Datafolha, que se dio a conocer la semana pasada, le trajo tranquilidad y alegría a Jair Bolsonaro. La imagen positiva del Presidente de Brasil es la más alta desde que comenzó su mandato ¿Cómo se explica esto en el contexto actual? ¿Qué ocurre con la oposición? ¿Y Argentina?
¿Qué representan estas variaciones? Su imagen positiva había sido estable, entre 30% y 33%. Ahora bien, los últimos números muestran que 37% considera que su gestión es óptima o buena - la mayor aprobación desde que asumió la presidencia. La otra cara de la moneda también le juega una buena pasada a Bolsonaro, ya que el rechazo hacia él pasó de 44% a 34%. Los neutrales, que consideran su gestión como regular, pasaron de 23% a 27% en este último mes, aunque siguen sin ser tantos como antes de la pandemia. Por primera vez en mucho tiempo, son más los que están de su lado que los que se oponen. Su imagen, que no resulta indiferente, se refuerza a pesar del número de muertos por Covid-19.
Algunos meses atrás, describíamos la situación política brasilera como muy tensa. Bolsonaro creía en la necesidad de radicalizarse frente a un desafiante Poder Legislativo, contra el Poder Judicial y frente a los gobernadores, que quisieron quitarle el control de las políticas sanitarias. Tampoco faltaban las críticas de los miembros de su coalición, que trataban de desligarse de algunas de las decisiones del Presidente. Por si fuera poco, era también presionado por problemas de corrupción o de desmanejos políticos que involucraban a sus aliados (entre ellos, a sus hijos) o a él mismo. A la par, la economía caía y las muertes por el coronavirus aumentaban significativamente.
¿Qué pasó? Como se podía llegar a esperar, Bolsonaro moderó su posición y mezcló políticas liberales ortodoxas, que venían dando resultados, con medidas asistencialistas para los damnificados en tiempos en que la economía brasilera no funciona al máximo de sus capacidades. Y si bien muchos lo quieren catalogar como un loco sin límites, por ahora demuestra tener límites y habilidad para seguir ocupando el cargo político más importante de Brasil.
Su repentino éxito se explica, entonces, por una serie de factores. En primer lugar, porque se mantuvo fuerte a pesar de las causas de corrupción que enfrentan sus hijos, a pesar de las destituciones del Ministro de Salud y del director general de la policía o de la polémica renuncia de Sergio Moro, exMinistro de Justicia y juez por la causa del Lava Jato. Ni los rumores, ni la oposición política (que carece de un líder) ni las protestas fueron suficientemente fuertes como para deslegitimar al Presidente o para que cayese su imagen positiva.
A medida que buscaba sobreponerse, Bolsonaro moderaba su discurso. Su enemistad con el Poder Legislativo y el Poder Judicial bajó un cambio luego de los avances judiciales y luego de que el embate político escalase mucho. Por conveniencia propia y sabiendo que el juego democrático a veces exige poner calma en medio de tanto revuelo, optó por alivianar el discurso.
En lo que se refiere al manejo de la cuestión sanitaria, Bolsonaro logró que muchos no lo responsabilicen por las 100.000 muertes a causa del Covid-19. Otra encuesta de Datafolha, publicada el lunes, muestra lo siguiente: 47% cree que Bolsonaro no tiene la culpa de las muertes, 41% cree que es uno de los culpables, 2% no opinó al respecto y un 11% lo ve como principal y único responsable. No son pocos los que creen que ese número de muertes era inevitable, los que piensan que se hizo todo lo posible para evitar más muertes o los que dicen que el Presidente actuó como correspondía ¿Quiénes sostienen que el manejo sanitario no es malo? Sobre todo los que apoyan al oficialismo, los estratos más pobres y los menos escolarizados. Bolsonaro observó y dedujo que no podía obligar a quedarse en sus casas a personas que debían elegir entre enfermarse o comer, ni llamar al confinamiento indeterminado a 240 millones de personas. Nadie, ni los gobernadores, con el apoyo del Poder Judicial, que tomaron medidas unilaterales para enfrentar la situación, lograron deslegitimar la imagen del Presidente en este aspecto.
Ahora bien, la mejora en su imagen no se puede explicar sin aludir al rol asistencialista del Presidente. Desde el Poder Ejecutivo se continuó con el programa de auxilio de emergencia para asistir a los estratos más bajos, destinando hacia ello muchísimo dinero. Esto explica la mejora en los índices de aprobación y de rechazo entre los que más sufren. La continuación de los programas sociales permitió a Bolsonaro repuntar en el bastión del Partido de los Trabajadores, de Lula y Dilma, el nordeste ¿Cómo sigue esto? Bolsonaro tiene un desafío. Deberá mediar entre las transferencias que le dan popularidad, los techos presupuestarios impuestos por ley, el repunte económico (que por ahora avanza tímidamente) y las políticas de austeridad fiscal que viene impulsando el Ministro de Economía, Paulo Guedes.
Por un motivo u otro, Bolsonaro avanza y se mantiene en pie. Un conservador popular, un liberal nacionalista, que cuenta con un apoyo (y detractores) de orígenes variados. En Brasil, como en Argentina, todo puede cambiar, mejorar o empeorar en cuestión de semanas, por eso es que hay que seguir atentamente los acontecimientos allí ¿Y nosotros, que hacemos? Los argentinos debemos recordar que de nada sirve pelearnos con el líder de nuestro principal socio comercial y uno de los principales socios geopolíticos. Por ello, sabiendo que el gobierno de Bolsonaro marcha y que nuestra economía tambalea, conviene aferrarse al país vecino a pesar de las sabidas diferencias ideológicas de nuestros representantes políticos y no cometer errores groseros.
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