Por Ernesto Martinchuk
Muchos pueden seguir hablando del materialismo de los tiempos modernos, del egoísmo que mueve los actos humanos, de que “por la plata baila el mono”. Yo me daré hoy el gusto de pensar en mi Amigo, cuyo materialismo es el de estar presente siempre, cuyo egoísmo se expresa en su empeño de no dejar que otros le ganen en generosidad. Y que “baila” a mi lado con cualquier música.
Pero no diré “mi amigo”. Porque no es único en su naturaleza. Forma parte de una raza de humanos. Y de esa raza es de la que quiero hacer el elogio.
El Amigo, o la Amiga existen. Están en muchas partes. Alumbran o entibian muchas vidas. Acompañan al poderoso, a quien no pide nada, o al muy pobre, al que brinda algo más que una ayuda. En todos los casos es un ambicioso de gloria. Muchas veces hasta ignora lo que alienta esa ambición. Y entonces llega a ser casi perfecto. Al decir gloria, no la confundo con la fama.
El Amigo no reflexiona cuando anuncia: “Déjalo por mí cuenta, yo te lo arreglo”, porque no sabe medir de antemano las dificultades de ninguna empresa. Por lo contrario, son las dificultades las que lo estimulan, ya que en vencerlas está su mayor gozo. Más tarde, sí se sale con la suya, le resta importancia a lo que ha hecho.
El Amigo que siempre llega a tiempo para ajustar una canilla o una lamparita cuando la casa se ha quedado a oscuras, es el que le cuenta los mejores relatos al chico cada vez que éste anda con tos y lo dejan en la cama.
Amigo es aquel que fue mudo testigo de nuestros más íntimos secretos y ha llorado junto a nosotros.
Sin el más mínimo atisbo de una vanidad, el Amigo se adjudica amantes el día en que está a punto de naufragar la nave del matrimonio de su colega. En ese caso extremo se retirará con dignidad, como el enfermo infeccioso que se aleja para no contagiar su mal.
Nadie como el Amigo sabe comprar barato por internet. Si es preciso ir al supermercado y volver con dos botellas en la mano, él las traerá, indiferente al comentario de quienes lo vean. Cuando el mayor de los muchachos cae en los entreveros de la adolescencia, muchas veces no es el padre el que concurre a la comisaría; es el Amigo, al que acude la madre para hacer menor el disgusto.
El Amigo, que casi siempre condena todas las formas del fraude, se desvive, sin embargo, por conseguir falsos certificados de salud. En la cancha de fútbol es capaz de contener el empuje de la multitud con tal de conservar un sitio libre a su lado. Si tiene automóvil, su corazón palpita como un taxi. El coche nunca será de él, pues tanto lo ofrecerá para los trayectos cortos como por horas, al modo de los autos de “remise”.
Llega al plano heroico de ayudar en la preparación de las valijas cuando se acercan las vacaciones y aunque tenga que faltar al empleo no deja de estar presente en la estación. Escribirá, con todos los detalles, antes de recibir la primera y lacónica postal de circunstancias, email o WhatsApp.
Mucho más podría decir de él. Pero, entusiasmado, corro el riesgo de caerme de esta página. Sólo quiero agregar que es en la cárcel y en el hospital donde el Amigo, alcanza su nivel más alto. Cuando los otros se cansan de visitas o temen comprometerse, él llega y se queda allí…
El Amigo habla o permanece en silencio… Pero ¡Cómo acompaña!... Entonces los ojos agradecidos transforman en una aureola de su santidad el halo de luz que penetra por una ventana.
En los velatorios, no toma para sí la función mecánica de los consuelos. El Amigo se encarga, en estos casos, de preparar el café...
La Amistad
Ahora bien, hablemos de la Amistad que no es la familiaridad, ni la asiduidad cotidiana las que deben sostener la amistad, sino el trato que resguarde y asegure la inviolabilidad del yo. Debe consagrar el respeto, que sólo se defiende con la reserva y la independencia.
La Amistad preserva las barreras infranqueables que la naturaleza ha puesto entre los seres humanos para proteger a los unos de los otros, conservando la intimidad, las distancias.
El respeto al yo inviolable, la independencia personal, la afirmación de la personalidad frente a los sentimientos superiores, constituyen la base y el fundamento de vínculos y afectos.
La relación amistosa se produce por el contacto de los sentimientos superiores, de las ideas y convicciones, no en el roce trivial de las comunicaciones cotidianas.
La Amistad no debe ser absorción, sino conjunción, con afirmación de individualidades.
La Amistad, de enlace fortificado por los años, deja en el alma huellas que no disipa ninguna separación, ni la de la muerte, ni la del distanciamiento. Hay afectos destinados a sobrevivir a todo contratiempo humano, sentimientos cuya elevación pocas veces se mide o se aprecia.
Existe en la Amistad, una base de sensibilidad intelectual que fusiona íntimamente las dos almas, complementando naturalezas distintas.
Valoremos los pequeños momentos. Siempre damos por sentado situaciones cotidianas como la brisa fresca de la mañana, o que el sol sale todos los días o que nuestro corazón late a toda hora, pero es bueno recordar que nadie es tan viejo ni tan joven como para no morir en este preciso instante.
Muchas veces parecemos un pez buscando el océano sin darnos cuenta que estamos rodeados por el agua…
4 comentarios:
Excelente!!
Excelente
Realmente no tiene desperdicio. La vida de la amistad sin dobleces
Hermoso homenaje a la amistad!!
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