lunes, 7 de marzo de 2022

¡QUÉ ENCERRONA!

Por Alberto Asseff*

Nuestro país está peor que a la deriva. Resignado  espiritualmente, abatido moralmente, empobrecido humana y materialmente, sin plan ni rumbo, dividido, sin zanjar cuál es la matriz que tribute a su desarrollo- unos decimos que es con inversiones privadas, otros que se logra con emisión monetaria sin importar la inflación y con ‘mucho Estado’ -posturas tan antitéticas que obstruyen cualquier análisis sereno y racional -, invadidos por la incertidumbre, inmersos en un abrumador pesimismo colectivo Obviemos seguir esta saga sombría. Lo irrefutable que en estos días nos hallamos en una encerrona por no decir en una trampa fenomenal.
Ante la notoria escisión del oficialismo – que pretende jugar burdamente a la función dual de gobierno y oposición simultáneamente – si hay o no default recae en gran medida en la actitud de la coalición opositora y de algunos bloques minoritarios. El default sería una catástrofe social y económica y podría potenciar al extremismo político, quizás más pernicioso que el que “se vayan todos” de 2001. No tanto por la idea de hacer cirugía mayor, sino por la inmensa improvisación y la ruidosa falta de equipo para practicar esa operación quirúrgica que exhiben los extremistas. La devaluación que haría el mercado sería devastadora, hundiendo en la pobreza otro 20% de  argentinos.
El empleo registrado ya no seguiría estancando: se desplomaría y con él el sistema previsional que ya bordea el colapso. Estas negruras que se avizoran nos compelen a nosotros los opositores a no desentendernos, a ser otra vez lo que esencialmente somos, responsables. ¡Default no! Jamás nos anotaremos en las filas de “cuanto peor, mejor”.
Ganaremos las elecciones de 2023 mucho más por nuestras bondades que los innegables defectos del actual oficialismo. Lo expreso como aspiración, aunque por ahora el factor más gravitante es que triunfaremos más por lo insoportable que es esto que padecemos que por la confiabilidad y esperanzas que nosotros despertamos. Empero, si fuere por el defecto más que por la virtud, lo cierto es que previsiblemente gobernaremos. No es lo mismo recibir un país estallado que mínimamente – no se puede pensar en mucho más que eso – encaminado.
Es precisamente, la cuestión medular que se debe plantear. Evitar el default mediante un acuerdo liviano del tipo ‘ir tirando’ hasta 2023, es decir un puente precario, sólo procastina nuestra maltrecha macroeconomía y todas sus lacras, inflación incluida.
Nos conducirá a un 2024 explosivo, con todos los problemas agudizados, incluida la desconfianza sobre el porvenir. El rol opositor que actúa parte del oficialismo se restriega las manos y hace mohines socarrones combinados con pérfidas sonrisas pensando en la bomba que le estallará al futuro gobierno. Convengamos que en esa ruta la Argentina se deshace. Así de simple y así de terrible.
Se desaprovecha la crisis para acordar entre nosotros celebrar un convenio con el FMI que contenga todas las reformas estructurales, desde la laboral y tributaria hasta la económica y educativa, pasando por la judicial – no la del kirchnerismo a favor de consagrar la impunidad, sino la de la gente, esto es celeridad, inmediatez, idoneidad, imparcialidad, que dé seguridad a todos entre ellos los inversores.
Con este Acuerdo, todos los grandes trastornos sólo se postergan. Se fija un rumbo de reducción del déficit fiscal, pero como no se contrae la obligación de reducir el gasto público, esa limitación sólo podría obtenerse por el aumento de impuestos – algo inadmisible – o por las inversiones – que el oficialismo repele ideológicamente tanto porque las maldice por su ‘vocación de lucro’ - ¿qué otro aliciente podría dárseles? – como porque las ahuyenta con sus altisonante ‘políticas públicas’, sus derroches y su corrupción. Además, sin controlar la inflación, ¿cómo suponer que fluirán las inversiones sobre todo del ahorro interno? En este contexto, ¿cómo bajarán el gasto?
Nos enrostran que el presidente Macri tomó el crédito de us$45.000 millones y por ende ahora la oposición debe autorizar lo acordado con el FMI. Con ese criterio, el oficialismo actual debió acompañar el sinceramiento de las tarifas que impulsó el gobierno anterior porque el atraso de ellas se originó en la demencial política de congelarlas al punto que la electricidad y el gas costaban para los consumidores menos que un café con media lunas en la esquina. Ese desquicio lo hizo el kirchnerismo, responsable del incremento ineludible de las tarifas, más allá de cómo se la (in) comunicó y cómo se la practicó a la sazón.
El Acuerdo con el FMI no soluciona nada sustantivo. La concordancia con el Fondo no va a fondo y en ello radica su inconveniencia. El acuerdo es sólo para evitar el default. Eso es bueno. Todo lo demás es precario o lábil o superficial. No arregla ninguno de nuestros desequilibrios. Prorroga nuestra patología.
¡Qué encerrona para nosotros! No podemos hundir al país en el abismo de paria mundial. Tampoco podemos dejar de proclamar que este gobierno es hartamente responsable de ahondar nuestros descalabros comenzando por su ostensible e inaceptable falta de plan. Este énfasis hoy será muy útil cuando mañana debamos abordar la tarea de cambiar. Como van las cosas, más que labor será una faena, más compleja que en 2015 y por tanto nos exige desde ya a ser mejores, más  organizados, más equipo, más coherencia y dar señales claras – programa mediante – que ya es inexorable tiempo para ir a fondo, más allá del Fondo.

*Diputado nacional (Unir, JxC).

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