Eusebio Leal, en la Plaza de San Francisco de Asís, en La Habana, Cuba
Es imposible calcular cuánto le debe La Habana y la cultura cubana a Eusebio Leal. Aunque su cargo oficial era simplemente el de historiador de la ciudad, Leal, fallecido el viernes en la capital cubana a los 77 años, era mucho más que eso pues a él se debe en gran medida el rescate y rehabilitación de la antigua ciudad colonial, herida de muerte debido a la falta de recursos y la dejadez cuando Eusebio apareció en escena y comenzó a crear conciencia. Sin él y su ingente obra restauradora, La Habana Vieja y su excepcional fondo arquitectónico, que desde 1982 forma parte de la lista de patrimonio mundial de la Unesco, probablemente hubieran sucumbido.
En su última entrevista con EL PAÍS, días antes de que viajara a Cuba el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en noviembre de 2018, Eusebio Leal aseguraba: “Más allá de su inmenso valor patrimonial, La Habana es un estado de ánimo. Cuando uno llega siente que hay algo que le seduce, que le atrae… La Habana no deja a nadie indiferente. A veces la ves cubierta por un velo de decadencia, pero cuando tú rompes ese velo aparece entonces el esplendor de su urbanismo y su arquitectura”.
Eusebio hablaba con pasión contagiosa de su ciudad, a la que le dedicó toda su vida. Quien le escuchara, fuesen reyes, presidentes, embajadores, artistas, potentados, o las gentes más sencillas de La Habana Vieja, quedaba comprometido con la causa del rescate de la ciudad, y fueron muchos los que le apoyaron con recursos o de diversos modos en su esfuerzo rehabilitador, una obra que él concebía indisolublemente ligada al desarrollo social, no simplemente orientada a salvar edificios o plazas.
“Preservar el patrimonio material e inmaterial de la ciudad es importante, pero no como una tarea de momificar el pasado. El proyecto de La Habana y la misión que tenemos es precisamente darle vida, que la ciudad sea para los que la viven, por eso la Oficina del Historiador ha creado escuelas, centros de salud y viviendas en el Centro Histórico, es la única manera de que no se convierta en un pueblo viejo o en un centro turístico”, dijo en aquella entrevista Leal, ya por entonces enfermo, aunque trabajó hasta el último día.
Nacido el 11 de septiembre de 1942 en La Habana, de origen muy humilde, su formación fue autodidacta. De niño abandonó la escuela para ayudar a su madre, y no fue hasta después del triunfo de la revolución que pudo terminar el bachillerato y cursar la carrera de Historia en la Universidad de La Habana. Discípulo de Emilio Roig de Leuchsenring, a quien sucedió en el cargo de historiador de la ciudad, tuvo un papel destacado en la restauración del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, la primera gran obra rehabilitadora emprendida en la ciudad, concluida en 1979. A partir de 1981 comienza a dirigir las obras de restauración del Centro Histórico de La Habana. Eran pocos los fondos dedicados entonces a este empeño, pero Leal paliaba los imponderables con su voluntad y entusiasmo, logrando éxitos notables y llevando a cabo en los años siguientes la rehabilitación de la fortaleza de San Carlos de La Cabaña y del Castillo de los Tres Reyes de El Morro.
Desde entonces se dedicó a crear conciencia en las alturas de la importancia de salvar la riqueza patrimonial del Centro Histórico y la ciudad colonial y peleó por conseguir los recursos necesarios para financiar esta labor gigantesca, algo que no siempre fue bien comprendido por la burocracia. En 1993, cuando el derrumbe del campo socialista dejó al país sin recursos, Leal convenció al entonces presidente cubano, Fidel Castro, de la necesidad de dar considerables márgenes de autonomía a La Habana Vieja y crear su propio sistema empresarial para autofinanciar la restauración. La cuestión era salvar La Habana a cualquier precio, defendió Leal porque de lo contrario y si no se actuaba con rapidez, edificios y espacios de alto valor, se destruirían.
Fidel Castro apoyó a Leal, y durante casi tres décadas la oficina del historiador de la ciudad rehabilitó cientos de edificios de gran valor patrimonial -como el Palacio del Segundo Cabo, el Castillo de la Fuerza, el Centro Gallego o el Capitolio-, y espacios públicos que hoy son el corazón de la ciudad, como la Plaza de Armas, la de la Catedral, la de San Francisco o la Plaza Vieja, con las calles que las unen, Mercaderes, Oficios, Obispo, hoy llenas de vida y de negocios privados.
La obra restauradora de La Habana Vieja, bajo la conducción de Eusebio, ha ganado multitud de premios internacionales y ha sido puesta como ejemplo y modelo de proyecto sustentable y de gran nivel técnico. Este modelo fue transformándose con el tiempo, pues si al principio el Estado cargaba con todo el peso de la rehabilitación, Leal poco a poco fue concediendo mayores márgenes al sector privado para que financiasen la restauración casas y edificios para poner negocios, centrándose la Oficina en rehabilitar los espacios públicos y velar para que se cumpliesen las normas y que todo se hiciese de acuerdo a salvaguardar el patrimonio.
La Habana Vieja con Eusebio fue sinónimo de dinamismo y emprendimiento, por eso la noticia de su muerte se vivió con conmoción, entre la gente más humilde, en el mundo de la cultura y también en las más altas instancias oficiales. “Hoy se nos ha ido el cubano que salvó a La Habana por encargo de Fidel y se lo tomó tan apasionadamente que ya su nombre no es suyo, sino sinónimo de la ciudad. Ha muerto nuestro querido Leal. Celebremos su maravilloso paso por la vida, demasiado breve para quienes le quisimos por su obra y por sí mismo. Hay que seguir por sobre esas huellas, la paciente e infinita labor de salvar el patrimonio de nuestra Cuba a la que tanto amó y consagró su vida”, escribió a primera hora el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, en su cuenta de Twitter.
A Leal todo el mundo lo veneraba, pues era considerado el gran sostén de La Habana, el que evitó el desastre. En una conversación hace algunos meses, ya muy enfermo, el Historiador de la Ciudad sentenciaba con ánimo impresionante: “Hay más trabajo que nunca, todavía queda mucho por salvar”.
En su última entrevista con EL PAÍS, días antes de que viajara a Cuba el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en noviembre de 2018, Eusebio Leal aseguraba: “Más allá de su inmenso valor patrimonial, La Habana es un estado de ánimo. Cuando uno llega siente que hay algo que le seduce, que le atrae… La Habana no deja a nadie indiferente. A veces la ves cubierta por un velo de decadencia, pero cuando tú rompes ese velo aparece entonces el esplendor de su urbanismo y su arquitectura”.
Eusebio hablaba con pasión contagiosa de su ciudad, a la que le dedicó toda su vida. Quien le escuchara, fuesen reyes, presidentes, embajadores, artistas, potentados, o las gentes más sencillas de La Habana Vieja, quedaba comprometido con la causa del rescate de la ciudad, y fueron muchos los que le apoyaron con recursos o de diversos modos en su esfuerzo rehabilitador, una obra que él concebía indisolublemente ligada al desarrollo social, no simplemente orientada a salvar edificios o plazas.
“Preservar el patrimonio material e inmaterial de la ciudad es importante, pero no como una tarea de momificar el pasado. El proyecto de La Habana y la misión que tenemos es precisamente darle vida, que la ciudad sea para los que la viven, por eso la Oficina del Historiador ha creado escuelas, centros de salud y viviendas en el Centro Histórico, es la única manera de que no se convierta en un pueblo viejo o en un centro turístico”, dijo en aquella entrevista Leal, ya por entonces enfermo, aunque trabajó hasta el último día.
Nacido el 11 de septiembre de 1942 en La Habana, de origen muy humilde, su formación fue autodidacta. De niño abandonó la escuela para ayudar a su madre, y no fue hasta después del triunfo de la revolución que pudo terminar el bachillerato y cursar la carrera de Historia en la Universidad de La Habana. Discípulo de Emilio Roig de Leuchsenring, a quien sucedió en el cargo de historiador de la ciudad, tuvo un papel destacado en la restauración del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, la primera gran obra rehabilitadora emprendida en la ciudad, concluida en 1979. A partir de 1981 comienza a dirigir las obras de restauración del Centro Histórico de La Habana. Eran pocos los fondos dedicados entonces a este empeño, pero Leal paliaba los imponderables con su voluntad y entusiasmo, logrando éxitos notables y llevando a cabo en los años siguientes la rehabilitación de la fortaleza de San Carlos de La Cabaña y del Castillo de los Tres Reyes de El Morro.
Desde entonces se dedicó a crear conciencia en las alturas de la importancia de salvar la riqueza patrimonial del Centro Histórico y la ciudad colonial y peleó por conseguir los recursos necesarios para financiar esta labor gigantesca, algo que no siempre fue bien comprendido por la burocracia. En 1993, cuando el derrumbe del campo socialista dejó al país sin recursos, Leal convenció al entonces presidente cubano, Fidel Castro, de la necesidad de dar considerables márgenes de autonomía a La Habana Vieja y crear su propio sistema empresarial para autofinanciar la restauración. La cuestión era salvar La Habana a cualquier precio, defendió Leal porque de lo contrario y si no se actuaba con rapidez, edificios y espacios de alto valor, se destruirían.
Fidel Castro apoyó a Leal, y durante casi tres décadas la oficina del historiador de la ciudad rehabilitó cientos de edificios de gran valor patrimonial -como el Palacio del Segundo Cabo, el Castillo de la Fuerza, el Centro Gallego o el Capitolio-, y espacios públicos que hoy son el corazón de la ciudad, como la Plaza de Armas, la de la Catedral, la de San Francisco o la Plaza Vieja, con las calles que las unen, Mercaderes, Oficios, Obispo, hoy llenas de vida y de negocios privados.
La obra restauradora de La Habana Vieja, bajo la conducción de Eusebio, ha ganado multitud de premios internacionales y ha sido puesta como ejemplo y modelo de proyecto sustentable y de gran nivel técnico. Este modelo fue transformándose con el tiempo, pues si al principio el Estado cargaba con todo el peso de la rehabilitación, Leal poco a poco fue concediendo mayores márgenes al sector privado para que financiasen la restauración casas y edificios para poner negocios, centrándose la Oficina en rehabilitar los espacios públicos y velar para que se cumpliesen las normas y que todo se hiciese de acuerdo a salvaguardar el patrimonio.
La Habana Vieja con Eusebio fue sinónimo de dinamismo y emprendimiento, por eso la noticia de su muerte se vivió con conmoción, entre la gente más humilde, en el mundo de la cultura y también en las más altas instancias oficiales. “Hoy se nos ha ido el cubano que salvó a La Habana por encargo de Fidel y se lo tomó tan apasionadamente que ya su nombre no es suyo, sino sinónimo de la ciudad. Ha muerto nuestro querido Leal. Celebremos su maravilloso paso por la vida, demasiado breve para quienes le quisimos por su obra y por sí mismo. Hay que seguir por sobre esas huellas, la paciente e infinita labor de salvar el patrimonio de nuestra Cuba a la que tanto amó y consagró su vida”, escribió a primera hora el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, en su cuenta de Twitter.
A Leal todo el mundo lo veneraba, pues era considerado el gran sostén de La Habana, el que evitó el desastre. En una conversación hace algunos meses, ya muy enfermo, el Historiador de la Ciudad sentenciaba con ánimo impresionante: “Hay más trabajo que nunca, todavía queda mucho por salvar”.
Fuente: El País de Madrid
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